EN POCAS PALABRAS
- Francisco Almagro

- hace 3 días
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Nacimiento, Arbolito… o Nada

Por Francisco Almagro Domínguez
Por Francisco Almagro Domínguez
Al lado de mi casa en Cuba vivían monjas de la Compañía de María Nuestra Señora (ODN), fundada en el siglo XVI por Santa Juana de Lestonnac, de carisma ignaciano. Llamaba la atención que no usaban hábito, y su misión era, además de predicar el Evangelio, enseñar en conventos e iglesias dada la ausencia de universidades católicas. Varias vinieron de México. Del Vaticano, en Roma, enviaron a la hermana Pilar, Dios la tenga en la gloria.
Esta española vivió doce años en Japón. Laboró como profesora de religión y filosofía. Fue tal el prestigio y el cariño que de la feligresía y los ordenados en Cuba tuvo, que una vez de regreso a Roma, varios católicos la buscaron para que les mostrara los secretos de la urbe con razón llamada Ciudad Eterna. La hermana Pilar frisaba los sesenta y algo. Todos los días la profesora de reconocimiento universal salía a buscar el “pan de la libreta” con una bolsa sencilla. El pan -uno solo- de cada día. Literal, no simbólico. Nunca iba triste. Nunca preguntó por qué ella y no las hermanas más jóvenes. Era su misión: el pan de la libreta y al mismo tiempo enseñar historia, teología y filosofía con erudición y sencillez.
Este preámbulo tiene que ver con que jamás hubo un arbolito de Navidad en casa de las hermanas. En el portal solo ponían el Nacimiento; un bello Belén con los materiales más sencillos. Nada de luces ni de bolas de colores. La curiosidad hizo que preguntara a la hermana Pilar por la ausencia del arbolito, tan mentado y buscado en una Isla donde apenas se vendían en dólares, y que en una época estuvieron prohibidos como si se tratara de un ícono luciferino.
La respuesta de ella fue muy simple: Jesús no nació debajo de un pino, rodeado de regalos, de luminarias y nieve por doquier. En cambio, y según los Evangelios -y es lo más cercano a la verdad histórica- es que viniera al mundo en la absoluta pobreza de un establo, como el más humilde de los hombres, hijo de un carpintero en un pueblo remoto de la Baja Galilea. San Francisco de Asís recreó en 1223 la narrativa evangélica con un pesebre, animales de verdad, y seguidores que representaron a la sagrada familia. Desde entonces, y han pasado casi ocho siglos exactos, el nacimiento en el corral de las bestias es la única y verdadera natividad.
El árbol de Navidad tarda en aparecer cuatro siglos, en Alemania. Los luteranos acostumbraban a adornar con pinos y otros arabescos las casas en época navideña. El “arbolito” devino elemento vinculado a la Nochebuena cuando el paganismo, el cristianismo y el catolicismo se fundieron en simbólico mestizaje en la Europa reformista del siglo XVI. La tradición se expandió por todo el Viejo Continente, y llegó a América, donde los pinos dieron frutos, las bolas alegría, y las luces anunciaron un nuevo año con ganancias pingües.
Después vinieron las alegorías culturales provenientes de Europa, donde si hay venados, trineos, nieve, mucha nieve por estos días: Papa Noel, o “Santa” que según algunos está inspirado en San Nicolas de Bari; los soldaditos prusianos, cuya mística es alejar la mala suerte y proteger el hogar y fueron inmortalizados en el Cascanueces con música de Piotr Ilich Tchaikovsky. Probablemente menos de la mitad de las personas que engalanan sus casas por estas fechas conocen los detalles. La mayoría usa arbolitos para poner otro toque festivo a las viviendas, competir con el vecino para ver quién tiene el arbolito más frondoso, los juegos de luces para encandilar la casa de enfrente, y el inflable, tapando la luz natural de las ventanas.
No está mal. Cada cual tiene derecho e izquierdo para poner en su casa, o no hacerlo, la parafernalia que desee o pueda comprar. Como tampoco debe creerse que la Nochebuena fue el día en que Jesús vino al mundo, porque está bien demostrado que diciembre 24 es una festividad pagana (Saturnales y Sol Invicto), elegida así por los primeros cristianos para solapar la celebración romana de la fiesta del solsticio de invierno. Tal era la pobreza del carpintero de Nazaret que ni rastro hay del día de su nacimiento.
Aun así, para cristianos y agnósticos -el ateísmo es una contradictoria falacia- la Nochebuena es un acto de fe, de paz y reconciliación. No existe otro momento en el año -la Semana Santa es puramente cristiana-en el cual la familia toda se sienta a la mesa y comparte los alimentos encomendándose, cada uno, el Dios de su preferencia o a ninguno, con Arbolito de Navidad, Nacimiento, o sin Nada.
Es triste que ese instante de amor fraterno no exista. Un espacio para reconciliarse con uno mismo y con los demás. Porque ni no existiera, habría que inventarlo. La Nada no es compatible con la razón humana. La Nada, por física elemental, no puede ser; cada cuerpo ocupa un lugar en el espacio, y al desaparecer, otro lo ocupa: “Del polvo venimos y al polvo regresaremos… somos solo polvo en el viento”. Y la energía de los cuerpos no se destruye, se transforma, no se acaba, coexiste. Luego, con arbolito, con Nacimiento o sin él, la Nada es desamor, desagradecimiento, pugnacidad.
Me parece ver a la hermana Pilar, reconocida historiadora y filosofa del Vaticano sentada en el portal, detrás el sencillo Nacimiento del hombre que cambio la historia de la Humanidad. En su mano la “jaba del pan”, lista para caminar tres cuadras y hacer una cola enorme para obtener un pan, un solo pan, “el que te toca”. Nunca hubo una queja suya por la situación del inefable Periodo Especial. Se iba a la Iglesia donde trabajaba sonriendo, a instruir y a educar, dupla dialéctica donde uno no excluye el otro.
Puede ser difícil de entender esto en un mundo donde lo importante son los arbolitos fulgurantes, los Papa Noel que vienen en trineos sobre la nieve cargados de regalos, el Mercedes Benz y las corbatas de seda. Para comprender y sentir la verdadera Nochebuena basta un simple Nacimiento, uno como aquel de San Francisco, hace ocho centurias, y que hizo pensar en la grandeza de lo sencillo, la eternidad de lo humilde. Un Nacimiento como el que la hermana Pilar tenía a sus espaldas, con la jaba del pan en la mano, y esa sonrisa que no he podido olvidar.





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