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El dilema de la psicoterapia

Por Francisco Almagro Dominguez



"Ahí esta... viendo pasar el tiempo". Puerta de Alcalá. Foto del autor.


¿Psicoterapia o Consejería? ¿Consejería o coaching? Hoy hay una gran confusión de conceptos por varias razones. Una es la tendencia universal a des-medicalizar la ayuda que se brinda por medios psicológicos, fundamentalmente por medio de la palabra.

Los norteamericanos resolvieron ese dilema llamando consejería a lo que en realidad es psicoterapia, y al paciente, cliente. Aunque los consejeros pueden no tener la extensa preparación profesional que tienen los psicoterapeutas, estos pueden ubicarse en ramas específicas como las escuelas o las industrias.

La otra situación que ha permitido la confusión de términos, y al mismo tiempo que las personas no sepan elegir si necesitan un psicoterapeuta, un coach o un consejero cuando los tres parecen hacer lo mismo, es la gran intrusión profesional hoy día. Basta tomar un cursito online y a veces ni eso para “ayudar” a las personas en conflictos que pueden ser muy serios. También abundan los facilitadores, los llamados influencers, e inspiradores, todos tratando de copar el mercado de la salud mental y sus entresijos, no siempre claros.

Un factor a favor de esos remedios urgentes ha sido el alto costo, financiero y físico de las largas sesiones de psicoterapia. Si un individuo puede afrontar su problema en pocas sesiones, bajo costo, y desde su casa, online, el coaching o el consejero puede ser suficiente. Solo que en estos casos, es la persona la que decide qué tipo de ayuda necesita, y puede equivocarse.

Con cierta frecuencia en mi vida profesional he sentido la devaluación por parte del cliente: “eso que usted hace lo puedo hacer yo”, “bueno, conversar con alguien siempre es bueno”, “¿y para eso hay que estudiar tanto?”.

En nuestros días de relativismo y urgencias es la pregunta habitual. Hay una devaluación general hacia la verdad y de los valores que han dado vida a la civilización occidental. Eso no quiere decir que en psicoterapia la percepción de los hechos y no los hechos en sí es lo más importante a la hora de abordar un conflicto. Pero casi siempre detrás de una devaluación del trabajo del terapista hay una intención encubierta de devaluar el proceso, y más tarde cancelar.

Esto no sucede con los coachs porque desde el inicio ellos advierten de la brevedad del trabajo, y de las metas, a muy corto tiempo. Toda intención de los clientes de devaluar el coaching choca con las metas que han sido diseñadas por el cliente. Tampoco para los consejeros la devaluación de su trabajo es algo frustrante pues ceñidos estrictamente a “dar consejos” ellos solo responden a lo que se les pregunta, y nunca entran a discutir los detalles de los conflictos. La consejería escolar, por ejemplo, más que todo es vocacional, orientada a mejorar el performance del alumno, aunque para ello a veces deba hurgar en ciertos aspectos clínicos como una probable depresión, déficit de atención, o ansiedad del alumno.

Luego, el dilema de psicoterapia es, en parte, que es un hacer profesional en un campo, la salud mental, donde operan muchos factores ajenos al oficio, y por otra, porque es ciencia y es arte: ciencia porque existe una amplia fundamentación teórica y práctica que avala sus resultados; arte, porque cada terapista y su hacer es irrepetible, como dijera Salvador Minuchin sobre la posibilidad de formar un “clon” de él mismo[1]. Es, precisamente, la relación entre técnica y creatividad, entre originalidad y práctica clínica lo que diferencia no solo un coach de un consejero, sino entre terapistas. Parafraseando a Heráclito, nunca recibirás una sesión de psicoterapia con el mismo terapeuta dos veces.

¿Técnica versus creatividad?

¿Cuánto de técnica y cuanto de creatividad hay en la psicoterapia? Es una pregunta que solo se me ocurre responder con la famosa frase cristiana ante la pregunta de los maestros de la ley en el Evangelio. Ellos preguntan de manera tramposa si los judíos deben pagar impuestos; Si Jesús contesta que sí, entonces estará soportando al colonialista romano. Si dice que no, estará del lado de los opositores al imperio. Al final toma una moneda y con ella en la mano responde, mirando la cara de cada lado: al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.

Del mismo modo, la técnica cuando el caso lo merece y la creatividad cuando es necesario. Y visto de otra manera: tanta técnica cómo sea posible, y tanta creatividad como sea imprescindible. ¿Qué es la técnica en la terapia? Tal vez saber usar ciertas herramientas en momentos precisos. ¿Qué y quién determina esos “momentos precisos”? Las herramientas, ¿Cuáles son?

El herramental terapéutico es el conocimiento de ciertas intervenciones de acuerdo con la escuela que se sigue, o se conoce. El modelaje en el conductismo es lo que es la prescripción sintomática en la sistémica. Por supuesto, el eclecticismo, manejarse en “varios tableros” permite mayores posibilidades, pero al mismo tiempo, el terapista se aleja de un método que le ha sido útil. La improvisación puede ser aliada y contrario al mismo tiempo.

Ser creativo es intervenir de acuerdo con las circunstancias, sobre todo cuando hay un impase en la sesión. Cualquier cosa puede servir. Recuerdo una sesión de terapia familiar hace años atrás con una familia que aparentemente venía por la mala conducta de un hijo adolescente. Todos los dedos acusadores se dirigían a él.

De pronto la cortina que rodeaba al espejo unidireccional cayó sobre el cristal, tapando la imagen. El padre se levantó y torció la cortina. El terapista preguntó por qué lo había hecho. Si le molestaba la cortina caída sobre el cristal. El padre dijo que si, que no soportaba las cosas desarregladas. Entonces fue la explosión: la madre dijo que el problema en realidad no era el hijo “desobediente” sino el padre, un verdadero tirano. La hija se unió a esa declaración diciendo que allí todos sufrían una suerte de prisión de reglas rígidas y absurdas y que su hermano no era el único que se sentía mal, frustrado.


La persona del terapeuta

Según Whitaker, no se aprende a ser terapeuta, se vive como tal. Señala que es una experiencia parecida a la de ser padre, que solo se puede ser si uno está dispuesto a perder. El concepto de “curación” debería desaparecer del diccionario del terapeuta, por cuanto solo es posible mejorar la vida de algunas personas pero los rasgos del carácter y ciertos mecanismos de enfrentamiento suelen ser inmutables.

También el terapeuta “pierde” cuando el cliente desaparece sin decir adiós. La terminación como el enganche son dos procesos a menudo intangibles y frustrantes. Con la misma celeridad que un cliente solicita ayuda, con esa misma rapidez puede desertar. No hay explicaciones a esas conductas, o tal vez son tantas, varían de persona a persona que no merece la pena hacer catálogo de ellas.

Es el terapista el que tiene que estar preparado para “sufrir” las deserciones menos esperadas y los enganches más fortuitos. Ese proceso de formación tiene un componente autodidacta muy importante: a mayor cantidad de frustraciones, mayor la capacidad de asumirlas, vaya la expresión, de modo más terapéutico. Cada cliente es él solo un compendio de enseñanzas. Y si el terapista no lo ve de esa manera, es muy probable que nunca aprenda, como diría Whitaker, a vivir como tal.


La persona del cliente

Nunca se sabe que entrara por esa puerta, suele decir el anuncio de un show televisivo sobre un negocio de empeños. Del mismo modo, nunca se sabe que trae un cliente a la sesión. Lo único que podemos saber, con alguna certeza, es que el motivo inicial de consulta varía con el tiempo y la pericia del terapista para cavar en la profundidad del cliente.

Si tenemos en mente que somos una escucha atenta, terapéutica, y no maestros o consejeros de bares y cantinas, podremos ponernos en el lugar del cliente y ser lo que en mayéutica se describe como la conversión de maestro en alumno, ayudando a este último a descubrir la verdad por sí mismo.

La persona del cliente no está en desventaja como enseña la escuela médica lineal. El cliente es el dueño de la única verdad, del conflicto en su totalidad. El terapista es un curioso aprendiz que se sitúa como observador del proceso de autodescubrimiento. Eso basta para entender por qué muchos clientes renuncian en las primeras sesiones: trabajar poco, y que otros le digan lo que deben hacer para hacer todo lo contrario o justificar sus errores cognitivos.


El setting terapéutico.

Hoy día los lugares donde se practica la psicoterapia han cambiado tanto que un colega del siglo pasado se quedaría pasmado. Hemos pasado del sofá estilo freudiano al frente a frente en un consultorio, y de ahí a estar en un pantalla, cara a cara o a través de mensajes de texto.

La realidad es que después de la pandemia y la explosión de redes virtuales, muchos prefieren esos servicios en forma de tele-terapia. No es una opción nueva, pues tiene casi dos lustros de uso. Lo que es nuevo, para los terapistas, es el grado de anonimato que tiene el cliente, algo que agrada bastante. La sesión se puede celebrar con el paciente acostado en su cama, sentado en la sala de su casa o un parque.

El setting en tele-terapia es muy gráfico. Una esposa o un esposo que se comunica con su terapista desde el garaje o el patio de su casa porque no quiere ser oído, ya está dando una información valiosa. De igual manera, una entrevista que sucede en un hogar desordenado, con niños gritando y música de fondo, nos advierte de en qué mundo estamos entrando –si es que nos dejaran entrar.


Prologo al libro Facilitación Integrativa Sistémica: un abordaje psicoterapéutico. Del autor. En Amazon books. [1] Elkaim, M. Formaciones y prácticas de la terapia familiar, Ed Nueva Visión, 1988. “les ensena a las personas (Jay Haley) que van estudiar cosas con el concernientes a ciertos territorios y mapas, pero esos estudiantes tienen otros mapas”.

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