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Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos.
Por Francisco Almagro Domínguez.
Al escribir estas líneas cerca de cuarenta millones de norteamericanos han ejercido su derecho -y deber ciudadano- de votar. No es posible saber quién va delante. Republicanos, demócratas o independientes según sus inscripciones, pueden cambiar preferencias a última hora. Es la libertad de la democracia verdadera: los partidos políticos no exigen fidelidades ni sacrificios morales a ultranza.
Todo parece indicar que se podrán romper ciertos récords, como el de las votaciones anticipadas, y las hechas por correo. La Plaga ha sido un elemento precipitante para ambas maneras de elegir. Los próximos gobernantes, jueces, congresistas y las leyes o enmiendas constitucionales de los estados tendrán que esperar por los conteos finales. Aun en tal caso, las posibilidades de fraude o contagios se han reducido al mínimo en esta avalancha de boletas ausentes y adelantados votantes.
Para evitar fraudes, las agencias de inteligencia y contrainteligencia toman medidas especiales. Algo muy gringo es hacer planes remediales: lo que sucedió no volverá a ocurrir. Una declaración del Buró Federal de Investigaciones (F.B.I) y de John Ratcliffe, director nacional de inteligencia, advertían que a solo 15 días de las elecciones, Irán y Rusia continuaban tratando de interferir el proceso democrático. Usando las redes sociales y los correos electrónicos, agentes rusos e iraníes manipularon e intimidaron a los votantes. Las palabras cero tolerancia y graves consecuencias para los infractores fueron escuchadas varias veces.
Bastaría visitar cualquier centro de votación temprana para advertir las estrictas reglas sanitarias. Además de la distancia social requerida, hay desinfectantes a la entrada y la salida, así como en cada mesa de verificación del votante. El uso de mascarilla es obligatorio desde el parqueo. La fila avanza con una celeridad inusitada, quizás porque la gente viene con una idea clara de por quienes votar, y tal vez inconscientemente, para eludir espacios cerrados con gran cantidad de personas.
Quienes presagiaban unas elecciones desordenadas, violentas, vergonzosas, han sufrido la primera derrota. Los centros de votación adelantada están custodiados por policías y personal del departamento de elecciones. Pero no más allá de lo habitual. Esta vez, y puede ser una observación subjetiva, y a pesar de la espera, que hasta ahora es mínima, hay un ambiente de paz, de camaradería entre oficiales y votantes, diría incluso de júbilo contenido. Los electores norteamericanos, después de cuatro años de disgustos y encontronazos políticos tienen la posibilidad de expresar, a través del voto civilizado, secreto, individual, y, sobre todo, absolutamente voluntario, sus preferencias.
Los votantes saben que son protagonistas de una de las elecciones más importantes de la historia norteamericana y de sus vidas. Se enfrentan como nunca antes dos visiones del mundo, lo cual contradice, de nuevo, el mantra comunista de que no hay nada más parecido a un demócrata que un republicano. Ni en la práctica ni en la teoría ha habido ni hay un solo partido. Uno apuesta por desregulaciones y poco control del estado. El otro, por controlar y repartir la riqueza de manera equitativa. Ambos defienden el capitalismo, la economía de mercado, la única sociedad que ha demostrado, en la práctica y sin charlatanería, que mejora la vida material y espiritual de los seres humanos.
Es interesante cómo el mundo percibe y espera con ansiedad y suma atención los resultados de las elecciones en Estados Unidos. Amigos y enemigos tienen razones distintas. Para los aliados, una Norteamérica sólida representa seguridad y pronta recuperación económica tras amainar la Plaga. Estados Unidos, que en la práctica funciona como un continente, ha puesto su economía en coma inducido, lo cual es diferente a la hecatombe hipotecaria y financiera del 2008.
Los enemigos han hecho una pausa sugerente: esperan que el próximo presidente afloje la mano. Desde los socialistas del Siglo XXI, a los chinos y rusos imperiales, pasando por los iraníes con pretensiones nucleares y terminando por el dictadorzuelo coreano, un liderazgo débil y condescendiente conducirá, inevitablemente, a una guerra caliente. Colombia, Ucrania, Taiwán y las islas del Pacífico podrían ser las próximas víctimas.
Por supuesto, votar en la Florida, y en Miami en particular, tiene su cosa. No hay biografías de los compañeros en la entrada, no hay candidaturas cerradas ni abiertas, el vecino del Comité de Defensa no toca a la puerta de tu casa para preguntarte por qué no has ido a votar. La urna no es una caja de cartón. Y la boleta no es un papel reciclado, que se borra, estruja, se pierde o puede ser cambiado. No hay pioneros, niños inocentes a cada lado de la urna, que saludan a lo militar, y gritan “voto”, sin saber de qué va todo aquel circo -algún día, de adultos, lo descubrirán.
Aquí más de medio millón de cubanos y sus descendientes votan por primera vez o lo hacen de nuevo. Pueden apreciar lo que significa elegir o castigar a quienes gobiernan. Y para los cubanoamericanos hay un doble regocijo: ponerles fin a cuatro años de pugnacidad, y hacer lo que en su país de nacimiento no han podido por 62 años. Otros se fueron de este mundo sin poder hacerlo. Y quién sabe cuándo en la Isla podrán optar entre candidatos distintos, opuestos. La sonrisa enmascarada de los cubanoamericanos en la fila para votar, adelantados en el sentido más amplio del término, lo decía todo: ha llegado el momento del desagravio.
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