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Capitulo 3. Capanegra
¿Quién le habría puesto un apellido así, Capanegra?, se preguntaban todos en el Órgano Oficial. Al padre, que no le gustaba el ajedrez, respondió el cajista, burlón. El apellido se hereda, no se pone, dudaban todavía los colegas del periódico, no intoxicados por el plomo y las malas noches de la primera edición. Eso no importa, caballero, el hombre es hijo de un chino con una mulata, y los chinos, para pasar por insulares y conseguir trabajo, cambiaban los apellidos, explicaba una y otra vez el tipógrafo, sin que le hicieran mucho caso. El cajista conocía como pocos a Pepe Capanegra. Habían trabajado juntos antes de entrar en el Órgano Oficial; Capanegra de periodista y redactor del periódico Ayer; el tipógrafo como lo único que sabía hacer, compaginar sobre la caja plúmbea. Trabajar para la publicación semiclandestina era una labor arriesgada. Durante la dictadura del Indio –así le decían al general Sol – el diario Ayer fue cerrado un par de veces, perseguidos sus periodistas y trabajadores. Después autorizaron la impresión de unos pocos ejemplares, para consumo del Partido, y contentar a los agentes de la Desunión Sociolista, el país que en realidad pagaba por el papel, lo empleados y la distribución dentro y fuera de la Isla. En el tiempo de clausura y clandestinidad, Capanegra se hizo una historia de héroe dentro del Partido que le sirvió para ser nombrado miembro del secretariado y jefe de propaganda. En cada ocasión que el Indio, para dar una imagen de democracia y libertad reabrió Ayer, Capanegra fue por cada uno de los trabajadores originales, aquellos que arriesgándolo todo, regresaban a sus oficios sin otra intención que hacer el periódico a muy bajos réditos personales.
Al triunfo de la Involución, Capa, como le decían los empleados del Órgano Oficial, pasó a ser oficial del Ministerio del Intimidador; vocero y director del diario Isla Verde. Se llevó con él a casi todos los trabajadores de Ayer, como siempre, y al tipógrafo incluido. Con sus grados de capitán, una madrugada de abril, recibió en los bajos del edificio, donde estaba la imprenta, al Comandante Filadelfo.
-Vengo a ver como esta todo por aquí, Capa. -dijo.
-Pues aquí nos ve, Comandante, haciendo Involución.
Filadelfo se interesó por la tinta y el papel. Y como el ruido de las maquinas lo molestaban, ordenó parar la impresión recién comenzada. El chino mulato Capanegra no pudo ocultar el disgusto. Eso no se hace. Pero Filadelfo sabía cómo pocos leer los ánimos de los demás.
-Ese ruido no los va a dejar oír. Además, vas a tener que cambiar los titulares. Es más, vas a tener que cambiar hasta la marquilla, el nombre del periódico.
Capanegra supo entonces, sumergido en una cortina de humo –no era la que despedía el puro de Filadelfo-, que aquella visita seria histórica.
-Capa, ha llegado la hora de renombrar este periódico –dijo el Comandante con franqueza de viejo amigo. - Vamos a aumentar su tirada, hacer de este el Órgano Oficial del Partido Único.
De modo que Capanegra, el hombre maduro que peina canas y está sentado al final del pasillo y parece un simple empleado en función de corrector de estilo, fue el primer director del diario. El cajista contaba la anécdota a quien pudiera interesarle, pues él estaba allí esa madrugada fundacional. Pero a muy pocos jóvenes, egresados de la universidad y colaboradores profesionales del Órgano actual les interesaba oírla. Por cortesía, misericordia hacia el viejo tipógrafo, prestaban oídos sordos mientras compartían la merienda o el almuerzo frugal en la cafetería del edificio. Quienes siempre han estado muy interesados en la opinión de Capa son el Director y Zapatico, por razones obvias.
Frisando los sesenta, Pepe Capanegra toma los artículos de quinientas palabras y los desguaza hasta dejarlos en menos de doscientas. Había aprendido el oficio con los viejos redactores y correctores que venían de principios de siglo, cuando hacer espacio era una necesidad ante la premura por dar un palo noticioso o un anuncio comercial de última hora para un poderoso comerciante.
-Esto es una mierda, hijo… lo que se puede decir en un par líneas no se estira a cuatro, esto no es una novela… Si quieres hacer literatura, mija, este no es el lugar… Revisa la última línea, acuérdate de lo que te dice este viejo en el oficio, la primera línea debe atrapar, la última dejarte sin aire… ¡Coňo, cuantas veces tengo que decirte que los adjetivos innecesarios son las arrugas del castellano, compadre!.. Oiga, periodista, coja un poco de bibliotecoterapia porque usted está perdido en historia, mi amigo…
Sin embargo, la utilidad de Capanegra no era tanto su oficio y olfato, como su astucia para saber lo que estaba bien con Filadelfo y la línea del Partido, que a veces daban la sensación de paralelismos y no de convergencias. Aunque el Director podía deambular por los túneles que intercomunicaban todo el sistema de edificios y cloacas debajo de la Plaza de la Involución, sabía que el Capa solo tenía que llamar a uno de los ayudantes de Filadelfo para verlo en persona lo más rápido posible. Nadie podía saber con certeza si tras ese escritorio abandonado al final del pasillo, detrás de una mesa llena de papeles y lápices bicolores –azul y rojo, los preferidos del corrector en jefe-, aún estaba un oficial activo del Ministerio del Terror, el compañero José Capanegra. Así que antes de una decisión tan importante como otorgar un premio de poesía a un joven de quizás dudosa ascendencia Involucionaria, lo más aconsejable era consultar a quien era, políticamente hablando, el más entendido en esa materia en todo el Órgano Oficial.
-Este concurso deberían haberlo cerrado hace tiempo. Fue lo que yo recomendé.
Zapatico había extendido el sobre con la poesía ganadora, y no le preguntó por la calidad poética, sino por su consejo político. Capa había conocido y leído a todos los poetas que abandonaron la Isla al triunfo de la Involución; atesoraba en sus estantes, escondidos en el baño de su casa, ediciones príncipe de cada uno de ellos, con sus respectivos autógrafos. Explicó a la compañera del Partido del Órgano Oficial que los concursos siempre eran riesgosos, sobre todo si estaba la figura del Máximo Líder por medio. No había manera de escapar a la adulación, por una parte, y por la otra, a la apatía subversiva. El verso político es muy resbaladizo, continuó con su lección de Maquiavelismo literario; está el problema de quien es el autor, porque en efecto, si este es el hijo del Guerra que yo conozco, podemos estar en problemas… a no ser…
Zapatico dejó de taconear. Son los instantes, contrario a lo habitual, en que ella alcanza serenidad contemplativa.
-A no ser que este sea el hijo del contrainvolucionario y ahora el chiquito está de nuestro lado.
- ¿Y tú conociste al gusano ese, Capa?
- ¿A quién yo no conozco en este pueblo, mija? Yo estuve allí la noche en que aquellos tipos confesaron en la Desunión de Escritores que eran todos unos flojos, unas mierdas…
-Entonces este puede ser hijo del tal Guerra o el Fernández?
-Puede ser. Fíjate, es una jugada interesante, de las que le gusta al Comandante… le gusta ver cómo los enemigos se pliegan, se rinden y se convierten; los hijos los traicionan porque encuentran la verdad, la razón de la Involución, que todo tiene que ir pa’trás y nada pa’lante.
-Capa, esta es la mejor poesía, lo demás no sirve…
-Sí, yo sé. Yo sé. Si fuera tan fácil no hubieras venido a verme.
-Todavía tengo que hablar con los compañeros del Departamento de Orientación Involucionaria y el oficial del Ministerio del Terror que nos atiende.
-Ese último déjamelo a mí… ven acá, disculpa que te pregunte, pero ¿no había otro poeta menos conflictivo?
-Ya te lo dije, era lo mejorcito que había. Así y todo, Toro Sentado…
- ¡No, no me hables de ese tipo! – Interrumpió Capanegra con un gesto brusco.- Él siempre va a la contraria de todo el mundo.
-Sí, chico, no sé por que todavía lo tienen de jefe de la página cultural.
-No se lo digas a nadie, pero el Director me ha dicho que cada vez que se lo quiere quitar de encima, lo llaman del Partido y le dicen que tiene que estar aquí porque es una gloria de la cultura nacional. ¿Tú puedes creer eso, chica?
- ¡Que gloria ni gloria! ¡Ese lo que es un maricón tapiñao!
-Bueno, lo que sea. Pero está ahí. A ver, déjame la poesía esa aquí, que la voy a revisar y hacer un par de llamadas por teléfono y después te digo.
El oficial jubilado del Ministerio del Terror y ex analista principal de la anti-inteligencia José Capanegra, no tuvo que esperar mucho tiempo en la línea telefónica; el viceministro en persona lo iba a recibir en su oficina en esa misma tarde. Conocía el edificio, situado justamente frente al Palacio de la Involución, y se accedía a las oficinas del ministro, través del parqueo, fuertemente custodiado. Por la manera en que sorteaba cada posta supuso que había órdenes de darle paso expedito. No se equivocaba.
- ¡Capa, cará! -dijo el viceministro estrechándolo en un fuerte abrazo – ya no vienes por aquí a ver a tus antiguos colegas.
-No hay tiempo, Zambuca. Nadie tiene tiempo para eso.
El general Zambuca lo invitó a sentarse en una salita de reuniones, aledaña a la oficina y pidió por el intercomunicador que hicieran un buen café. Capanegra fue al grano: en el concurso de poesía que convocaba el Órgano Oficial -y que él había cuestionado varias veces-, iban a premiar a un individuo que pudiera ser hijo del siquitrillado Armando Fernández, Guerra, o como se llamara ahora; el mismo que ambos trabajaron juntos en la Operación Profeta. Zambuca sonrió. Se acordaba del tipo, de su flojera, como se partió como una caña brava. Pero nunca denunció a sus compinches ni a quienes pagaban en el extranjero la edición de sus libros.
Las dos tazas de café humeante interfirieron la conversación. Cuando la secretaria se retiró, Capanegra dijo:
-No acostumbro a tomar café tan tarde. No duermo. Cosa de viejos.
-Yo tampoco. -dijo el general. - Pero hoy me espera una noche muy larga… Mira, Capa, esto tú debías saberlo. Cada vez que una institución del Partido convoca un concurso libre, los nombres se los pasan a la dirección de anti-inteligencia y esta lo consulta con el departamento de Orientación Involucionaria. Desde que el Director de tu periódico comunicó que tenían los tres finalistas, analizamos a los autores, se hizo un perfil de cada uno, y ese, el que mencionas, es un objetivo para nosotros…
Capanegra no comprendía muy bien a su excolega, ahora general, viceministro del Terror, ¿objetivo para el Ministerio?
-Mira, no puedo darte más información porque está muy compartimentada. Nos interesa que ese muchacho, que por cierto es un líder universitario, un involucionario y no como su padre, y en bronca con él, gane el concurso del Órgano Oficial, ¿entiendes ahora?
Capanegra supo que todo estaba en manos de sus excolegas, que no se trataba de una simple selección de lírica patriótica. Y preguntó que más podía hacer, dentro del periódico, para ayudar. Zambuca tomó la taza de café vacía de sus manos. El viejo oficial, disimulado como corrector de estilo del periódico del Partido Único quería, necesitaba ser útil todavía a la policía política.
- ¡Capa, cará! ¡Tú siempre tan fiel al Comandante y a la Involución! -lo despidió el general Zambuca con otro abrazo en la puerta de la oficina.
Regresó al periódico anocheciendo, y llamó a casa, y le dijo a su esposa que iba a llegar tarde. Había mucho trabajo pendiente, mintió. A esa hora llegaba la gente del turno de madrugada para terminar e imprimir la primera edición. Y le extrañó ver al cajista, en edad de jubilación, en ese turno laboral.
-Los jóvenes no quieren trabajar, Pepe. -dijo el tipógrafo al topárselo en el lobby del edificio.
-Ni los jóvenes ni los viejos. -bromeó Capanegra con quien todavía lo llamaba por su apodo juvenil.
Fue a su escritorio y se dejó caer en la silla. Delante de él, la poesía ganadora. Oculto, quién era el autor y qué querían de él. Abrió el sobre y leyó, en voz baja:
Desde las alturas la ciudad te contempla,
Todos saben que estas allí, encerrado
Entre misterios y soluciones, y de días,
Sin ver el Sol.
- ¿Qué mierda es esta? -dijo lanzando sobre el escritorio las estrofas del tal Armando Fernández del Solar.
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