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Animal Tropical.


Por Francisco Almagro Domínguez

He tomado prestado el título de esta novela de Pedro Juan Gutiérrez para introducir el tema de actualidad en la Isla: la protección de los animales. Si algún día nuestros nietos quieren saber que fue el Periodo Especial en Tiempo de Paz, prorrogable hasta nuestros días, no hacen falta libros de historia ni películas de la época. Pedro Juan dibuja una Habana entrañable que se deteriora a la par de sus habitantes, y el discurso triunfalista, tramposo, de sus dirigentes. El escritor ha querido significar hasta donde puede descender la humanidad de los compatriotas con otra novela llamada Carne de Perro. Para quienes no son cubanos o no habían nacido entonces, en las carnicerías vendían “carne de perro”, algo no apto para el consumo humano como piltrafas, tendones y grasa. Cuando se decía a alguien que era “carne perro” quería expresar que era lo más bajo. Hoy la frase, además desconocida, pudiera ser una alabanza.

El asunto es que se han reportado abusos y matanzas de animales, específicamente perros callejeros y alguno que otro doméstico. El régimen aprobó hace unos años el Decreto-Ley No. 31 de Bienestar Animal. Parece que no fue suficiente para detener la matanza de perros en San José de las Lajas, con el objetivo de vender la carne como ovina o cerdo. Hubo una marcha espontanea de los animalistas, agrupados en una comunidad también no oficial, y el largo brazo secular del régimen se ha encargado de monitorear y controlar a los animalistas espontáneos-no oficiales. Se comienza protestando por un perro degollado y no se sabe la cabeza de que humano puede pedir la gente.


Foto Unplash


Es curioso por qué no hay un discusión pública, una protesta abierta para saber por qué no hay azúcar en el país que fue la “azucarera del mundo”, sal en una Isla rodeada de mar, frijoles con un clima tropical, viandas en una excelente tierra colorá. Nadie sale con un cartel pidiendo que protejan la Habana que se derrumba,  los cines que se convierten en baños públicos llenos murciélagos y alimañas, los parques sin luces ni sombras (ni bombillos ni arboles).

Está muy bien salir a la calle y defender a los animales de la depredación humana. Pero esto no es nuevo, y puede empeorar. Durante el citado Periodo Especial alguien dijo como un chiste muy serio que el gato estuvo en peligro de extinción. Yo tenía un vecino comedor-de-gatos que había hecho una trampa para cazarlos. Nadie me lo conto: un día le advertimos que rondaba la casa un hermoso gato negro posiblemente escapado de una casa. Él lo entendió como una invitación a un zafarí citadino, y a los pocos días nos llamó para degustar el felino. Para entonces ya no criaba curieles para comer, ni cazaba majases.

La voracidad del cubano por la carne ausente tiene historia. En Juan Quinquin en Pueblo Mocho, dan cuenta de la vaquilla con la cual se ganaban la vida un par de infelices. La frase de Juan es inolvidable: “con el hambre no se juega, Jachero”. Al menos era carne vacuna, no como un colega quien me contó –es historia de segunda mano- de un paciente, payaso del Circo Nacional. Iban a sacrificar el león por viejo y demente. Y le pregunto si quería probar la carne de león. Otro colega, colaborador del Zoológico, contaba como en medio del mentado Periodo, al búfalo lo habían dejado sin cuartos traseros y mirando, como triste, la loma de la calle 26. Los barrotes de la cotorras de dos pulgadas de espesor, decía, no era para que las aves no escaparan, sino para evitar que los visitantes metieran la mano y se las llevaran. El comediante Otto Ortiz tiene un hilarante monologo donde dos leones de ese mismo zoológico discuten por comida: una col.

Todo esto que parece una broma es cosa muy seria. Una sociedad que maltrata sus animales, y en específico aquel que han acompañado al hombre por milenios, debe estar muy mal. Es todavía peor cuando, según idiosincrasia, ni el perro ni el gato están en el menú de la mayoría de los cubanos. Aún más bajo sacrificar animales afectivos para traficar su carne como animales de corral. Pudiera hasta pensarse que son casos aislados, y lo son. Pero destapan el conflicto de una sociedad que se deteriora en la misma medida que lastima y elimina a los “mejores amigos del hombre”. También se pueden amar las mascotas y ser un asesino psicopático. La simpatía por la perra Blondi no hizo de Adolfo Hitler una mejor persona. Y según Padura, Raúl Mercader, el asesino de Trotsky, y cuyo nombre llevan escuelas cubanas, amaba a sus perros. 

Una explicación plausible, además del deterioro existencial, espiritual de los compatriotas, es que en su escala de valores lo perentorio, lo urgente, es mucho más importante que lo trascendente. Es “resolver” día a día. Una cosa que nos humaniza, y habla de una sociedad desarrollada es, precisamente, como trata a sus animales. Solo es dado al hombre la capacidad de amar y cuidar sus mascotas. Ambos, animales y personas crean un vínculo a veces más fuerte que los seres humanos. La muerte de una mascota puede ser un evento de tal magnitud que genere una depresión. A veces hay exageraciones y confusiones. Puede que no sea muy sano tener solo como amistad, compañía, una mascota. Aquella frase famosa de Madame de Sévigné, “cuanto más conozco a los hombres, más admiro a los perros”, es discutible por pesimista y egocéntrica.

Quizás otro indicador de que estamos en el Periodo Especial II es la degradación de los sentimientos hacia las mascotas por parte de nuestros compatriotas. No bastan leyes y marchas para concientizar una sociedad donde al animal afectivo se le ve como una carga al tener que procurarle comida y cuidados sanitarios. No hay tiempo ni recursos para ser condescendiente con un ser vivo que no habla, no “resuelve” nada y solo da problemas. Es la causa de la epidemia de perros y gatos callejeros en las grandes ciudades cubanas. Es la marcha, silente y asustadiza, de unos seres vivos que no hablan pero saben amar y ser fieles como pocos.   

 


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