Por Francisco Almagro Domínguez
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Ucrania. Tomado de Wikipedia.
Es muy difícil escribir algo nuevo cuando el mundo está a punto de comenzar otra conflagración mundial. Y no es una exageración. Es una realidad palpable y al mismo tiempo, un futuro que negamos. Las dos anteriores guerras mundiales empezaron, más o menos, con parecidas justificaciones sin importancia: demarcaciones territoriales porosas, necesidades imperiales de expansión y conquista y la aparición de chivos expiatorios que una vez encendida la llama de la guerra pasaron a un segundo plano.
A pocos quedan dudas de que la Rusia soviética siguió viviendo en la Rusia postcomunista, como la Rusia zarista encontró con otros líderes y una ideología totalitaria sobrevida en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Solo que esta Rusia, la que hemos conocido en los últimos treinta años, ha logrado ponerse piel de oveja sobre el tupido pelaje de un oso salvaje. Como en las guerras anteriores, el mundo democrático confió más en el disfraz que en quien lo usaba. Es comprensible. Después de la caída del Muro de Berlín las democracias europeas han vuelto a vivir sus sueños medievales: solo importan los territorios que se contemplan desde sus minaretes y las almenas.
Es conocido el rechazo que provocan los rusos en casi toda Europa. Es una mala fama ganada con su desalmada agresividad e inmisericordia. En Cuba nos enseñaron todo lo contrario. Los soviéticos fueron así los únicos vencedores de la Segunda Guerra Mundial. No hubo desembarco en Normandía, ni que la entrada de Estados Unidos en la guerra fuera decisiva. La guerra del Pacifico, contra el militarismo japonés, tampoco fue importante. Nunca supimos en la escuela o en los periódicos que Hitler y Stalin firmaron un pacto de no agresión y se repartieron Polonia. Que las bondadosas tropas soviéticas bombardearon Budapest, una vez rendida, hasta convertirla en escombros; y que entrados en Berlín, las tropas rusas violaron a miles de mujeres alemanas.
De la entraña totalitaria de ese pueblo, que vive hoy con Putin como en un imperio zarista redivivo, los cubanos tenemos una experiencia particular hace 59 años. El mundo estuvo a punto de una debacle nuclear por un líder megalómano y narcisista como el Difunto, y un metalúrgico convertido en político con acceso al botón nuclear ruso. Los documentos están ahí. Nadie puede negarlos. La instalación de cohetes nucleares en Cuba fue un paso temerario de ambos. Pero perfectamente comprensibles en la mente expansiva de esos dos psicópatas. Solo la postura intransigente del presidente Kennedy, y la cuarentena en torno a la Isla pudo detener aquel suicidio mundial.
Pareciera que el mundo no aprende de sus errores. Putin ha telegrafiado el golpe, como dicen los entendidos en boxeo: la invasión a Ucrania estaba anunciada. A pesar de engullirse a Crimea, Occidente miró hacia el otro lado y continuó haciendo negocios como si nada hubiera sucedido. La historia de las anteriores guerras repetida como tragedia. Putin, como Hitler o Stalin hizo que conversaba mientras preparaba el zarpazo de oso.
Del presidente Trump se podrían decir muchas cosas. Pero es inimaginable una invasión cómo esta durante su gobierno. Sin casualidades, las dos guerras mundiales y en las cuales los Estados Unidos, como ahora, trataron mantenerse neutrales sin lograrlo, han tenido presientes demócratas -Woodrow Wilson y F.D Roosevelt. Esta vez hay otro demócrata en la presidencia, y evita mostrarse militarmente fuerte frente a los rusos.
Mañana podríamos amanecer con la noticia de que el ejercito ruso ha tomado la mitad de Ucrania, lo cual parece ser el objetivo de lo que llaman operación militar especial. Y el mundo, evitando implicarse directamente, se resiste a ponerle alto a la invasión. Las sanciones no ahogaran al oso siberiano de inmediato. Rusia negociará, una vez posesionada del territorio, lo que no pudo lograr antes de desatar esa ola de destrucción y muerte.
Rusia no ha sido nunca una buena invasora. Vencieron a Napoleón y a Hitler porque de su lado tenían la razón: fueron agredidos. Defendiendo su tierra suelen ser más feroces que en el papel de agresor. Pase lo que pase, el mundo se dirige a un cambio geopolítico. En La Habana, Caracas y Managua deben estar tomando notas. Se alineamiento con el invasor los coloca, una vez más, en lado equivocado -y malvado- de la historia.
Lo que no ha calculado el jerarca ruso es que la imagen de su pueblo, y no solo en Europa, será la de gente desalmada, cruel, inmisericorde, lo cual no es justo. Las generaciones que no conocieron a los invasores rusos en el llamado campo socialista, en Hungría y Checoslovaquia, comprenderán el rechazo que ellos generan. Putin, el último zar, no podrá soportar el cerco económico y financiero. Está conduciendo a su pueblo a la hambruna y el odio universal. La Rusia zarista, que pudo sobrevivir en la era comunista soviética, y esa en la Rusia dictatorial putinesca se acerca a su final, sin duda peligroso para el resto del mundo.
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