Ni política ni religión
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Foto Unplash
Por Francisco Almagro Domínguez
Eran los días de la cruenta guerra civil en la Nicaragua de los Ochenta. Visitábamos con frecuencia la casa de una madre nicaragüense, amiga de la Brigada Médica. Ella había estado en Cuba, y tenía muy buenos recuerdos de su gente. Siempre hubo tiempo para dejar allí la nostalgia; saciar el hambre física y de espíritu.
Un día llegué sin avisar. En la sala encontré tres hombres de los cuales pude reconocer a dos. El primero era hermano de un importante comandante sandinista -él también un alto oficial. El otro era el opositor más connotado del pueblo, al punto de que la Seguridad del Estado cubana -siempre había quien “atendía” a los cooperantes-, advertía de su peligrosa influencia.
Los tres hombres aderezaban la parrafada con unas “chelas” bien frías. Para el joven cubano e insolente que era yo aquello era inconcebible: los enemigos no comparten tragos en un país que se desangra. Se lo dije a la anfitriona. Me parecía una ofensa a tanta muerte, destrucción por doquier. Y ella, con esa paciencia que tienen los mesoamericanos sobrevivientes de tantas angustias, dijo:
“Ellos son amigos de la infancia. Cuando se encuentran, nunca hablan de política”.
La frase de las abuelitas de que para conservar las amistades y un buen ambiente familiar no se debe hablar de política ni de religión posee una sabiduría proverbial. La crispación y ver al otro como el enemigo no tiene cotas geográficas ni culturales. Pero quizás por ser caribes –el influyo climático- nuestros desencuentros tienen el adicional de la ira y el rencor. Somos poco dados a disculparnos por los agravios; toda opinión en contra la sentimos como ofensa personal, ataques a nuestra moralidad y el bien obrar.
Imagino que las bisabuelas y abuelas cubanas lo dirían por propia experiencia. Vivieron el Machadato. Quienes apoyaban al Egregio le concedían la modernidad de la República. Para quienes lo odiaban, era “un asno con garras”. Batista era el sargento mulato que había llegado a la presidencia con el favor de los comunistas; después “madrugó” al inconsistente Prío con el apoyo de las “clases vivas” sin un solo muerto. Los cadáveres de los jóvenes vinieron después. Los mismos que lo colocaron en la silla presidencial conspiraron para sacarlo del poder.
Pero siempre hubo espacios y tiempos para compartir con amigos y familia sin desear la destrucción del otro. La Navidad, el fallecimiento o el nacimiento eran propicios para enterrar el hacha. Una de las fatídicas novedades de la Involución cubana fue el desencuentro familiar y convertir a los amigos en enemigos. Si no pensabas como un “revolucionario” -que era ni más ni menos estar de acuerdo con el Extinto Líder- eras “gusano”. El lugar de las “escorias” era fuera de su país. El apartheid político no ha cambiado su esencia. Solo que se ha hecho más cínico e interesado. Hoy los gusanos son mariposas y las limallas son convertidas en oro por obra de la alquimia comunista.
En el exilio también se cuecen habas. Estar a favor del Bloqueo-Embargo o en contra es suficiente motivo para que un encuentro familiar termine como la fiesta del Guatao –hay al menos tres versiones de los hechos, todas trágicas. Unos dicen que el Embarbloqueo es la justificación del régimen para victimizarse. Los a favor, que el Bloquembargo es la única manera de asfixiar a la dictadura.
Enviar o no remesas a familiares en la Isla es otro tema para exabruptos y no pocas enemistades. A favor quienes aducen que sin la moneda del enemigo en Cuba la vida es casi imposible. Los que están por no enviar ni un dólar esgrimen que el régimen es quien se apodera del trabajo de quienes un día expulsó de su tierra a huevazos -hoy dos docenas es un mes de trabajo- y frenéticos gritos “que se vayan”.
Los temas religiosos cargan las tintas igualmente. Practicar una religión es algo muy personal, diríase una experiencia más que una idea. Las personas que no han tenido ese “encuentro con la Fe” no son unos desgraciados –es decir, no poseen la Gracia de Dios. Ateos y agnósticos piden, como se piden evidencias en una corte de justicia -y la conversación termina siendo eso, un juicio- “hechos concretos” para creer. Los practicantes religiosos intolerantes, fanáticos, preguntan cómo se puede vivir sin Fe; de hecho terminan juzgando de igual manera a quienes los juzgan a ellos. Y tal cadena de imposturas termina en acusaciones y rupturas insalvables.
Hemos vivido varios años en batallas de opiniones -siempre son opiniones- que no valen el amor y el cariño de un hermano, un hijo, un viejo amigo. La intolerancia de los bandos en pugna enfrenta a personas que quizás buscan lo mismo por rutas diferentes. Hallar un punto de convergencia, de ganar-ganar, podría ser el antídoto al desencuentro. Ningún político o religioso “me paga la renta”, dice un buen vecino.
Del mismo modo a veces es difícil esquivar un tema de actualidad donde están implicados elementos políticos o religiosos-filosóficos (el aborto, la eutanasia, la homosexualidad). Ante semejante encerrona que se desliza hacia la inevitable confrontación, lo aconsejable es ir a otro nivel de diálogo donde el humor y el absurdo obren el milagro de detener el también absurdo enemistarse por temas controversiales.
Un amigo cercano tenía una frase infalible para ese momento. En medio del aumento de la temperatura conversacional preguntaba:
-Chico… ¿por fin cuanto está bateando Esther Borja?
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