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Dar pedales

Por Francisco Almagro Domínguez

Una curiosa nota aparecida en estas páginas informaba sobre la creación en la ciudad de la Habana de un sistema de bicicletas públicas. De modo experimental comenzaría en el próximo año lo que han llamado Neomovilidad. Lo que proponen es, según un representante del PNUD –Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo- “una apuesta muy novedosa” para mejorar el transporte público y reducir las emisiones de gases tóxicos.

El sistema de bicicletas de uso colectivo para distancias breves es casi una regularidad en muchas capitales del mundo, sobre todo europeas. Hace muchos años funciona en Miami Beach, con un alquiler de 4 dólares por 30 minutos de uso. Tampoco es novedosa la muy loable intención del PNUD para reducir las emanaciones de carbono en La Habana. Mientras las industrias que rodean la capital, los antiguos camiones y autobuses continúen expeliendo sin control eficaz emanaciones de carbono, el aporte de las bicicletas será mínimo. Gracias a los alisios que soplan todo el año sobre la ciudad, esta se limpia de manera natural y gratuita.

La nota enseguida despertó preguntas en quien escribe, recuerdos ciclísticos, y otros que no lo son tanto. ¿Quién y cómo garantizarán el cuidado de las bicicletas? ¿Las alquilaran en dólares, o solo a extranjeros? ¿Se verán en La Habana otra vez aquellos realities shows del Periodo Especial que hacían palidecer a Vittorio de Sica y Ladrones de Bicicleta? Y los ciclos, ¿vendrán de la China, serán de Santiago –de Compostela- o de producción nacional, industria arrasada?


La bicicleta de los noventa en Cuba merece homenaje, y al mismo tiempo, una trompetilla. Homenaje porque gracias a la Paloma Voladora –Fly Pigmeon, la marca china- los trabajadores pudieron continuar trabajando frente la escasez de transporte público. La gente bajaba de peso y hacía ejercicios. La bicicleta de aquellos años cargaba lo mismo una familia de cuatro que una caja de viandas cuando aparecían. Un profesor titular de medicina confesaba haber vuelto a ponerse los pantalones que usaba veinte años antes. Otro eminente catedrático pedaleaba varios kilómetros sin quitarse el traje y la corbata, y llevar en la parrilla su abultado maletín.

Fue un insulto al cubano de aquella época porque sin consultar ni alertar a nadie combinó el pedaleo con la avitaminosis carencial, quedando algunos con serios trastornos de la vista y la locomoción. El robo de ciclos y la violencia llegó tener varias víctimas mortales; ciertos ciclistas cargaban machetes al estilo Winchester en el Lejano Oeste sobre su cabalgadura de metal. Época en que las calles de las ciudades eran un mar de personas sobre dos ruedas, dando pedales sudados, hambrientos, con sus próstatas inflamadas y sus úteros caídos.

Para no pocos, el otorgamiento de la bicicleta por méritos laborales fue el mazazo que los despertó del letargo revolucionario y los puso en camino al exilio. Un familiar mío, de los primeros en ser premiados con un pichón volador llegó a la casa con ese regalo: esta la montas tú, me dijo. En pocos meses lo que montaba era un automóvil, es decir, un transporte del Siglo XX que se mueve sin darle a los pedales.

Un sistema de bicicletas público en Cuba, aun cuando sea para extranjeros, se pague en dólares, y tengan candados y cámaras de vigilancia incluidas, podría resolver otras cosas. Casi siempre lo que el régimen inventa funciona, gracias a que el robo y la corrupción son consustanciales al socialfeudalismo, para algo distinto, inimaginable.

Así, poner el gas de la calle hizo que las planchas de acero en las aceras sirvieran para la chapistería; las motomochilas de los fumigadores produjeron los inefables rikimbilis; las tuberías del riego por microjet se convirtieran en bisuterías y juguetes. La bicicleta de alquiler podría ser, además, una fuente inagotable de piezas de repuesto, gomas, espejitos y tubos de aluminio para otros ciclos de factura artesanal.

Los listos del transporte -sesenta años viajando medio mundo y haciendo promesas –como aquella de que el tren Habana-Santiago llegaría en hora o devolverían el pago del pasaje- esperan que para el 2022 se realicen algo más de un cuarto de millón de viajes diarios con el sistema de Neomovilidad. ¿De verdad creen que Chicho y Fefa pagarán por montar una bicicleta para ir a trabajar? Sabiamente, ubicaran las primeras estaciones lejos del centro de la ciudad de La Habana, en Fontanar y Río Verde. Construirán ciclo-carriles en la muy estrecha calzada de Rancho Boyeros. Solo faltó informar a los futuros neomovilizados que Fontanar y Río Verde están muy cerca -se puede ir caminando- del Hospital Psiquiátrico de La Habana, antiguo Hospital de Dementes de Cuba, conocido como Mazorra.


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