Por Francisco Almagro Domínguez
Hace un par de días la primera plana del Órgano Oficial publicaba una fotografía de Díaz-Canel alias (X)ingao junto al Difunto. La imagen puede tener algunos años, dado que el Empedrado aún tenía sus huesos y tubo digestivo sanos, y el futuro Designado no tenía la curva de la felicidad que hoy exhibe. Sin dudas, esta publicación es parte del control de daños a nivel mediático después de la rebelión popular y espontánea del 11J.
Los apodos a los líderes son muy importantes, diríase definitorios, para quienes los apoyan y para quienes los adversan. Por ejemplo, al Difunto era el Caballo, el Uno. Una parte no despreciable del pueblo lo odiaba y también le decían Carae’coco (cara dura), Cebolla (las mujeres lloraban cuando lo oían hablar), Mandrake (desaparecía las cosas), Mancha de Plátano (no se caía), y los más viejos lo conocían por el simple Bola de Churre de tiempos universitarios.
Su hermano no corrió con la misma suerte. La historia tal vez apócrifa de su debilidad por la carne joven del Servicio Militar y sus ojos de herencia asiática le hizo ganar el mote la China. Pero aun con ese apodo que en Cuba es una deshonra, a nadie se le hubiera ocurrido sacar un cartel a la calle con el apelativo al lejano oriente (no hablamos de Birán). No era un asunto de respeto sino de miedo. Fusilar en una noche a decenas de personas y dar la orden de derribar avionetas civiles basta para intimidar a generaciones futuras.
En nuestra historia pre-involucionaria Machado se ganó el mote de Asno con Garras por Martínez Villena, y Fulgencio Batista como el Indio por ser un mulato de lacia, engominada melena. De modo que es casi una regla darle a cada dignatario insular un apodo que acomode a sus características mentales y físicas. No solo es una costumbre cubana. Al ex presidente mexicano Ernesto Zedillo le decían Pan Bimbo (blandito y sin huevos) y al sátrapa Trujillo, chapita, por la cantidad de condecoraciones que el mismo se imponía y exhibía en público.
![](https://static.wixstatic.com/media/nsplsh_46516b677472564a4a7934~mv2_d_3365_4486_s_4_2.jpg/v1/fill/w_980,h_1306,al_c,q_85,usm_0.66_1.00_0.01,enc_auto/nsplsh_46516b677472564a4a7934~mv2_d_3365_4486_s_4_2.jpg)
Pero lo que ha sucedido con el Designado escapa a todo clásico choteo. Según Jorge Maňach, la chota cubana es una forma de burla a la autoridad, un relajamiento de las normas rígidas, una mirada superficial y sin tercera dimensión de la realidad. En este caso, no hay siquiera eso.
Al hacer análisis sintáctico-gramatical (despejar la X) de la palabra (X)ingao que ahora, y para siempre, el que hace de presidente lleva como segundo apellido, vemos que supera cualquier epíteto anterior. No es choteo. Es pura y dura animadversión.
Porque un sin… en Cuba es un traidor, un truhan, mal amigo, un tipejo despreciable. La palabra deriva de sin…, que en lenguaje vernáculo se refiere al acto sexual, y parece tomada de la acción de meter el remo en el agua y bogar. De tal modo, y apelando a la homofobia insular, un sin… es un tipo al cual le han tomado la trastienda, con o sin permiso.
¿Por qué la sabiduría popular le ha endilgado este feo apelativo al actor-presidente? Parece sencillo de explicar. Además de su grisura y carencia casi total de simpatía y empatía, al decir que es continuidad comenzó a ensuciarla. De este individuo una parte de la población esperaba otra cosa; por lo menos un discurso menos rígido, renovador. El problema de la X es, además, una enorme falta de legitimidad.
El Puesto-a-dedo ha cargado con todo el pecado de los mandamases que le antecedieron y sin sufrir ninguna cruz. Tiene el blasón, si cabe el termino, de que el pueblo sabe que fue algo impuesto en unas circunstancias mafiosoides (después de que se fumaron a casi todos los caporegimens Pérez-Roque, Lage y otros).
Es la primera vez en toda la historia republicana que a un llamado presidente lo apellidan (X) ingao. La gente en Cuba lo pudo ver en el juego de pelota, detrás de home. Y en las calles de la Isla los letreros con tan fea palabra iban de mano en mano. En Miami, con más recursos materiales y de libertades, el infausto apodo se escribió a color en todos los carteles.
De ese modo el Canelismo acaba de hacer un aporte singular a la teoría de la comunicación humana. Es la primera vez que una palabra puede más que mil imágenes. Ha bastado la palabra (X)ingao para que toda la frustración de un pueblo por sesenta y dos años encuentre desahogo. Hagan lo que hagan no habrá marcha atrás. Díaz-Canel es el (X)ingao. Esa es su condena. Y así pasara a la historia, sin que nadie lo pueda absolver.
Comments