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Por Francisco Almagro Domínguez
¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?
Poco se habla y menos se escribe sobre la sexualidad durante la Plaga de Covid-19. No es una casualidad que plagas y conductas humanas intimas afloren durante las clausuras. Así, la obra que marca de modo indeleble la literatura del Renacimiento, rompimiento estético y lúdico con el medioevo alto, es el Decamerón. El contexto decamerónico no es otro que la epidemia de Peste Bubónica acaecida entre 1351 y 1353. Como será tantas veces retomado en letras e imágenes posteriores, la obra de Giovanni Boccaccio explora las desmesuras humanas en tiempos de confinamiento, enfermedad y muerte.
Al inicio de la presente pandemia fueron reportados numerosos incidentes de abuso y violencia doméstica. ONU Mujeres, en el mes de abril de 2020 demostraba con datos un incremento de las llamadas a líneas de emergencia solicitando ayuda. Estas quejas se producían sobre todo en sociedades donde el machismo y el abuso de las féminas eran tolerados de manera tradicional. En un reporte para BBC en marzo, Megha Mohan publicaba un titular siniestro: Coronavirus: I'm in lockdown with my abuser (Coronavirus: estoy encerrada con mi abusador). La autora se refería a testimonios; el calvario de mujeres que no podían escapar, física y emocionalmente, de sus esposos abusivos, en la India y también en Nueva York.
El interesante mundo de las parejas humanas hace suponer que la obligatoriedad del claustro tendrá consecuencias según la relación previa. Por experiencia sabemos que las parejas y familias de militares, marineros y hombres de la carretera adoptan una dinámica muy particular. La separación por trabajo de los esposos de sus esposas hace que estas asuman las funciones domésticas y publicas al mismo tiempo: ellas son las que deciden casi todo en el hogar y fuera de este. Cuando por alguna razón el hombre -que sigue siendo el mayor proveedor en muchos países- debe permanecer en casa, aumentan los conflictos de forma exponencial.
Los trances conyugales pueden dirimirse aumentando la comunicación en la pareja. La relación sexual es parte básica de tal comunicación. O la relación puede empeorar el dialogo hasta hacerlo inexistente si no deriva en agresiones verbales y físicas. La primera opción de las parejas ha sido favorecida por el contacto personal las veinticuatro horas, lo cual también pudiera provocar lo contrario: el tedio hasta el cansancio, el consumo de bebidas alcohólicas y otros vicios como forma de huir de un hogar desconocido, y asfixiante.
Los novios han tenido que recurrir al teleamor: el sexo virtual. Ya en los primeros tiempos de Internet el amor digitalizado competía con el presencial. Los amantes se llamaban a través del ciberespacio, y los teléfonos inteligentes hacían posible los desnudos y las autosatisfacciones sin el pecado de la carne. Ahora, el pecado de los pixeles es lo habitual. Y en esa arista, la pornografía digital y los sitios de sexo virtual se han hecho cotidianos. Los enclaustrados se protegen de las venéreas y del coronavirus. Pero no pueden protegerse del verdadero placer humano: los cinco sentidos y un corazón delator.
Un efecto colateral, como sucede tras las guerras, ha sido la cantidad de embarazos. En México, el Consejo Nacional de Población (CONAPOB) reportaba más de 100,000 embarazos más que en fecha parecida el año anterior. Los especialistas creen que el limitado acceso a consejería y anticonceptivos por temor al contagio será la causa de una explosión de la natalidad para el 2021. ONU calcula entre 116 y 120 millones los bebes hechos bajo el signo de la pandemia.
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Un detalle pintoresco del Covid-19 es que la profesión más antigua del mundo está cambiando su forma de ser y hacer. Las prostitutas y prostitutos, llamados eufemísticamente trabajadores sexuales, se han reinventado como en la época del VIH-SIDA. Entonces bastaban los condones. Hoy se hace casi imposible un intercambio de fluidos a través de una máscara y a dos metros de distancia. El desempleo en esta manera de ganarse la vida es altísimo. Los encuentros de sexo rentado son cada día menos frecuentes y más cortos. La pandemia también ha servido para que quienes hacen lobby para descriminalizar la prostitución y la pornografía acepten el modelo nórdico, donde vender el cuerpo es una transacción licita y socialmente tolerada.
Pero no son solo lo(a)s trabajadoras sexuales y los amantes quienes, sometidos a clausura y distanciamiento han tenido que reinventar sus relaciones íntimas. Algunos matrimonios y parejas de hecho toman este infortunio como oportunidad para el descubrimiento de la Otredad. La sexualidad humana, mucho más que la simple genitalidad, está descubriendo habilidades y placeres desconocidos en el otro. Ahora hay tiempo. Sobra tiempo. Tiempo para vestir lo comprado y nunca estrenado, aunque sea para botar la basura. Tiempo para hacer un corte de pelo atrevido, para dejarse la barba, para maquillarse con calma, o no hacerlo en todo el día. Tiempo para hacer recetas y poner la mesa, arte inexplorada en algunos hombres. Tiempo para descubrir que la última arruga tiene su encanto, y que los años hacen disfrutar más los orgasmos en la medida que estos se hacen menos frecuentes.
¿Surgirá otra forma de tener relaciones íntimas con distancias y sospechas de contagios? ¿Estarán las generaciones de adolescentes en riesgo de no saber cómo huele, sabe, como se siente la piel de quien se ama? ¿Volveremos a la práctica medieval de tener relaciones íntimas con ropas, o a través de orificios hechos en las sábanas? ¿Cuántos niños serán inscritos como Covid, Corona, Diecinueve?
Por ahora, y mientras no hay una manera efectiva de detener los contagios y salvar más vidas, la pandemia tiene y tendrá consecuencias sobre cómo entendemos y disfrutamos la sexualidad. Y esa es, quizás, una de las enseñanzas del confinamiento: no todo sexo es amor, no siempre el amor necesita de la genitalidad para hacerse sexo. Un lección que recuerda el polémico Capitulo VIII de Paradiso: el pecador Padre Eufrasio para quien la lejanía del cuerpo y el orgasmo doloroso… eran inquebrantables exigencias paulinas. Es un dilema sin solución para quienes vivimos hoy protegidos por máscaras, y separados por seis pies de distancia unos de otros. Es un dilema a resolver por los hijos de la pandemia, los futuros covids, coronas, incluso algunos diecinueves.
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