EN POCAS PALABRAS
- Francisco Almagro
- 12 jun
- 4 Min. de lectura
El Camaroncito Desencantado

Foto Unplash
Uno de los primeros cuentos infantiles que los niños cubanos aprenden es El Camaroncito Encantado. La razón: aparece en La Edad de Oro, revista para los pequeños que escribiera nuestro José Martí. En realidad, el autor es el político, poeta y embajador en Estados Unidos Édouard René Lefèbvre de Laboulaye (8 de enero 1811 –25 mayo 1883) a quien debemos la idea de regalar al pueblo norteamericano la Estatua de la Libertad. Martí, también poeta de exquisita sensibilidad, reprodujo la historia cuya moraleja trata sobre la avaricia. Es un detalle curioso. El Apóstol incluye el relato en una publicación para niños pues consideraba la mezquindad una falta grave para la Republica soñada.
Aunque los lectores conozcan el cuento vale la pena recordarla. Se trata de un humilde leñador con mala suerte. Un día atrapa un viejo camarón que resulta ser mago. A cambio de su vida, el camarón proveerá todo lo que pida. Pero el leñador solo necesita pescados en el morral, algo a lo que accede el mago-camarón. Antes de marcharse, dice a Loppi -así se llama el afortunado- estar dispuesto a concederle todo lo que necesite con solo decir:
"Camaroncito duro, sácame del apuro".
La mujer de Loppi, Macicas, solo estuvo contenta con los pescados breve tiempo. Comenzó a pedir otras cosas; que fuera Loppi al charco, buscara el camarón, y exigiera lo que deseaba. Masicas no tenía limites en sus caprichos: vestidos, un castillo, tierras, ser princesa, reina. Y allá iba el apenado leñador:
"Camaroncito duro, sácame del apuro".
A cada petición de su mujer, el hombre se despojaba de dignidad y cumplía con el deseo de ella. Un día Masicas, dueña de la vida de hombres y mujeres, quiso reinar en el Cielo, y ser dueña del Mundo, según el relato bíblico ser algo así como Dios, disponer del Árbol del Bien y el Mal.
Esta vez el mago-camarón no escondió su disgusto. Dijo al leñador que los maridos débiles hacían locas a sus mujeres. Desaparecieron los enormes prados, el castillo, las alhajas y los sirvientes, y todo volvió a ser mustio, pinos enfermos, la casucha de siempre, y ambos vestían los harapos de los tiempos en que nada poseían. De la furia, a Masicas se les reventaron las venas del cuello, y Loppi murió junto a ella al día siguiente. Por cierto, y esto no es fantasía, un familiar en Cuba, adulto por más señas, me ha confesado que jamás ha probado un camarón. Me recordó la simpática paráfrasis de “camarón que se duerme se lo comen los turistas”.
Es la historia común a todas las dictaduras: el camarón encantado es el pueblo del cual se sirven los ególatras para realizar sus antojos. El proceso comienza con peticiones que parecen nimias, incluso justas. Los reclamos a los pueblos van creciendo; cada día son mayores, desatinados, caprichosamente graves. La psicología cognitiva nos dice que todo inicia con un pequeño cambio en el “mapa mental” de la gente. Esta modificación va ampliándose hasta reordenar y reprogramar las ideas, las emociones y las conductas de las personas. Lo que en otro contexto parecería absurdo -la desmedida mezquindad de Masicas- llega a ser normal, y hasta necesario. Ergo: la "resistencia creativa".
El último episodio del “tarifazo” de ETECSA sigue el patrón del cuento infantil. Durante seis décadas y contando, los comunistas cubanos son Masicas que exigen al Crustáceo Encandilado, el pueblo, más y más de sí. Le han ido quitando derechos consustanciales a los seres humanos como la libertad de elección, de asociación, de reunión, de expresión y movimiento.
El primer “alijo de pescados” se pierde en el tiempo. Aceptar las tiendas en dólares, una moneda en la cual no pagan, ni circula libremente, para justificar gastos del estado -salud, educación, cultura- ha sido una engañifa de tomar balcones. Fue el momento para que el camarón-pueblo se lanzara a la calle. En la medida que el tiempo fue pasando, ahora parece normal el estado-meretriz: es el enemigo quien subvenciona la sobrevivencia comunista.
Con pena hay que vaticinar que la avaricia del régimen no tendrá límites, ni decoro alguno, excepto cuando vean peligrar su poder económico y político. Así dirán siempre los Compañeros de la Tribuna al pueblo-camarón encantado:
“Camaroncito cubano, sácame del pantano”.
Cada Primero de Mayo que se marcha, cada 26 de julio de plazas llenas, cada Primero de enero celebrado a golpe de caldosas y vivas, son un cheque en blanco para que el garrote vil de otra vuelta al pescuezo del pueblo: "Dale", dicen los verdugos. "que todavía pueden respirar". El ”tarifazo”, pues, es solo una circunstancia más. No la última. Con una economía quebrada, y el temor de que las inversiones sean un fiasco, los mecenas políticos, rusos y chinos, no parecen seducidos por el canto antimperialista del Canelismo-Continuismo. Por eso seguiran pidiendo:
“Camaroncito cubano, sácame del pantano”.
Todo parece indicar que el crustáceo insular se cansó de tolerar tanto egoísmo. Y el que vive al Norte, también. Los estudiantes universitarios cubanos son el rostro del desencanto.
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