Por Francisco Almagro Domínguez
Impartía una conferencia sobre la importancia de la subjetividad en el ser humano. El auditorio eran médicos de familia en el policlínico donde trabajaba. Un joven colega preguntó hasta qué punto lo subjetivo era definitorio, y no se me ocurrió otra cosa que algo leído sobre la “realidad” y la construcción desde lo subjetivo, hablando de renacuajos, charcos y ranas.
Los médicos, todos jóvenes, parecían muy interesados, así que les dije que los gusarapos son proto-ranas, pues al nacer parecen peces, y nadan. Crecen en charcas y pantanos hasta que a los pocos días y bajo un proceso llamado metamorfosis, empiezan a crecer sus patas traseras.
El renacuajo es feliz en su charca, continúe. Ese pequeño espacio es su mundo, todo lo que conoce. El agua rodeada de plantas y tabicada por arenazas y tierra firme es un lugar bastante seguro; pocos depredadores y abundantes larvas hacen de la charca el lugar idóneo para crecer. Pero la inevitabilidad de la biología hará que ese renacuajo tenga, poco a poco, que abandonarla.
De pronto, con cuatro patas, rana y nunca más renacuajo, dará un salto real y metafórico a la realidad exterior: la selva, la maleza, la calle dura y pura. Para la rana, el nuevo ambiente es completamente distinto a la charca. Debe, por tanto, reordenar su interior; es la rana y no solo el mundo lo que ha cambiado. Con su salto, como el del primer hombre en la Luna, ha conocido una “realidad” nueva, retadora.
Renacuajos. Tomado de Wikipedia.
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En este punto, ciertos colegas estaban confundidos; otros, perspicaces, sonreían y comentaban entre ellos. Del fondo del aula se levantó, campechano, un médico de familia y preguntó con respeto:
-Profe, no entendí bien lo del renacuajo…. ¿usted puede explicarlo de nuevo? ¿Es que nosotros somos como renacuajos?
De más está decir que el aula se vino abajo en carcajadas.
El régimen cubano, en una suerte de laboratorio social, a gran escala, ha hecho detener la metamorfosis de millones de cubanos para quienes más allá del agua estancada y maloliente, la maleza está tan llena de peligros e inseguridades que es preferible seguir en el charco siendo gusarapos. El régimen logró, en buena medida y con las generaciones primeras, detener la diferenciación de las personas en sujetos independientes, autosuficientes, en fin, tener miedo al “salto” a otro nivel de realización humana.
Ese efecto de retroceso social fue eficiente y efectivo hasta que algo perturbó la tranquilidad del agua inmóvil. El dique se rompió, dejando muchos renacuajos sin otra alternativa que la metamorfosis. La mano invisible que malogró el proceso de reversión y estancamiento social se llamó Internet. Sirva la alegoría para explicar también el cambio de subjetividades en el pueblo cubano, sobre todo en los más jóvenes.
Para las generaciones anteriores al celular y la Internet, la única manera de burlar el “charco” eran antenas de perchero para oír la “FM”, un amigo con un padre dirigente o embajador que podía entrar a la Isla música “prohibida”, artistas, un profesor universitario cuyo hermano enviaba libros y revistas “indebidos” con colegas extranjeros. La empalizada informativa era tal, que un evento como la batalla de Cuito Cuanavale vino a saberse con meses de retraso mientras morían decenas de cubanos a miles de kilómetros.
Como sucede con los anfibios, el mundo real es peligroso, y no siempre cómodo. Hay depredadores por doquier, y también puede haber hambre si el sujeto no es capaz de “buscársela”. Nada fuera de la charca es regalado. Todo tiene un precio. Y mientras más bella, bonita y buena sea la cosa, más cara será. Ciertos personajes no entienden que la naturaleza no es un capricho; tiene un orden, y cada intento de modificarla, tiene consecuencias.
Hará pronto tres décadas de aquello. Es la impresión que tuve aquel día frente a mis jóvenes colegas. Todos sabían muy bien de lo que estaba hablando. Era incensario ser más explícito. Vivíamos todos en un estanque que entonces se llamaba Periodo Especial; hedía a mentira, fracaso, frustraciones personales y familiares. Las risas ante la pregunta del simpático galeno fueron sus aplausos.
Era difícil para quien no estuviera al tanto ver a los nuevos Gregorio Samsa, y en varios, un par de piernas convirtiéndose en dos alargadas patas traseras. La mayoría de esos muchachos, desde entonces, ya estaban listos para dar el “salto” hacia otra inevitable realidad.
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