Por Francisco Almagro Domínguez
El mundo ha quedado atónito con la estampida yanqui de Afganistán. Ellos, los norteamericanos, que todo lo hacen by the book –por el libro- han dejado miles de civiles y el armamento más moderno en manos de los llamados talibanes –estudiantes. Parecería un error circunstancial, único. Pero no es así. Desde que Joe Biden asumió la presidencia, todas las medidas tomadas por Donald Trump han sido revertidas. No se han detenido a pensar que por mucho que rechacen a un hombre y su política hay cosas buenas que están por encima de eso. Desde frenar la construcción del muro fronterizo hasta la precipitada afgana todo parece un vengativo plan de inmadurez política.
En anteriores artículos razonábamos acerca de la debilidad percibida en el mundo tras la asunción del otoñal presidente. Hombre de una trayectoria política extensa y meritoria, Biden ha padecido de dos operaciones craneales, lutos familiares y el desgaste natural de la alta política. A la caída de Afganistán, probablemente seguirá un acto bravucón Rocket Man, la amenaza china de invadir Taiwán, el cerco ruso a las repúblicas bálticas, y unas conversaciones promovidas por la Casa Blanca para aflojar las sanciones a Venezuela y Cuba sin certeza de cambios reales.
La prensa liberal no ha podido escapar del berenjenal político, como mismo la conservadora estaba esperando el primer -anunciado- gran descalabro de Biden en política internacional. Hay muchas preguntas y pocas respuestas. Por ahora el talibán demostró que sigue siendo lo que es, un grupo de seres humanos atraídos por una visión totalitaria, integrista-religiosa, y que están dispuestos a aplastar sin misericordia a quienes se les oponen.
Lo curioso es que los talibanes, con razón, tienen muy mala prensa en Occidente. Y uno se pregunta por qué los llamados talibanes cubanos, reminiscencias de aquel tristemente famoso Grupo de Apoyo del Comandante, y la Batalla de Ideas, no corren la misma mala suerte. Si los talibanes afganos tienen la Sharía, un precepto de leyes y conductas religiosas. ¿Qué los diferencia de la Sharía política cubana donde solo los comunistas tienen voz y voto? Los primeros ejercen violencia sobre las mujeres, y los ciudadanos llamados “infieles”. Los cubanos sobre sus oponentes, con violencia social, ideológica, incluso física.
En la época de Francisco Franco algunos psiquiatras comenzaron a hablar del Trastorno Comunista de la Personalidad. Y si bien ese no es un capitulo serio de la salud mental, si debemos pensar que la mayoría de los comunistas y los fascistas –dos alas del mismo pájaro totalitario-integrista- padecen un “trastorno” evidenciado por al menos cuatro elementos en común: uno, incapacidad para sentir remordimiento y pedir perdón, dos, imposibilidad de lidiar con la verdad y ser patológicamente mentirosos, tres, un enseñamiento hasta el hartazgo contra los que consideran enemigos, y cuatro, la adoración cuasi religiosa al líder de turno.
¿Qué está fallando en el nuevo talibanismo cubano? En primer lugar, los estudiantes insulares carecen de un proyecto coherente. No quiere decir que aquellos primeros, los Pérez Roque, Hasan, Rivero y otros tuvieran muchas luces. Pero tenían un líder que seguir, y un proyecto: el Difunto era un hechicero a la hora de activar la masa, ponerla en combate. Todo un país movilizado por el Café Caturra, los 10 millones, la revolución energética, Elián, Los Cinco, y otras campañas.
En segundo lugar, si bien aquellos talibanes de los noventa eran de luz corta –no necesitaban la larga y si la encendían hasta ahí llegaban, como pasó a Carlos Lage- estos de ahora parecen tener fundidas las lámparas, las cortas y las largas. O le han advertido que ni las enciendan. No hay uno que sea presentable no ya diríamos carismático, ni que haga dieta, a excepción del ministro de exteriores, inclasificable debido a ser un sobreviviente político de la primera hornada talibánica.
El otro factor contrario al talibanismo insular actual es que no pueden mentir sin ser descubiertos gracias a las tecnologías de la información. Por eso han tomado la precaución del decreto Ley-35, una regla más para la sharía comunista. A ello habría que sumar la ineficacia del discurso casi religioso donde el Difunto camina por las calles y toma café en la esquina. No solo es “chea” esa narrativa sino ineficaz: los muertos de hambre son los que caminan por las calles y en Cuba ya no hay ni café.
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Por último, se percibe la ausencia del Líder, del Califa. Los antiguos describían el carisma como fascinar, atraer. Nada más alejado del Puesto-a-Dedo. Incluso cometió el error de decir que era continuidad y bien sabemos lo que eso significa. No importa que se haga doctor delante de las cámaras de televisión, o que todos los días hable lo mismo en una bodega que en la Academia de Ciencias. Su imagen produce tedio, aburrimiento. Y en Cuba se puede ser de todo menos “pesao”.
Vienen días difíciles para los opositores cubanos y quienes disienten del régimen pues están atrapados entre un talibanismo de nuevo tipo que por ser más mediocre y estar descabezado solo conoce la violencia como manera de controlar la sociedad; y por otro lado, un gobierno norteamericano que quizás por revanchismo o quien sabe qué compromisos bajo la mesa, sanciona a generales que no saben ni les interesa decir “yes”.
La noticia es que de esa desafortunada dualidad pueden surgir cambios. Un gobierno norteamericano débil y un régimen cubano disminuido en su capacidad ideológica y financiera pero envalentonado, podrían confluir en un éxodo masivo. Quizás haya que ir adecuando otra vez la Base de Guantánamo. Afganistán no será el único papelazo de esta administración.
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