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El nuevo presidente y el próximo combate.




Por Francisco Almagro Domínguez.

Cualquiera de los contendientes que sea elegido presidente de los Estados Unidos en los próximos días, semanas o meses, tendrá ante sí un escenario nada halagüeño. Se enfrentará, quiera o no, a varios frentes de combate, domésticos y extraterritoriales. Ellos pondrán a prueba si el electorado y la maquinaria política norteamericana optaron por el líder más capaz, el hombre y el equipo dotado de inteligencia y valentía suficientes para seguir siendo la primera potencia mundial.

En el plano doméstico el nuevo presidente tendrá al menos tres retos, todos diferentes pero unidos, sistémicamente, por los efectos de la Plaga: el combate a la covid-19 desde el punto de vista clínico-epidemiológico, el ambiente político dividido casi en mitades iguales para demócratas y republicanos, y la crisis económica resultante, cuyos peores momentos no han pasado aún.

Fuera de las fronteras norteñas no son pocas las amenazas y los conflictos aparentemente congelados durante los pasados cuatro años. En una pausa fecunda están la China comunista y la Rusia nostálgica ex imperialista. En el Oriente Medio los enemigos de Israel creen poder revertir el nuevo balance de fuerzas a favor de la paz. Los coreanos antidemocráticos y mal mirados aguardan en sus trincheras antinucleares mientras, en esta parte del mundo llamada América Latina los Fo(r)ros de Puebla y San Pablo ya han celebrado conciliábulos de malvenida al nuevo inquilino de la Casa Blanca.

Será muy difícil para el nuevo ejecutivo controlar la Plaga por las causas que todos sabemos y que se pueden resumir en una triada fatal: un virus nuevo, desconocido y mortal, un sistema sanitario deficitario en la atención primaria y profiláctica, y la organización político-legal de los Estados Unidos, lo cual hace que los estados estén al timón de sus respectivos sistemas de salud y policía, haciendo casi imposible al gobierno federal tomar medidas estrictas, de generalizado cumplimiento para todos los ciudadanos del país.

Quien sea el nuevo presidente tendrá una vacuna en sus manos que, como cualquier remedio no será cien por cien efectivo, y podría ocasionar reacciones secundarias. Por supuesto, siempre una vacuna podrá ser mejor que ninguna. El ejecutivo entrante también deberá priorizar protocolos de tratamiento efectivos, demostrados con evidencias clínicas y con la posibilidad de ser generalizados, gratuitos incluso para toda la población enferma.

Pero un reto mayor para el nuevo presidente –y aquí Donald Trump debe tomar, si sale reelecto, este periodo no como continuidad sino como lo que es, otro momento histórico- será legitimarse como tal. Gane quien gane, la duda ha sido sembrada en el pueblo por el desastroso proceso electoral, plagados de errores, dudas, demoras, probables fraudes y mutuas recriminaciones. Ni demócratas ni republicanos aceptaran la derrota fácilmente, incluso cuando los números y los conteos y conteos así lo confirmen. Supongamos, no obstante, que no ha habido errores ni fraude intencional. El odio sembrado por la media y los contrarios a Trump es suficiente para que cualquier funcionario, y por su cuenta, deseche boletas a favor del presidente.

La economía norteamericana, en reposo obligado, necesitará una chispa haga explotar el combustible acumulado en sus motores. ¿Quién será el mejor chofer para conducir el vehículo dentro del empantanado futuro nacional y mundial? De hecho, la recuperación económica necesitará liderazgo, experiencia y quizás tomar acciones temerarias. Son optimistas los últimos datos: crece el producto interno bruto y cae el desempleo. Debemos tener en cuenta que quizás no haya pasado lo peor de la pandemia y sus efectos sobre la salud del consumo interno, más del 70 % de la economía norteamericana.




Es muy probable que los enemigos de los Estados Unidos estén preparados para saludar al nuevo presidente, inclusive al actual. En América Latina Maduro terminará la tarea trunca de obtener el poder absoluto. Y el cerco a Colombia y la posibilidad de escaramuzas en la frontera demandaran un apoyo enérgico, y tal vez militar, de los norteamericanos. La situación en Cuba es tan dramática, que cualquiera que salga elegido estará en el dilema de negociar una salida lo menos traumática para los cubanos y al menor costo para el Imperio. Más que un interventor se necesitará un buen y respetable negociador. Nunca descartar, bajo un aumento de las presiones, un acto suicida de los comunistas cubanos como estimular una ola migratoria marítima.

De la debilidad o fuerza con la cual Norteamérica entre en el año 2021 dependerá la paz. Los rusos continuaran su expansión europea si no hay contención de Occidente, y los chinos esperan que el próximo presidente se rinda a la guerra económica. Las palabras de Xi Jinping de que hay que prepararse para la guerra no son fanfarronerias, y hay que tomarlas muy en serio, como que el déspota norcoreano anda demasiado callado mientras aceita sus lanzadores de misiles intercontinentales. Taiwán parece un bocado apetitoso para los chinos después de controlar la insurrección popular hongkonesa.

En el Medio Oriente aguardan por el nuevo presidente. Si es Biden, que eche atrás el apoyo irrestricto a Israel, y tenga una política conciliatoria con todos los grupos palestinos. La bienvenida al nuevo ejecutivo podría ser un recrudecimiento del terrorismo, sobre todo en aquellos países que han reconocido al estado judío su derecho a existir. Irán volvería al acuerdo que le permite desarrollar energía nuclear potencialmente peligrosa en unos años. Y el casi desaparecido Estado Islámico renacerá de sus cenizas.

Una Norteamérica fuerte, en lo interno y externo es imprescindible para garantizar la paz mundial y el orden social. Por el momento, el desastre que ha sido estas elecciones 2020 habla de todo lo contrario. Un consejo a los enemigos de este país: no crean todo lo que ven ni confíen en todo lo que oigan.

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