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La hipocresía es el colmo de todas las maldades.
Por Francisco Almagro Domínguez.
En un acto insólito por su alcance, más allá de los hospitales y los institutos de salud, el New England Journal of Medicine, una de las revistas médicas más reconocidas en el mundo, con dos siglos de existencia, acaba de recomendar en un editorial no votar por el ejecutivo actual. No se trata de la opinión de un científico sino de los editores, o sea, los máximos responsables de que la información aparecida en sus páginas tenga la seriedad que demanda tan importante publicación.
La razón para que los médicos-editores del Journal recomienden otro candidato político es que los líderes actuales de los Estados Unidos han fallado esta suerte de test que ha sido el Covid-19. Que ellos tomaron una crisis y la convirtieron en tragedia. El editorial se pregunta por qué se ha manejado tan mal esta pandemia. Arguyen que hemos fallado en casi todos los pasos del enfrentamiento a coronavirus. Veamos algunas de sus razones.
Lo primero que citan es que no se pudo hacer pruebas de manera efectiva y temprano, y que el personal de salud no tenía los equipos de protección necesarios. Lo que no dicen es que para este virus altamente contagioso hubo que diseñar nuevos medios diagnósticos, o adaptarlos a la celeridad requerida. Tampoco que ningún país en el mundo hubiera sido capaz de almacenar o producir millones de máscaras, batas estériles, guantes de goma y otros equipos en apenas un par de semanas. Tanto las pruebas como los equipos de protección adecuados no existían en la cantidad y calidad necesaria en ningún país del mundo.
El otro argumento es el del confinamiento. Es discutible su utilidad. Solo hay que mirar a España y la Argentina, ambos con restricciones de movimiento desde los primeros días, y ahora atrapados en una segunda ola mortal. ¿De verdad creen los editores que este país es China, o Cuba, donde pueden cargar con toda una cuadra de sospechosos e internarlos contra su voluntad? La cuarentena no fue tardía. Y las fronteras se cerraron cuando ya los chinos esparcían por el mundo, y nuestras ciudades el Covid-19 sin decir una palabra.
La otra razón es que los líderes actuales no usan la máscara. Que dan un mal ejemplo. Debemos recordar que los expertos como el Dr Fauci, dijo al inicio que la máscara no evitaba el contagio. No hay una sola declaración del presidente sobre el no uso de esa protección que, por cierto, ayuda, pero no impide totalmente contraer la enfermedad.
Una mentira repetida al estilo goebeliano es que el presidente ha ignorado a los expertos. Desde el primer momento se estableció un task force liderado por el vicepresidente. Todos los días daban información sobre la enfermedad y las medidas que iban adoptando. El ejecutivo destinó millones de dólares para la investigación y producción de vacunas. Cuando la prensa comenzó a sabotear aquellas presentaciones -no hay otra palabra-, el presidente decidió consultar los expertos a puerta cerrada.
Pero el dilema vas más allá de la ciencia médica. ¿Y que hay de otros expertos? Los economistas, los abogados y los legisladores son también expertos. Y el enfrentamiento a la pandemia es multifactorial. No se puede cerrar la economía eternamente. Las escuelas y los maestros no pueden cobrar por un trabajo que no hacen. Los mercados, las gasolineras, los espacios de recreación no pueden estar clausurados hasta que aparezca una vacuna efectiva.
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Por último, los editores norteamericanos creen que fue un error dejar a los estados el control de la enfermedad. ¿Really? No aprendieron en la lección de goverment que este es un país federal, donde los estados están en control de sus propios recursos sanitarios, educativos, policiales. Para hacer que un estado cumpla con un estricto mandato del ejecutivo habría que cambiar las leyes. Obligar a algunos, como al gobernador de Nueva York, antitrompista como el que más, que se dejara orientar por el también neoyorquino Donald Trump.
Achacar a la presente administración de lo que el Journal considera tragedia, y lo es, tiene un sabor oportunista, deleznable. Y lo es porque los problemas de la atención primaria y preventiva en este país no comenzaron con Donald Trump. Los Estados Unidos son capaces de hacer decenas de trasplantes en un solo día, poseen los hospitales mejor dotados de personal y equipos del mundo, y al mismo tiempo, son incapaces de tener una atención primaria de salud eficiente y eficaz.
El llamado Obamacare fue mal diseñado y peor implementado. Los medicamentos que se expenden sin seguro médico son los más caros del planeta, y basta una enfermedad de cierta importancia para quedar endeudado para toda la vida, sino antes de hacer una bancarrota no perece en la lucha. A pesar de tener en universidades y hospitales profesores de relevancia mundial, premios Nobel, una cantidad de chicos escogen la carrera para hacerse ricos, y sabiéndose vulnerables, pagan mucho a los seguros para evitar demandas por mala práctica.
La medicina como el magisterio son sacerdocios. Hay ciertas reglas casi monásticas desde tiempos de Hipócrates: la renuncia a la vida propia en favor de los demás, no poner al otro en función de nuestros lujos y placeres. Es un servicio que se debe pagar bien. Pero el pago no puede anteceder al servicio y a la humanidad.
Todas estas debilidades del sistema sanitario norteamericano son, en realidad, las que han permitido, entre otras cosas bien citadas en partes del editorial, que la pandemia haya segado la vida de cientos de miles de norteamericanos. Lo triste y rechazable es cargar las tintas clínicas contra el hombre que solo lleva tres años al mando y ha tenido la mala suerte de enfrentarse a una Plaga contagiosa y mortal.
No hay manera de parar en seco el Covid-19. Nadie puede. La única solución es una vacuna, y aún en uso, siempre habrá posibilidad de contagio. Eso bien lo saben los editores del New England Journal of Medicine, por oficio. Ojalá no tengamos que enterarnos, unos años adelante, que semejante dislate editorial fue bien pagado y bien cobrado por políticos médicos y no por médicos políticos.
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