EN POCAS PALABRAS
- Francisco Almagro
- 25 jun
- 3 Min. de lectura
Cuba Deconstruida
Foto Unplash

Por Francisco Almagro Domínguez
Cuentan que un famoso arquitecto invitado a dar una conferencia en la Isla comenzó su paseo por el este de La Habana. Lo primero que este artista vio fue Alamar, un conjunto de edificios sin gracia y sin orden, como lanzados desde la altura. Cuando entró por el túnel de la Habana, y desembocó en una entonces Centro Habana todavía vivible, y el malecón serpenteante que dejaba ver modernos edificios del Vedado, comentó que la Revolución había ido mejorando los diseños. Al llegar a la Quinta Avenida de Miramar quedó sorprendido: ninguna casa era igual a otra, y el separador central, con sus bellos jardines podados con esmero, daba tal elegancia al barrio que exclamó: ¡Es maravillosa la arquitectura y el urbanismo revolucionario!
Puede que la anécdota sea apócrifa. De ser cierta habría sucedido en los años sesenta, cuando la destrucción del patrimonio residencial y vial de la Habana no era un hecho, y la capital recibía el apelativo de Paris del Caribe. La Habana tenía más cines que Nueva York. En cada esquina, una bodega. Los supermercados y las tiendas por departamentos competían con los norteamericanos. La vida cultural de la ciudad con tantos bares, restaurantes, casinos y salas de baile rivalizaba con la Ciudad Luz. En fin, era una Habana insomne, liberal, pecadora. Así lo cuenta, entre otros, Guillermo Cabrera Infante en sus novelas Tres tristes tigres y La Habana para un infante difunto.
La imagen más contra-involucionaria permitida por el régimen es la llamada Maqueta de La Habana. Allí aparecen en colores las construcciones del periodo colonial, republicano, e involucionario. Creo recordar que la colonia tenía un tinte rojo-ladrillo. El tiempo de la Involución como amarfilado. Y el republicano, que insisten en llamar seudo, falsa república, es varias veces mayor que el resto. La capital con sus barrios -Plaza, Playa, Marianao, La Lisa, Víbora, parte del Cerro y Centro Habana- fue erigida en apenas cincuenta años. Las calles de adoquines y terraplenes de la época española fueron sustituidas por avenidas de asfalto, y tres túneles que desafiaban bahías y ríos en tan poco tiempo.
Para poder imponer una narrativa de éxito, los camaradas tuvieron que deconstruir lo material y espiritual que precedía. Una primera estrategia fue la clásica iconoclasta de los vencedores: de aquí hacia adelante todo será nuevo porque lo anterior es feo, kicht, mediocre, pequeñoburgués. Al mezclar lo político con la cultura y sus expresiones, los compañeros comenzaron a quitar, bloque a bloque, los cimientos mismos de la cubanidad. No es cierto que hubo libertad de creación. El quinquenio o el decenio gris no fue un error de un reducido grupo de comisarios. Sin duda recibían el espaldarazo de quienes gobernaban y gobiernan Cuba como una finca privada. El mensaje es claro, alto y no admite reparos: la Isla venia de algo muy malo y ahora vendrá lo muy bueno.
Quizás fue nuestra herencia judeocristiana la que más sufrió el cataclismo. Hoy en día pocos cubanos podrían decir de donde vienen los nombres de sus ciudades, quien fue el Padre Félix Varela como sacerdote, y la importancia cultural y social del Seminario de San Carlos y San Ambrosio. Tampoco la secuencia formadora de José Martí, que tuvo de preceptor a un ex alumno del mencionado seminario.
El control absoluto de los medios de difusión, de la educación y los centros culturales hizo posible deconstruir y construir una “cultura involucionaria” como si las expresiones artísticas de una nación pudieran tener una rígida línea divisoria, un antes y un después. Esa pretendida separación, política e irreal, es indispensable para hacer creíbles todos los regímenes totalitarios llámense fascismo, falangismo, comunismo, maoísmo, nazismo. Se apropian de un lenguaje de intenciones milenaristas: somos el final de la historia.
El Continuismo padece el mortal virus de la deconstrucción. Han heredado un país desarticulado, y creen que viven en el único que ha existido. Los continuistas no vivieron La Habana en su esplendor. No compraron con sus salarios en tiendas por departamentos en Navidad o Año Nuevo. No saben cómo se gerencia un negocio propio, con riesgos y beneficios. No se han confrontado con legisladores, economistas, filósofos y políticos con criterios distintos. No han tenido que defender su escaño en elecciones libres, ni competir con otros por empleo. No han tenido que enfrentar a periodistas que hacen bien su trabajo, la pregunta difícil, retadora. No saben -ni quieren saber- que en economía dos más dos son cuatro.
La peor desconstrucción, sin embargo, ha sido moral. La mentira y la simulación han penetrado en el tuétano de nuestro ser cubanos. Hemos sufrido un daño que si no es irreparable será difícil de curar. Mi esperanza es visualizar Europa. Destruida por la guerra, no solo recuperaron teatros y palacetes sino las bases económicas y culturales sobre las cuales erigieron sociedades prosperas. Así será en Cuba. Porque no hay desconstrucción que dure 100 años, ni pueblo que la resista “creativamente”.
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