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Capítulo 2. Aprendiendo a aprender: José Lezama Lima .

  • Foto del escritor: Francisco Almagro
    Francisco Almagro
  • hace 6 días
  • 31 Min. de lectura
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En el aniversario 115 del natalicio de José Lezama Lima he querido rescatar este capítulo de mi libro “La Familia en la Literatura cubana”, escrito en 1998.  Esta es una aproximación a "Paradiso" desde la psicología y quizás fue la manera de “aprender a aprender” la forma de "leer" al Poeta de Trocadero.     

 


“Yo creo que “Paradiso” parte de su circunstancia, de su realidad inmediata. Ofrece las dos cosas: lo muy inmediato, lo más cercano - la familia - y lo que encuentra en la lejanía, lo arquetípico - el mito”.

José Lezama Lima. (entrevista)[1]



I.

Lezama entre el mito y la realidad: Con José Lezama Lima ( La Habana, 19.12.1910 - La Habana 9.8.1976) comienza este Ensayo por dos razones fundamentales: se trata de un importante - imprescindible - escritor cubano contemporáneo y su obra cumbre, “Paradiso”, abarca la historia de una familia cubana que atraviesa la barrera que divide el siglo XIX y el XX,  y prosigue su camino hasta entrada la República.

Había nacido José María Andrés Fernando en un campamento militar - Columbia, Marianao - y era hijo de un coronel de artillería de la primera hornada castrense cubana.  Rosa Lima, su madre, era hija de emigrados revolucionarios, en cuya casa se encontraron importantes figuras militares, políticas y culturales mambisas. La temprana infancia de Lezama transcurre en la Fortaleza de la Cabaña hasta que su padre acepta servir con las tropas aliadas en la Primera Guerra Mundial; se van los Lezama Lima a Pensacola, Estados Unidos. El coronel muere en el extranjero - influenza - sin conocer a la hermana de José, quién nace cuatro meses después. Todos sus biógrafos señalan el impacto que produjo esa muerte - solo sobrepasada como pérdida vital por la de su madre, años después - en la vida del futuro escritor. Regresan a La Habana y se instalan en casa de la abuela materna. También se ha indicado que el asma lo atenazó entonces con fuerza y la inmovilidad hizo que aquel niño leyera profusamente bajo los cuidados extremos de varias mujeres. En 1928 se gradúa de bachiller y en 1929 se muda la familia nuclear a la mítica casa de Trocadero 162. Rosa Lima se hace cargo de la familia con una magra pensión. Para 1938 Lezama es abogado y trabaja en un bufete, el cual abandona en 1940 para trabajar en el Castillo del Príncipe. Ya ha publicado Muerte de Narciso -1937- y un año antes conocido a Juan Ramón Jimenez, un hecho singular para el grupo que formó Verbum y la próxima divulgación literaria, Espuela de Plata. Todo lo resumido que se puede, hasta aquí el Lezama “de carne y hueso” en sus años de infancia, juventud y primera adultez[2].

Es imposible sustraerse de esa crónica “oficial” de la vida de Lezama porque, como en todo mito, se borran las fronteras entre lo construido por el tiempo, el hombre y su obra, y lo que otros, desde los más diversos ángulos, recrean para bien o para mal. ¿Dónde comienza el Lezama -mito? Mito, metáfora, imagen, alma, poética. ¿Dónde se empiezan a entrecruzar los mapas del hombre rollizo, jadeante, criollo, mordaz y altivo con el otro corpus, genio tocado por la misteriosa intemporalidad, el anima del creador? Es una pregunta sin respuesta, o con tantas aristas que cortarían sólo de mirarlas.

Quizás la primera intersección del inaudito ensamblaje, uno de los hilos de Ariadna para entrar - difícilmente salir por la imantación que produce su obra - sea ese que Cintio Vitier considera “el verso más sorprendente con que haya empezado jamás un cubano un poema[3]  en Muerte de Narciso: “Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo”. Porque a partir de entonces, ya no sabemos quién habla, si el hombre habitado por sus fantasmas o el creador creado, corporeizado en hombre toda sombra, imagen y naturaleza cósmica. Sabemos, por sus más cercanos discípulos y amigos, que la figura de Lezama Lima tomó ante sus ojos dimensiones sobrenaturales, desproporcionada estatura en un medio universitario indiferente y mediocre, en un contexto cultural donde unos pocos hicieron del poeta, un manantial inagotable de sabiduría y criollo ingenio. Para entonces, cuando Fina García Marrúz, Eliseo Diego o Cintio lo conocen, Lezama era mitad hombre, con sus defectos y virtudes y mitad ángel, perseguido por sus demonios[4].

Pero la “aventura intelectual” de Orígenes es la que finalmente sorprende a los críticos en Cuba y en el extranjero. Escritores internacionales de la talla de Gabriela Mistral, Aleixandre, Cernuda, T.S. Elliot, Stevens, Saint-John Perse, Octavio Paz o Pedro Salinas colaboraron junto a los cubanos Virgilio Piñera, Octavio Smith, Pablo Armando Fernández y otros mencionados. Como sabemos, la revista fue una invención de Lezama y Rodríguez Feo en 1944 y llegó a publicar 40 números en doce años. Es precisamente en Orígenes donde Lezama “abre fuego” con la que se sería su mayor empresa literaria, espiritual y personal: Paradiso. Allí están los primeros capítulos de la novela. Cuando en 1966 la obra es presentada en su totalidad, según Vitier: “la recepción más generalizada se resumió en un doble juicio tan insólito como contradictorio: era una novela escandalosa; era una novela muy difícil o hermética, por no decir incomprensible”. [5]

Ya el hombre Lezama estaba en camino a la muerte y la resurrección. El Lezama mito, agazapado, sólo tenía que esperar la muerte del Lezama hombre. Es entonces un paulatino alejamiento de la vida pública - había sido vicepresidente de la UNEAC[6] y Director del Departamento de Literatura del Consejo Nacional de Cultura. Su precaria salud no lo acompañaba y tampoco el juicio de quienes aguardaban con impaciencia el final de sus días; de los que no perdonaban, como dijo Rodríguez Feo,  “su perfil arrogante, sus juicios demoledores, su ensañamiento con los amigos extraviados, su odio a la mediocridad, y su altivez en el trato”.[7] Ese “otro” Lezama - “al cuarto no lo conozco. Sus enemigos dicen que impone, y ellos deben saberlo[8] - dejó de vivir hace más de veinte años y ahora, los que no lo conocimos, los que sólo tenemos su obra y algunas entrevistas, vemos delante una figura polisémica, centauro donde el hombre y el animal mítico recrea su lugar en la eternidad. Y se agiganta, crece, no sabemos hasta donde este Lezama existió o no: es, para decirlo con su propia paráfrasis sobre el Apóstol, “un misterio que nos acompaña”. Eliseo Alberto Diego ha hecho una observación magistral: “La muerte, en verdad, llenó de vida a Lezama…. No lo quisieron porque todo arcano asusta, lo mismo a inocentes que a verdugos. Lezama estorbó. Sobró. Fue demasiado”.[9]

Algunas consideraciones previas a Paradiso: siempre recordamos las palabras de Julio Ortega: “Escribir sobre Paradiso es una empresa condenada de antemano a la insuficiencia porque esta enorme novela es prácticamente irreductible a la imagen de un proceso o una estructura que la crítica presume revelar en los textos[10]. Esa misma intención de sabernos falibles, aún limitados a aspectos puntuales en los planos familiares y sociales de Paradiso será como una bitácora, de modo que fijemos antes nuestras coordenadas: la familia Cemí - Olaya en su estructura y evolución, y la referente obra - autor - sociedad. El primer eje será abordado en el II acápite y la relación psicosociológica entre familia, autor y sociedad, dada su compleja articulación -necesitada del primer basamento -, será desarrollada en la tercera parte del capítulo.

La novela bien pudiera resumirse en la historia “de la formación de un poeta que quiere alcanzar o merecer la sabiduría[11]. Nosotros vamos a asumir entonces sólo un ángulo por ahora; el que tiene que ver con el aprendizaje y la familia de José Cemí; el mensaje pedagógico que es posible leer en el personaje a través de su grupo de pertenencia natural y desde él hacia el exterior. Para ello es imprescindible situar algunas claves metodológicas desde el concepto mismo de familia y aprendizaje.

Elaborar una epistemología donde el “alumno” no adquiere el conocimiento bajo influencias lineales, ni siquiera del maestro, que a veces se comporta como alumno y trasmite un sentido de poca certeza; ambigüedad donde crece la duda y, por tanto, la nueva cualidad. En Paradiso no existirá causalidad lineal, ni siquiera una “explicación” al método de formación en Cemí. Lezama se ha limitado a exponer los utensilios, y más que eso, la fragua, que es la familia. A veces pensamos en un aprendizaje incidental, que como dijera Bandura, es un modelado por observaciones y donde el autocontrol parte de la propia paradoja donde se contraponen libertad y necesidad[12] y en otras apostamos por el Interaccionismo Simbólico según la Teoría del Rol y la adaptación Inter sistémica que propusiera el genial Talcott Parsons[13].  Por otro lado, junto al Cemí niño que crece y aprende, habita el síntoma “asma”, de un simbolismo incuestionable; la didáctica propia de la inseguridad existencial y la búsqueda de amor para atenuar la angustia. Ya nos decía Karen Horney que las defensas ante la invalidez movían las conductas y los aprendizajes, y que en la futura persona podía mostrarse dócil, hostil o sola si su relación con los demás era con ellos, contra ellos o sin ellos, respectivamente.[14] Esta última inferencia a algunos personajes “desajustados” y “neuróticos” de la novela es evidente. Pero no nos gustaría prescindir de las herramientas constructivistas y sistémicas pues nos parecen, desde nuestro marco teórico, muy útiles para conocer - al menos tomar claridad - del fenómeno pedagógico en Paradiso. La novela, como veremos, está articulada sobre la base de imágenes y metáforas que van “construyendo” una “realidad lezamiana”. Aquí creemos radica una parte de su hermetismo. Si el lector o el crítico se colocan en una posición de “comprender” el texto desde el supuesto de afirmar o desconfirmar en sus propios mapas esa “realidad”, estará condenado al fracaso. Dice von Galsersfeld que “ la comprensión de lo que otros quieren decir con sus palabras no puede explicarse con el supuesto de que hemos logrado replicar en la mente estructuras conceptuales idénticas a las que ellos intentaron “expresar”. En el mejor de los casos podemos llegar a la conclusión de que nuestra interpretación de sus palabras o frases parece compatible con el modelo de su pensar y actuar[15]. El modelo constructivista de aprendizaje y conocimiento, por lo tanto, no es una “verdad” posible de objetivar, sino el acomodo - fit - que determinadas percepciones provocan en nuestra subjetividad. Quizás entonces estemos en posición de entender lo que Bateson consideró en este sentido: “lo que se aprende es la capacidad de aprender en el proceso de aprendizaje” y citó cinco tipos de etapas que en Paradiso son mostradas con sorprendente fidelidad[16]. Este autor aportó una considerable obra teórica y práctica sobre la influencia de los contextos y los mecanismos por los cuales se producen los aprendizajes humanos e introdujo formulaciones como “aprendiendo a aprender” y la Teoría del Doble Vínculo[17].

Lo sistémico crea también una epistemología donde se intercepta el aprendizaje como función temporoespacial y el sistema - Familia y Sociedad - como mapa o territorio de embone. Ya hemos hecho algunas referencias a la Teoría General de Sistemas en su primera y segunda variantes. Sólo queda por reafirmar que es la familia ese contexto inmediato, ese mapa transgeneracional donde tenemos un guion, lo actuamos - o aprendemos a hacerlo - y donde también se premia o castiga una buena o mala actuación. Paradiso será una novela pródiga en ese sentido. Creo que si pensamos en la obra como didáctica puramente lezamiana desde el referente familiar - ese, no otro - disfrutaremos una aventura singular e irrepetible.

El tiempo de Paradiso: la novela no sigue una línea recta sino, como su misma concepción esencial, hay un tiempo recurrente que salta y deja la sensación de reminiscencia extraviada para, en un recodo, detrás de una nimia oportunidad, volver sobre ese tiempo inconcluso. Tal vez esa sea otra puerta “hermética” de Paradiso.

La acción comienza en la segunda década del siglo XX cuando José Cemí sufre una de sus crisis de asma bronquial y Baldovina, la sirvienta, lo asiste. Su padre, José Eugenio Cemí, es coronel del Ejército Constitucional que sustituyó a las tropas interventoras norteamericanas y al licenciado Ejército Libertador. Consecuencia directa de las intervenciones norteñas, resentimientos y pugnas entre antiguos oficiales mambises, la nueva tropa se nutrió de jóvenes formados en academia que obtendrían grados con celeridad y rápido mando al frente de los cuarteles. El padre de Cemí será ordenado jefe de la Academia de El Morro. En el capítulo II estaremos en 1917, época en que el coronel Cemí hace prácticas de artillería en las costas de Jamaica. Estamos en la Primera Guerra Mundial y Cuba es aliada de los Estados Unidos.

De pronto, hacemos una regresión al XIX y no en la Isla: Rialta, la madre de José y futura esposa del coronel, está en Jacksonville con su familia; tiene diez años. Es una familia de emigrados cubanos a la Florida vinculados a la independencia de Cuba. La madre de Andrés Olaya - el padre de Rialta - es una separatista militante que ha obligado a su hijo ir al exilio cuando el éxito en los negocios prometía otro camino que no fuera la emigración. Esta es una etapa histórica importante en la familia y en el futuro de Cuba. Como sabemos, la diáspora cubana a Estados Unidos apoyó considerablemente todas las gestas independentistas, pero no escapó a las divergencias y preferencias entre los líderes del exilio. También es necesario conocer que la mayoría de los exiliados eran simples artesanos, tabaqueros en su mayoría, que a duras penas contribuían a la causa económicamente a la vez que formaban valores patrióticos en sus hijos.[18] Lezama deja bien claro que la casa de los Olaya fue sitio de reunión de importantes figuras del exilio independentista: José Eugenio conocerá a Rialta en un baile donde esta saluda al Presidente Tomás Estrada Palma y le pregunta si se acuerda de ella.

En el capítulo V damos un salto adelante y José Eugenio está en la escuela donde conocerá a Alberto Olaya - hermano de Rialta - que ha regresado junto a su familia a La Habana. Geografía coincidente: son vecinos. Son los primeros años de la República, que nace intervenida, “protegida por el vecino del Norte”. Aunque la referencia al entorno sociopolítico circundante a los Olaya y los Cemí no es explícita, todo el mundo escolar que rodea a Alberto y a José Eugenio está lleno de contradicciones y escarceos de una necesitada estabilidad. Fibo y el pusilánime Enrique Aedo son las antípodas sociales de las familias marginadas y las de nuevos ricos que tratan de conciliar con las primeras. Suceden cosas tremendas entre hermanos: luchas y alzamientos de antiguos oficiales mambises, los honrados administradores del exilio se infestan con el poder y la corrupción, las familias miran hacia su pasado hurgando en los baúles de la pasada contienda para rescatar esos valores patrios amenazados. En ese contexto, José Eugenio conoce a Rialta - que como Cintio Vitier reconoce, es nombre alusivo, puente entre dos familias - y pronto quedan unidos por matrimonio.

Para el capítulo VI habrá felices coincidencias y tristes desenlaces familiares. El coronel Méndez Miranda, que es primo de la madre de José Eugenio Cemí conoció a los Olaya en el exilio y eso solidifica aún más los vínculos de la pareja. Nace José Cemí en llamativo simbolismo vincular y en poco tiempo damos un salto de varios años para estar en Fort Barrancas, Pensacola. Allí ha sido enviado el coronel y Rialta con sus dos hijos - Violante y José - embarazada de una hija que José Eugenio no llegará a conocer porque morirá de influenza. El ciclo temporal se ha cerrado engarzando, a esta altura, lo que sucedía en el primer capítulo. Es muy interesante que justo al cerrar esta primera espiral del tiempo con la muerte de José Eugenio, aparece Oppiano Licario, el personaje desde cuya ausencia presencia parece bordarse el destino de José Cemí.

De regreso a Cuba, presumiblemente a finales de la década del diez, la familia Cemí - Olaya va a vivir a Prado donde está la casa de la abuela materna, Doña Augusta. En esta locación sucederán hechos llamativos desde el punto de vista familiar.

En el capítulo VIII no hay específicas alusiones al tiempo, pero en el IX ya Cemí está en la Universidad y participa en un hecho de trascendencia histórica: la manifestación estudiantil del 30 de septiembre de 1930[19]. Creemos que la mayor virtud de este pasaje está en que el propio Lezama fue testigo de los hechos, y es capaz de recrearlos con sorprendente verbo poético e imágenes insuperables en la novela[20].

No es casual entonces, tras el suceso - que marcó treinta años de frustraciones y “república factoril”[21] - ver a José Cemí encontrar por primera vez a sus dos amigos, Foción y Fronesis, pariguales generacionales que lo acompañaran en adelante. Es precisamente a partir de ese momento que volvemos a perder el hilo del tiempo y no lo recuperaremos - salvo apariciones tentadoras - hasta el final del capítulo XIII donde Cemí halla a Oppiano Licario y se cierra otra espiral - quizás la formación espiritual del poeta. 

El capítulo XIV es una sección añadida cuando la novela estaba en imprenta[22]; confuso resumen de intersecciones oníricas, recuerdos y muertes que anidan en Cemí. Un círculo que vuelve a cerrarse, inconcluso y muy lezamiano: “ritmo hesicástico, podemos empezar”. 

 

 

 

II.

Tal vez una de las barreras para que el lector “término medio” se encuentre en Paradiso sea la complejidad estructural y funcional de la familia. Por eso, es inevitable estudiar por separado a la familia de José Cemí Olaya en sus dos partes constitutivas y complementarias: los Olaya y los Cemí.

Familia Olaya:  Como podemos apreciar en la Figura 1, el familiograma de los Olaya tiene rasgos distintivos: en la primera línea generacional, nacida en el Siglo XIX, se ha perdido el componente masculino. La pareja Andrés y Augusta provienen de familias con ausencias de padres. A cambio - hogares de monoparentalidad femenina - los hijos crecen bajo un régimen jerárquico de mujeres. Eso será particularmente señalado en Andrés Olaya, cuya madre, Mela, obliga a la emigración con su conducta separatista. Augusta también sentirá esta ausencia patriarcal en su hogar pues la Abuela Cambita - Carmen Alate - es un personaje de gran influencia en el desarrollo de sus hijos.

Cuando los Olaya se encuentren en Jacksonville serán un grupo ampliado, donde la única presencia masculina adulta es Don Andrés. Han tenido cinco hijos, de ellos dos varones. Pero poco tiempo tendrá el reequilibrio genérico porque Andresito, el violinista, morirá en un trágico accidente. Ese es un hecho que marca, fatídico, el destino de la familia; Alberto, el hijo varón siguiente, será llevado al lugar de su desaparecido hermano. Más tarde morirá también en un absurdo percance en La Habana. Augusta, futura abuela de José Cemí, tiene estructuralmente un mandato y una construcción: las mujeres quedamos para proteger la familia; el destino de nuestros hombres es trágico.

Familia Cemí: Si los desgarramientos en la familia Olaya son localizados en el género masculino, en los Cemí alcanzan a toda una línea parental. José Eugenio, futuro esposo de Rialta y padre de José, ha perdido a ambos padres. Él y sus tres hermanas quedan al cuidado de Doña Munda, también una figura protectora y sobre involucrada. El único referente en la línea parental será su tío Luis Ruda - de pobre ascendencia intelectual - quién, aliado a su madre Munda, se encargarán de dinamitar la imagen de El Vasco, padre de José Eugenio. Observe el lector como en la Figura 2 desaparece del familiograma la segunda línea de parentesco y José Eugenio queda en la estructura como el mayor y único hijo varón. Es muy llamativo este hecho, porque semejante organización familiar obliga al niño a una madurez temprana, al ejercicio de obligaciones antes de tiempo, a ocupar roles para los cuales no está cronológica o psicológicamente preparado. Sólo desde esa perspectiva podemos comprender en toda su magnitud la conducta del futuro coronel; la sola herencia española de El Vasco - con su típica tozudez e inflexibilidad - no explicará las “curaciones” que hará a su hijo José para el asma, ni tampoco el apodo de “El Jefe” que le tendrán en su familia con Rialta Olaya.

Familia Cemí - Olaya: cuando José Eugenio Cemí y Rialta Olaya fundan su familia, arrastran a ella un universo complejo de pérdidas en sus familias de origen. En la Figura 3 observamos el familiograma que tienen para principios de la segunda década del Siglo XX. Con toda intención ya hemos puesto el símbolo de muerte para el coronel. Destino o novela, esta nueva familia será presa también de la desaparición del componente masculino en la díada parental. Pero antes, en el primer capítulo - no está en la representación - la familia se hallará en el campamento militar rodeada de sirvientes que ofician como familiares al cuidado de José Cemí. Baldovina y los otros, son un subsistema que convive junto a los Cemí - Olaya; su importancia como red de apoyo no puede ser olvidada porque de alguna manera reproduce el patrón estructural de las familias originales de José Eugenio y Rialta. Hemos querido incluir trigeneracionalmente a Augusta, personaje clave, sin duda. Esta “matancera dulcera” ejerce su poder incluso en vida del coronel, quién “la obedecía y lo obligaba a religiosa sumisión, como esas reinas que antaño fueron regentes[23].

Es curioso que Lezama nos haya presentado una familia que desde su ontología como grupo funciona en sentido matriarcal. No debe sorprendernos. Para principios del siglo XX la familia cubana había pasado recién una guerra encarnizada - en ella, los hombres como protagonistas fundamentales - y la economía y el estado de salubridad cobraban en el género masculino sus mayores víctimas. Eso conspira con la tradicional ascendencia patriarcal adquirida del español, que como componente de la cubanidad era importante[24]. La familia cubana que se adentra en el siglo XX está obligada por varios factores a cambios de segundo orden.[25] En el análisis dinámico volveremos sobre ese punto.

Otros aspectos de organización familiar en las tres familias están relacionados con las fronteras o límites. Al perderse la línea vital de parentesco, la división entre los subsistemas se torna porosa. Ello sucede en los Cemí más que en los Olaya: Doña Munda ha tenido que cuidar de José Eugenio y sus hermanas y pone a su hijo Luis Ruda a ese nivel, aliado contra el fantasma de El Vasco. Veamos en la obra cómo las abuelas “fundacionales” atraviesan las fronteras de generación para ubicarse en los subsistemas nietos y provocar cierto amalgamamiento y exceso de involucración. Ese patrón se repetirá en Augusta, cuya violación de límites se vuelve necesaria y aceptada por todos, mucho más después que muere su yerno, el coronel.  Producto de ese elemento “disfuncional” en la estructura, los individuos quedan “colgados” a sus familias originales y serán incapaces - si lo logran es a un precio muy alto en el orden psicológico - de fundar otra familia independiente.[26]

Algunos factores dinámicos: llaman poderosamente la atención: el juego de roles, la comunicación y los afectos familiares.

Ya hemos visto el trágico destino de los hombres: desaparecen o enferman a ambos lados. Las mujeres asumirán funciones educativas y proveedoras de los hogares. Eso es singular en la familia Cemí - Olaya. La mujer - Augusta y Rialta - ocupa la posición del hombre ausente, por primera vez cuando José Eugenio Cemí cumple con sus deberes militares: “Para paliar la melancolía, la señora Augusta había ido a acompañar a Rialta. La compañía se hizo más cercana, cuando un tifus grave se apoderó de Rialta. El antiguo señorío de la señora Augusta volvió a tener oportunidad de esplendor[27]. Algo que será un anticipo del rol jerárquico y autosuficiente de Augusta y Rialta al desaparecer definitivamente el coronel: “Ni a Rialta ni a mí, nos hacen falta para vivir esas rentas de las casas[28].

Los roles asignados a los hombres, en cambio, son de dependencia y enfermedad; son contrapesos a la historia familiar. Alberto Olaya, el que se supone sustituto de Andresito y de su padre Andrés: “Lo rodeaba el acatamiento por anticipado, asentamiento regalado…  Se pensaría que la familia vigilaba y cuidaba esa pequeña gota del diablo, como contrapeso a un desarrollarse clásico, robusto, de sonriente buen sentido…”[29]. Y sabemos desde el principio que José Cemí estará condenado por su rol de enfermo al cuidado de los demás - mujeres - y la exploración de los bosques del saber; en un pasaje antológico de la novela le dice Rialta al verlo regresar de la manifestación: “Ya sabes que cuando te agitas, el asma te ataca con más violencia… no rehuses al peligro pero intenta siempre lo más difícil… la muerte de tu padre fue un hecho profundo… me dejó soñando que alguno de nosotros daríamos testimonio al transfigurarnos para llenar esa ausencia”.[30]. Estas palabras en boca de Rialta tienen un profundo sentido referencial en Lezama pues sabemos que su “misión” fue contar la historia de su propia familia. Pero ese será un tema para la tercera parte de este artículo.

Mucho se ha escrito sobre la comunicación o el “lenguaje” en Paradiso. Vargas Llosa, por ejemplo, dijo que era una novela “exótica” en relación con la cantidad de citas y metáforas no americanas que se hallaban en un entorno latinoamericano[31] mientras otros consideran la obra como un gran poema novelado debido a la profusión de imágenes. Por eso no vamos a detenernos en considerar aspectos de lingüística o metalingüística en el discurso narrativo de Paradiso, sino en aquella comunicación que subyace, como proceso, a nivel familiar. Entendamos que comunicación, para nosotros, tiene su paradigma en la conducta y que es la información un sistema de intercambios con afirmaciones y desconfirmaciones conativas donde lo más importante es el cambio en el receptor o destinatario del mensaje y no el mensaje per sé.

En el capítulo I se dan dos procesos comunicacionales de suma importancia. En el primero la relación Asma de Cemí y Baldovina; en el otro, el circuito José Eugenio Cemí y Doña Augusta. Baldovina que está al cuidado del asmático niño tiene que responder por una “ringlera” de preguntas que hace al coronel por la salud de su hijo tras los paseos. Como proceso, Baldovina accede al sistema comunicativo parental a través del “síntoma” asma corporeizada en el niño. Esta será un constante en la obra - el síntoma como comunicación - pues abundarán sujetos “enfermos”. Pero la segunda relación es esencial: el mulato Juan Izquierdo que es cocinero prepara “a su forma” una salsa y Rialta insinúa su desacuerdo; se produce una escalada de finezas culinarias y Rialta consulta con su madre, Doña Augusta, quién aconseja despedir al diestro cocinero por ordenanza de “El Jefe”. Al final, sin que encuentren un artífice parecido, la familia debe readmitir a Juan Izquierdo. Véase como la comunicación Augusta - yerno se produce a través de Rialta, en forma indirecta, desconfirmando la autoridad de Rialta.[32].

Sin embargo, en circunstancias muy precisas, el “sistema pedagógico” en Paradiso acude a enmascaramientos dialogísticos que, al provocar la desconfirmación y la duda, hacen funcionar el llamado “aprendiendo a aprender”. Tres momentos cumbre son la lectura de la carta del tío Alberto que Cemí oye - “se le borró, como si hubiese recibido un arponazo de claridad, el concepto familiar del demonismo de Alberto[33] -; las discusiones filosófico-literarias de Fronesis, Foción y Cemí  - entendidas como crecimientos - y el equívoco de José Cemí al confundir a Urbano Vicario con Oppiano Licario desde el absurdo construido por el propio Licario.

En gran parte de la comunicación de la novela asistimos a una sensación de “no saber si es cierto o no lo que se dice” porque, desde nuestras referencias, algunos pasajes suenan estridentes e incomprensibles. Creo que eso está hecho con toda intención desde el ángulo de crear, en el personaje primero, en el lector, después, una sensación de “ver que no vemos”[34]. Si se logra esa primera contrariedad, la función pedagógica de Paradiso es válida para el “aprendiendo a aprender.” La metáfora y la imagen no hacen otro efecto que ensanchar nuestros mapas con la duda y la convicción de nuestra propia ceguera para después invitarnos a una co-construcción de realidades - las nuestras - y aprendizajes emocionales - los verdaderamente útiles.

El universo afectivo de Paradiso es, de igual modo, sugerente. Toda la estructura familiar propende a que las abuelas y las madres queden sobre involucradas con los vástagos[35], impidiendo el crecimiento y maduración de algunos personajes. Pero de todas las formas del relacionarse emocional una de las que mayor implicación psicológica tiene es la llamada narcisista[36]. Hay suficientes pasajes que muestran el narcisismo emocional entre Augusta y sus hijos, o el coronel y Cemí. En esta última relación, hay un momento paradigmático cuando José Eugenio lanza a su hijo al agua. El coronel, recordemos, es un “desnutrido emocional”[37] por sus carencias infantiles. Esa necesidad de tener vástagos fuertes y saludables,  choca con una realidad porque “se veía que a José Eugenio Cemí le molestaba mostrar a su hijo con el asma que lo sofocaba[38]. En la necesidad de completamiento afectivo demuestra su amor de la manera que pudo aprender: siendo rudo. Lo volveremos a verlo “curando” con hielo el asma de su hijo mientras Rialta sufre con esa manera de “expresar” cariño el hijo de El Vasco. Las involucraciones narcisistas tendrán un punto culminante cuando Foción y Fronesis se separen a causa de la negativa del padre del segundo a esa amistad. Foción es un destetado emocional en forma traumática - adulterio de la madre con el hermano del padre - y tiene armas poderosas contra la familia “sana” de Ricardo Fronesis. En el diálogo del padre y el hijo se observa un claro narcisismo que se resolverá con “una inmejorable solución”: que Fronesis busque a su madre biológica[39]. De la misma manera, la relación afectiva de Licario con Cemí descansa en una construcción interesante y muy compleja. A ella dedicaremos algunas líneas en otro momento.

Para concluir retomemos la dinámica del sistema familiar de José Cemí. ¿Era posible mostrar funciones más “sanas” o creíbles? Creo que la familia que nos presenta Lezama es coherente con su historia y sus pérdidas, con sus logros a cuenta de increíbles sacrificios individuales. Muchas personas que se ponen en contacto con la novela - si logran terminarla - no llegan a creer que todo ese universo torcido y “poético” pueda ser real. Y después de volver una y otra vez al Paradiso de Lezama, no veo tanta virtud en el manejo imaginativo como en su más absoluta fidelidad a hechos que son perfectamente posibles. Esta familia desarrolla una serie de cambios estructurales y funcionales para sobrevivir a una “realidad” circundante que es igual o más absurda que la familia misma. De la misma manera que el capítulo VIII nos “choca” - por algo será - la novela es una cátedra de realidades lacerantes que se ajustan, en la lógica más psicológica - que es la irrealidad de las imágenes, la metáfora y la subjetividad abigarrada - a una época de cierta familia cubana. Si admitimos esto, daremos un paso en firme para comprender la necesidad de ese mítico capítulo VIII.

Vinculo y Narrativa del capítulo VIII: antes de que pudiera leer la obra ya oía hablar a las personas de esa “parte picante” de la novela. Sospecho que el propio Lezama sabía el efecto que esto iba a producir en un país que se jacta de una sexualidad tropical sin prejuicios, plena y por otro lado, un desconocimiento abismal sobre estos temas, incluso entre los profesionales de la salud[40]. En una entrevista el autor diría: “Paradiso es una totalidad y en ese todo está el sexo[41].

Asistimos a una capítulo intercalado - a medio camino - que, desde nuestra visión familiar, cumple con un doble mandato: la formación de la sexualidad en la adolescencia y la escuela; y enjuiciar el discurso sexual social desde narraciones alternativas. El primero estará dado por las peripecias eróticas - y no siempre felices - de un adolescente “priápico”[42] en cuya formación intervienen casuales encuentros sexuales “ambidiestros”. El segundo mandato que leemos es el de la construcción social de una sexualidad “pura” y conservadora familiar, contrapuesta, doble vinculada a una vivencia sexual mucho más rica, inacabada, en ocasiones impredecible. Que nos “duela” cómo Lezama la aborda - o nos recuerde, tal vez, alguna pulsión homosexual que llevamos muy adentro - no quiere decir que el capítulo sea “pornográfico”.

Aquí se narran los encuentros sexuales “fortuitos” de un alumno llamado Farraluque, precedidos del exhibicionismo fálico de su condiscípulo Leregas. En las uniones carnales “adolescenticas” del bien dotado Farraluque, quizás Lezama trate de simbolizar la imprescindible coniunctio descrita por Jung, donde la unión primigenia del alquimista “determina el nacimiento de aquello que representa lo Uno y lo unificado[43]. O dicho en términos de alquimia medieval, la unión vinculada como elemento esencial de toda creación. Existe, además, un planteamiento analítico de hondura pues, como sabemos, la Fase Fálica es una etapa del desarrollo freudiano de la personalidad.

Farraluque comienza su relación heterosexual vaginal con una sirvienta y después, contranatural, con la otra. Hasta ese momento no hay signos de complejidad, pero al mantener un muy bien descrito contacto buco genital con la “señora”, entra en lo que Lezama llama “el reino de la sutileza y de la diabólica especialización[44]. Es conocida la carga erótica que produce tanto el fellatio como el cunnilingus, y esto, a su vez, nos prepara para el primer vínculo homosexual, atípico, sin penetración, contado en unas breves líneas. Hasta aquí un nivel de lectura diádico donde el vínculo se ciñe a lo singular. Pero cuando Farraluque sea convocado a la carbonería y allí tenga contacto homosexual con el marido de la señora - el señor del antifaz: excelente símbolo de doble moral - desbordaremos esas relaciones microsistémicas para hacer inferencias al hipócrita mundo conservador que nos rodea. De ese modo, la relación de la carbonería entre Farraluque y el Hombre del Antifaz conecta, vincula, lo individual y diádico con lo sistémico exterior, bastante conservador y cínico.

Esta crítica implícita a las dobles vidas o paralelismos “morales” tendrá su expresión dramática en la relación entre un padre católico - Eufrasio -, una infiel esposa - Fileba - un voyerista llamado Godofredo el Diablo y un suicida, Pablo, esposo de Fileba. Lezama utiliza toda su genialidad para narrar una relación “torcida” entre el preste y la infiel Fileba, y como en la historia, donde el alejamiento de la carne es imprescindible para tener éxito en la unión no concupiscible, quedamos anonadados tras la lectura, vertidos hacia nuestras más recónditas y primarias pulsiones.

Cemí, niño Tótem: José Cemí es el hilo visible que teje una crónica familiar por encargo. Ha sido preparado desde la infancia por todos los fantasmas de los ausentes y los temores de los presentes para alcanzar una summa humana y al mismo tiempo, espiritual. Es Cemí el mito viviente que como dijera Levi-Straussse desarrollará como una espiral, hasta que se ajuste el impulso intelectual que le ha dado origen[45]. Recurrencias las de Cemí que no concluirán hasta el capítulo XIV - que adicionara Lezama estando la novela en imprenta - donde el mito y su continente humano serán reencarnados por otro espíritu, el de Oppiano Licario, testigo mayor de los grandes momentos de la familia.

La familia Cemí - Olaya “construye” a Cemí como un objeto totémico desde antes de su nacimiento[46]: vagan en sus reminiscencias las almas transmigradas, la necesidad de perpetuarse como “tribu”, la creencia, en Rialta y Augusta, de cierto animismo. En el citado capítulo XIV asistimos a una ceremonia de extrema complejidad psicológica, más hermética aún si no comprendemos que la narrativa de Licario es la misma de Lezama - la presencia de la hermana y la madre - quienes están preocupadas por la soledad del personaje y su genio poético de “excéntrico candoroso”. En determinado momento Lezama insistirá en lo que creemos es la parte pedagógica de la novela. Licario se somete a un absurdo examen y se convierte en examinador. El “aprendiendo a aprender” llegará a su punto culminante del cual ya vimos en el capítulo anterior un adelanto. Sólo será posible la Etapa II si se cambia el contexto de aprendizaje y eso justamente sucede con Cemí cuando se acerca a la funeraria y detrás va dejando sus fantasmas y figuraciones.

Lezama nos propone un reto filosófico en las últimas dos páginas. El mito familiar José Cemí puede quedar circunscrito al sistema que le da origen. Pero recordemos que José Eugenio Cemí le encargó a Licario la protección y cuidado de su hijo - en una extraña conciliación del alma al abandonar el cuerpo. La asistencia de José al velorio y su metáfora del descenso a la cafetería puede ser la oportunidad de adicionar - o suplantar - un mito puramente local, familiar, por uno mayor, social, que es el de Oppiano Licario. José Cemí siente que corporeiza a Licario; el espíritu del maestro se interna en Cemí: “las sílabas que oía eran ahora más lentas, pero también más claras y evidentes[47] algo de lo cual queda adelantado con el poema que recibe el joven de manos de la hermana del difunto.

¿Dónde está José Lezama, dónde José Cemí o Licario? No lo sabemos, sólo tenemos su obra y algunas entrevistas que tratan de vincular los tres personajes.



III.

La familia contada por Lezama Lima: a la inevitable pregunta de si Paradiso era una novela autobiográfica, respondió:

Toda novela es siempre algo autobiográfica; todo novelista emplea recursos idiomáticos, factores idiomáticos, recuerdos de infancia, entrevisiones, momentáneas fulguraciones, una visión, una totalidad… el tío Alberto es un personaje de la familia cubana. En la familia cubana es muy frecuente la presencia de un tío un poco bala perdida… Estos tíos eran, en el fondo, muy queridos. Porque eran más queridos por las madres, por las hermanas… yo he señalado como una de las primeras visiones de imagen de poesía que tuve cuando vi jugar a mi tío Alberto al ajedrez”.[48]

Y en relación con José Cemí:

Cemí es, sin duda alguna, el adolescente siempre perturbado por llegar a configurar la imagen, por encontrarle un contenido y rebasar su expresión”.[49]

Resultaba evidente para quién conociera por referencia la vida personal del escritor establecer una conexión entre su obra y su existencia. Y más allá: la sociedad y la familia cubana que había conocido. José Ramón Ribeyro escribe:

“En Lezama Lima ese paraíso es, además, de la infancia de José Cemí, la vida de cierta clase media cubana, que el evoca con tanta emoción, la de esos criollos con tanta cortesanía, de las comidas familiares, del padre reverenciado, de los solares con patio y muchas alcobas…”[50]

Y amigos personales, escritores como el poeta, no pueden dejar de relacionar la Obra con su vida:

…la hermana Eloísa se retrata con Doña Rosa junto al balconcito torneado, y el enorme retrato de su padre el coronel ordena aún al hijo llevar hasta el final el camino elegido, no importa cuál fuese, ordena siempre la derechura última”[51].

Paradiso, una familia inconclusa:  Lezama todavía tiene mucho que decirnos. La familia de Paradiso queda en la asunción por Cemí del espíritu de Licario y no sabremos nunca qué destinos tomaría semejante totalidad unificada, corporeizada en un joven talentoso. La muerte de Rosa Lima, según testimonios, fue el golpe más duro que recibió el escritor en sus últimos años de existencia humana. Cuentan, los que sí lo conocieron, que a partir de entonces la vida se le deterioró irremediablemente.

Lezama parecía estar preparado desde su “fortaleza” en Trocadero para esquivar y sobreponerse, incluso, a las críticas mordaces o el silencio oficial. El “eterno opositor” pudiera haber aceptado cómo se le desaparecía de los textos escolares, y salvo algún amigo digno, cómo se le apartaban ante el temor de contaminación. No perdonaba a los amigos extraviados, dice Rodríguez Feo en su Correspondencia; pero todo, todo hubiera sido más o menos soportable a la ausencia de su asidero afectivo.

Creo que Lezama - Cemí encarnan una parte considerable del hacer y el ser cubano, esa familia que con sus defectos, demonios, placeres y ángeles nos teje un guion y convoca. Gracias, Señor José Lezama Lima, Licario o José Cemí, donde quiere que se encuentren, por enseñarnos a ser nosotros mismos.  

 

 [1] Centro de Investigaciones Literarias. Interrogando a Lezama Lima, en: Valoración Múltiple de Casa de las Américas. La Habana, 1970. 21.

[2] Alvarez, A. Orbita de Lezama Lima, en: Valoración Múltiple. Ob. Cit. 44-48.

[3] Vitier, C. La poesía de José Lezama Lima y el intento de una teología insular, en: Valoración Múltiple. Ob. Cit. 69.

[4] Es sorprendente cómo el poeta Elíseo Diego nos da “varios Lezamas”  en Recuento de Lezama Lima, Ob. Cit. 289-290.

[5] Vitier, C. Invitación A Paradiso, Prólogo a: Paradiso, de José Lezama Lima. Editorial  Letras Cubanas, La Habana, 1991. V.

[6] Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

[7] Rodríguez Feo, J. Mi correspondencia con Lezama Lima. Ediciones Unión, La Habana, 1989. 32.

[8] Diego, E. Recuento de José Lezama Lima. Ob. Cit. 290.

[9] Diego. E.A. Informe contra mí mismo. Editorial Extra Alfaguara, México, 1997. 86.

[10] Ortega, J. Aproximaciones a Paradiso, en : Valoración Múltiple, Ob. Cit. 191.

[11] Vitier, C. Invitación A Paradiso. Ob. Cit. VII.

[12] Bandura, A. Principles of Behavioral Modification. New York, Holt, Rine-hart and Winston Edts. 1969.

[13] Teoría del Rol: se plantea la importancia del “papel” individual en un guión social y familiar dado un tiempo y espectadores que aprueban o desaprueban la “actuación”; algo que Parsons engrandecería con sus aportes de la acción delimitada por normas y valores de la vida social y que en el José Cemí en crecimiento tendrá una expresión manifiesta. Ver: Parsons, A. La estructura de la acción social. Edit. Guadarrama, 1968.

[14] Los psicoanalistas culturalistas rompieron la ortodoxia mecanicista y pan sexualista freudiana. El síntoma y la personalidad se entienden por ellos como aprendizajes desde un contexto cultural. Para profundizar, ver un clásico: Horney, K. La personalidad neurótica de nuestro tiempo. Edit. Paidós, Buenos Aires. 1972.

[15] Von Glasersfeld, E. El constructivismo radical: dos perspectivas, en: Revista de Psicoterapia y Familia. México 2(2), 1989. 40.

[16] Etapa 0: asimilación simple de información exterior; Etapa I: Aprendizaje por estímulo - respuesta; Etapa II: penetración subjetiva y estímulos del Self (cambio de contextos: aprendiendo a aprender); Etapa III: cambios que produce el Doble Vínculo; Etapa IV: se necesitarían cambiar los requisitos biológicos  de la especie. Ver: Simon, F.B.; Stierlin, H.; Wynne, L.C.; Vocabulario de Terapia Familiar. Editorial Gedisa, 1era edición, Buenos aires, Argentina, 1988. 31-33.

[17] Ver: Bateson, G. Pasos hacia una ecología de la mente. Editorial Lohlé, Buenos Aires, Argentina, 1977.

[18] La emigración política y económica a Estados Unidos fue un soporte imprescindible para las dos guerras por la independencia de España. Desgraciadamente, las pugnas por tácticas y visiones diferentes del momento mutilaron la unidad. Desde la primera guerra de independencia, la familia cubana en el exilio adquirió un papel esencial como núcleo de identidad y formación de valores patrióticos. Para conocer más los detalles de esta etapa, ver: Alvarez Estévez, R. La emigración cubana a Estados Unidos: 1868 - 1878. Editorial de Ciencias Sociales, 1986.

[19] Cintio Vitier identifica en este escena de Paradiso no sólo el día sino que la “figura apolínea” descrita por Lezama es la Julio Antonio Mella. Ver: Invitación a Paradiso, Ob. Cit. XI.

[20] Roa, R. Valoración Múltiple, Ob. Cit. 318: “El talento puramente literario más exuberante, pulposo y encaracolado de esa generación es José Lezama Lima, quien - dato curioso casi desconocido - participó jadeante y resuelto en la manifestación del 30 de septiembre”.

[21] Raúl Roa escribió un libro fundamental sobre las causas y consecuencias de la mediatización de la República y como el punto culminante de aquel engrendro pudo ser una revolución, al menos democratizadora. Ver del autor: La revolución del 30 se fue a bolina. Ediciones Huracán, Instituto del Libro, 1969.

[22] Vitier, C. Invitación a Paradiso. Ob. Cit. XXVI.

[23] Lezama Lima, J. Paradiso. Editorial Letras Cubanas. La Habana, 1991. 13.

[24] El profesor José A. Bustamante que era una autoridad en psiquiatría y estudios transculturales, explica los componentes psicológicos del cubano a partir de la mezcla de varios tipos familiares. El español, dice Bustamante, aportó una organización patriarcal con gran disciplina y rectitud exagerada. Menciona igualmente un estudio de la Foreing Policy Asociación donde caracterizan a la familia cubana como “unida en las crisis” y separada una vez mejorada la situación. Ver del autor: Raíces psicológicas del cubano. Imprenta Económica Integral, S.A. La Habana. 1960.

[25] Cambios de segundo orden: resultantes directos de adaptación ante las crisis implican cambios estructurales.

[26] La violación de los límites puede ser una necesidad de la familia ante situaciones específicas. Pero cuando este proceso se da como una pauta, existe el llamado “amalgamamiento”  con la sobre involucración e indiferenciación individual y subsistémica.El resultado final es la inmadurez en la persona o su atrapamiento en el sistema de la familia original. Para consulta ver: Munichin, S. Families & Family Therapy. Harvard University Press. Mass. 1974.

[27] Lezama Lima, J. Paradiso. Ob. Cit. 156.

[28] Ibidem. 183.

[29] Ibídem. 191.

[30] Ibídem 263-264.

[31] Vargas Llosa, M. Paradiso: una summa poética, una tentativa imposible. En: Valoración Múltiple. Ob. Cit. 169-173.

[32] Los mensajes enmascarados - síntomas - e indirectos - a través de terceros - son poco funcionales.

[33] Lezama, J. Paradiso. Ob. Cit. 197.

[34] Maturana y Varela han trabajado el aprendizaje y la comunicación no desde el clásico intercambio de palabras o metamensajes sino como una coordinación de comportamientos en un dominio constituido por acoplamientos estructurales. Para el embone necesario, los mapas de los comunicantes deben ser lo suficientemente amplios como para permitir la mayor intersección de uno y otro; o lo que es similar, el campo de los posibles se hace mayor. En las citas, metáforas e imágenes tal vez Lezama proponga al lector - de hecho Cemí “sufre” este proceso - la reconceptualización de su campo cognitivo. Para profundizar en el tema recomendamos: Maturana, H.R. ; Varela, F.J. El árbol del conocimiento: las bases biológicas del entendimiento humano. OEA, Editorial Universitaria, Santiago de Chile. 1985.

[35] Llamamos sobreinvolucración al hecho conocido como “sobreprotección”.

[36] Involucración narcicista: priman los afectos individuales sobre los grupales y a veces, se obtienen emociones de los demás utilizando el síntoma o el papel de víctima.

[37] Se usa la metáfora de nutrición para hablar de carencia o exceso de afectos. Ambas, al igual que en el aspecto alimentario, dañinas.

[38] Lezama, J. Paradiso. Ob. Cit. 145-146.

[39] He aquí una paradigmática expresión constructivista de Fronesis: “Yo no ve mí nacer…No puedo salir a buscar a mi madre, puesto que está aquí a mi lado.” En: Lezama, J. Paradiso. Ob. Cit. 423.

[40] Para no hacer extensas las citas invitamos a los dudosos a revisar los numerosos trabajos sobre conocimientos de sexualidad que tienen nuestros jóvenes y profesionales en un medio cuyo nivel de instrucción promedio es de noveno grado. Ver publicaciones “Sexología y Sociedad” del CENESEX, La Habana, Cuba.

[41] Se le había preguntado antes a Lezama por el “escándalo” de esa parte y dijo que el artista se manifestaba en el mundo donde no existía todavía conciencia del pecado. Hoy, quizás el propio Lezama Lima estaría “escandalizado” con la literatura “erótica” que se vende en los estanquillos escolares y desprovistos de la poesía y el didactismo de su mítico capítulo VIII. Ver: Valoración Múltiple, Ob. Cit. 23-24.

[42] Imagino cuanto disfruta un médico los términos sexuales lezamianos porque el Priapismo no es “longura fálica”  sino una enfermedad donde el pene permanece erecto por coágulos en su interior y hay necesidad, a veces, de operar con urgencia.

[43] Jung, C. La psicología de la transferencia. Editorial Planeta Mexicana, 1993. 98.

[44] Lezama, JParadiso. Ob. Cit. 235.

[45] Al analizar la estructura de los mitos, el antropólogo establecía una relación de circularidad entre la narrativa y el desarrollo de las líneas de parentesco. Ver: Lévi- Strauss, C. La estructura de los mitos. Cap. XI; en: Antropología Estructural. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1970. 209-210.

[46] Sigmund Freud opinaba que la formación totémica tenía mucha relación con la necesidad inconsciente del grupo. “El tótem protege al hombre y el hombre manifiesta su respeto hacia el tótem de diferentes modos”. En Paradiso, la humanización del tótem - pueden ser animales u objetos - busca para la familia protección e identidad. Ver: Sigmund Freud. Tótem y Tabú. Editorial Alianza Editorial S.A. Madrid, 1985. 136.

[47] Lezama, J.  Paradiso. Ob. Cit. 535.

[48] Interrogando a Lezama Lima,. En: Valoración Múltiple, Ob. Cit. 21-22.

[49] Ibídem. 23.

[50] Ribeyro, J.R. Notas sobre “Paradiso”. En: Valoración Múltiple. Ob. Cit. 179.

[51] García Marruz, F. Estación de Gloria. En: Valoración Múltiple. Ob. Cit. 281.

 
 
 

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