top of page

EN POCAS PALABRAS

  • Foto del escritor: Francisco Almagro
    Francisco Almagro
  • 7 nov
  • 5 Min. de lectura

El Escritor y el Silencio (II)

ree

Por Francisco Almagro Domínguez

Gabriel García Márquez dijo alguna vez que escribir era el oficio más solitario del mundo. Se le atribuye a Jorge Luis Borges una frase de similar intimidad: escribir es soñar. El silencio de la soledad y el soplo onírico suelen ser ingredientes de la escritura. El primero permite alejarse del ruido mundanal, de la distracción y el sinsentido. No es estrictamente necesario mudarse a una isla semi desierta en medio del océano como Lanzarote para concebir originales y filosóficas novelas como Ensayo sobre la ceguera (1995) y La caverna (2000). Samarago confesaría más de una vez que el paisaje y el encierro fueron indispensables para lograr las cuartillas donde no hay signos de puntuación, ni separación de párrafos. En Balzac hallaríamos lo contrario. Enredado en deudas y negocios, viviendo rodeado de gente y en las grandes ciudades franceses, pudo armar La Comedia Humana, medio centenar de novelas, relatos, ensayos y obras inacabadas durante 20 años; la obra refleja la vida compleja del autor y la sociedad.  

Los sueños, como la ausencia de “ruidos”, también pueden ser buena ocasión para encontrar algo que escribir. No abundan los que han confesado cuanto deben las letras a un pestañazo. En cambio, son frecuentes desde los tiempos bíblicos los sueños como profecía. Sigmund Freud se acercó al misterio cuando relacionó los olvidos y los sueños con los deseos inconscientes y las fantasías reprimidas. Podríamos no estar de acuerdo con el inventor del psicoanálisis quien, por cierto, fue un excelente escritor nominado al Premio Nobel de Literatura en 1936 por el poeta Román Rollan.

Los escritores suelen ser, salvando lo peyorativo, impenitentes mentirosos. Crean universos inexistentes, y viven dentro de ellos, aseguran su existencia, y los lectores llegan a creer que Macondo es un pueblo real, y que el Yoknapatawpha del Nobel de Literatura William  Faulkner existió en realidad. Se cumple así el aforismo de que mucho antes de que los científicos y los astronautas pisaran la Luna, ya los poetas estaban allí.         

Un elemento psicológico que a veces se obvia es como el escritor y su obra “embonan” con el “mapa” del lector. Como encaja la letra escrita en las experiencias de los lectores; cómo el relato resuena en el inconsciente del destinatario, y lo hace suyo, como si lo hubiera vivido. Hay ejemplos hasta cierto punto incomprensibles de novelas, poemas y ensayos de altísimos niveles técnicos y estéticos leídos, aceptados por la gente más sencilla. La aparente simplicidad de una narración como El Viejo y el Mar esconde una profundidad ética y estética. Lecturas que pueden revisitarse en la infancia, adolescencia, adultez y al final de la vida. En cada ocasión, Santiago y su lucha por no ser vencido nos dirán cosas distintas. Es la virtud de los cuentos infantiles -en realidad tan o más útiles para los adultos- El Principito, o los Versos Sencillos -¡no lo son en lo absoluto!- de José Martí.

La cuartilla en blanco siempre es un reto. Reto formal, decía Alejo Carpentier: como poner en el papel las letras que contaran la historia soñada o vivida. Para quien redacta, fue Don Eliseo Diego quien dio la mejor definición, con mayor economía de recursos, mayores vibraciones: Me da terror este papel en blanco/ tendido frente a mi como el vacío/ por el que iré bajando línea a línea/ descolgándome a pulso pozo adentro/ sin saber dónde voy ni como subo… /apenas sé que son sino son solo fragmentos de mí mismo mal atados.

Un recurso usado con relativa frecuencia por exitosos escritores es dar rienda suelta a las ideas y hacerlas bajar hasta sus manos en el teclado o el bolígrafo. Reynaldo Arenas mencionó la música como inspirador nato, y el accionar sobre las teclas de la máquina de escribir como si de un piano se tratara. La sonoridad en este caso desencadenaba la idea, y esta se hacía “carne” sobre la página en blanco. Es imposible imaginar a Tom Wolfe escribiendo periodismo literario encerrado en una buhardilla de Nueva York sin mezclarse con la elite y el bajo mundo de la Gran Manzana. El ruido de la gran ciudad, cosa que se experimenta una vez dentro de su polifónica sinfonía de bocinas, sirenas, taladros e idiomas de todo el mundo debe haber sido inspiradora melodía para el también inmenso Truman Capote.           

Algo muy parecido, aunque sin música, y tal vez hasta con la soledad de la nieve, dio origen al Ulises de James Joyce. Aunque no fue su creador, el llamado monologo interior es ese libre fluir de la conciencia que se expresa con ideas desordenadas, como surgen dentro del personaje. Aquí hay un punto interesante. El monologo interior enlaza en varias coordenadas con la literatura cubana involucionaria. La novela de Edmundo Desnoes Memorias del Subdesarrollo (1965), es un largo monologo donde se mezclan la sorpresa de lo nuevo con la frustración del personaje, atrapado en otra dimensión existencial. En ese perfil de monologismo interior tenemos la obra de Caín, Guillermo Cabrera Infante, con La Habana para un Infante difunto (1979). El éxito de ambas obras, no está en las técnicas narrativas, más o menos formales, sino en el “embone” de los mapas del autor y el de los lectores -también atrapados entre la sorpresa trasgresora y la nostalgia de una ciudad que desaparece. Cualquier cubano que lea esas obras se sentirá sumergido de inmediato en la Habana descrita; lo sucedido a los personajes pudo pasarle o pasó a quienes abren las páginas de esas novelas.

Hoy día, enfrentada la sociedad cubana a la mayor crisis moral, económica y social de toda su corta historia -la república independiente apenas tiene 123 años-, se añade la desaparición del librero y la librería, el papel y la pluma, el escritor enciclopédico y el lector impenitente. La pantalla y los caracteres han suplantado al tomo en la repisa; los influencers, especie de nuevos juglares del éter, son los autores de creativos monólogos interiores que están teniendo, a no dudarlo, suficientes “embones” con los mapas de los jóvenes e incluso de venerables que extrañan las páginas de celulosa.

¿Acaso la sociedad está gestando otro tipo de literatura que no comprendemos? ¿Se está forjando una nueva generación de “escritores orales” llamados influenciadores, cuya técnica narrativa es el monologo simple, sin adornos, vacío de profundidad, de “pesadeces” filosóficas y políticas? Si el escritor hace al lector, y este devuelve al escritor su razón de ser ¿qué nos deparan los próximos años? Carlos Fuentes dijo que comenzó a escribir para vivir, y continuaba haciéndolo para no morir. Podría llamarse legado. ¿Qué pasara con el legado literario de tantos siglos cuando se acabe la paciencia de las nuevas generaciones para sentarse y leer una docena de páginas escritas?

 





 
 
 

Comentarios


Contacto

Thanks for submitting!

© 2023 by Train of Thoughts. Proudly created with Wix.com

bottom of page