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El Último Talibrón (Novela 2019)




Acto Primero

I

                    

El Director hizo una mueca sardónica. Revisaba los poemas finalistas del concurso sin interés ni conocimiento, incluso hasta con disgusto; ni le gustaba la poesía ni había escrito una estrofa en su vida. A ratos pasaba la mano por su calvicie incipiente, y murmuraba que aquello estaba difícil, que era muy competitivo, y no sabría decir qué poeta, en su criterio apócrifo, debía ser el ganador. El Director solo sabía que su tarea, puramente administrativa en este caso, era seleccionar el poema y el poeta –mancuerna ineludible- para honrar la Obra y al Comandante Filadelfo. Los detalles técnicos, estéticos, se los dejaba al resto de los jurados, sentados ahora alrededor de aquella mesa redonda, donde se sabían desiguales en razón de sus méritos y ascendencias al Chacal, el director del Órgano Oficial. Aunque tenía la última palabra, los demás sabían bien que como director del único diario nacional, y planas que eran revisadas por Filadelfo en persona antes de salir a la imprenta, estaba bajo constante escrutinio. No era un privilegio. Era una carga muy pesada para un par de hombros: los informativos de toda la Isla, incluyendo los noticiarios y el estelar de las ocho de la noche, Nadie-TV, copiaban las noticias nacionales y extranjeras de lo que por las mañanas publicaba el Órgano Oficial.

Ahora, frente a los tres poetas finalistas del concurso Un Poema para la Involución, su conducta revelaba incompetencia, indecisión, una señal que los subalternos pocas veces habían podido apreciar en muchos años de gobierno absoluto en el periódico. En cambio, Mancebo, Zapatico y Toro Sentado parecen disfrutar una de tarde de asueto, lejos de los teletipos, el ruido ensordecedor de la imprenta y los chismes de la redacción. Mancebo, por ser el editor y vicedirector había escogido su candidato desde el primer día, y no porque el poema tuviera imágenes iridiscentes, dignas de un retablo posmoderno; le gustaba como sonaba al final, cómo el poeta cerraba con esperanza tardía, y esa novedad, para él y en momentos aciagos, era lo que necesitaba la Involución. Zapatico también tenía el suyo, aunque dudada. Era su huella digital humana: dudar de todos y por todo, pues al ser la secretaria del Partido Único en el Órgano Oficial, lo único que no era discutible era la palabra del Máximo Líder, compañero Filadelfo, expresada, trasmutada, a través del Departamento de Orientación Involucionaria, oficina a la cual estaba adscrito el Órgano Oficial. Zapatico había visto al Chacal meterse en el túnel que por debajo de la tierra conectaba el Diario Oficial con el Palacio de la Involución. Del mismo modo, cualquier día el Chacal pudiera pedir una entrevista, cara a cara, con el compañero Filadelfo, y la carrera política de cualquiera de ellos terminaría en un campo de caña de azúcar o en una loma ignota, recogiendo café.  Eso no le preocupaba al jefe de la página cultural, Toro Sentado, quien con sus trescientas libras de peso sí era poeta, había ganado un Concurso Casa de Miss Américas, y estaba de jefe de la página cultural por una razón que nadie podía adivinar. Toro Sentado era una extraña mezcla de funcionario-comisario y a la vez de poeta-periodista. Se había destacado en la toma de una radioemisora cuando Filadelfo avanzaba con sus tropas sobre la capital, y su mérito fue sostener el micrófono al Máximo Líder mientras este arengaba a la huelga general.

Toro Sentado mira a Zapatico y a Mancebo con recelo, y dice para sí que estos no saben nada de poesía, van a escoger una basura, y todo lo que he hecho hasta este instante, mi nombre en la gloria de la literatura tropical, quedará manchado para siempre por estos imbéciles; todo el mundo sabe que quien dirige la página cultural soy yo, el poeta a quien otro quitó la oportunidad de ser el Poeta Nacional, o el Poeta de la Involución. Por eso el Toro no ha escogido a nadie. Tiene los tres poemas en sus manos hace quince días, seleccionados por sus subalternos, y le ha parecido una mediocre elección. No los ha despedido porque sabe que de los dos, uno de ellos trabaja para la Inseguridad del Estado, un departamento del Ministerio del Terror, y no sabe todavía de quien se trata. Los dejó escoger entre ciento y pico de poemas; esta bazofia fue lo mejorcito que salió, le dijo a Luzmila, la hija del moreno casado la rusa, la traductora de ruso, ucraniano y hebreo –extraña pero necesaria mezcla de idiomas- del Órgano. De modo que Toro Sentado está en actitud contemplativa de monje tibetano, aunque con hambre de vagabundo, y pregunta, en medio de una decisión cultural trascendente, a qué hora rompe el guarapo y el pastelito de guayaba en la cafetería de los bajos.

Cada uno en lo suyo; los tres jurados no dejan de mirar al jefe, Chacal, quien en persona debe informar a Filadelfo por quien se decidieron, y se lo imaginan corriendo a través de los túneles que dicen hay debajo del Órgano Oficial y comunican, como en un laberinto medieval con el edificio del Ministerio del Terror, con el de las Fuerzas Desalmadas, y con el Palacio de la Involución. Comentan en el Órgano que Filadelfo no se retira a su casa o de la de una de sus queridas –suele ser la esposa de uno de sus amigos-, hasta que no revisa las planas y oye de la boca de Chacal los últimos chismes nacionales a internacionales. Filadelfo se refocila más por el subterráneo mundo de sus ayudantes y más cercanos colaboradores que en los extranjeros:

-Dime Chacal maravilloso, quien es el más traidor de mi reino.

Chacal suele repetirlo como una idea propia: la información es el arma más poderosa que existe. Hasta ahí llega. Le basta con eso. No necesita ni poesía ni poemas. Le alcanza a tener información para desinformar. Esa es su misión y su tesón. La poesía no es lo suyo. El solo cumple con una disposición del Departamento de Orientación Involucionaria del Partido Único. El Chacal sigue creyendo que componer versos y tocar la lira son asuntos de débiles y de sufridos, de tipos insatisfechos con su propio sexo, de equivocados depositarios de cimientes. Así que allí está, aburrido, presidiendo el Premio Un Poema para la Involución, y a su alrededor, muchos más interesados en apariencia, están quienes le envidian y a la vez se mofan de su incultura e insensibilidad. Solo al Mancebo parece agradarle la revisión de los finalistas, porque Zapatico choca sus tacones de estilete contra el piso –eso, precisamente, le ha ganado el mote- en señal de una ansiedad irreprimible. Toro Sentado no se sienta; deja caer sus centenares de libras en esa butaca estrecha porque la decisión está tomada: premiaran al laudatorio, al mediocre versificador que penetre el corazón de piedra de Filadelfo. Y para eso, el Chacal se basta y se sobra; pocos como él conocen la sensiblería lugareña del Máximo Líder.

-Este es un poco modernista para mi gusto. –habla al fin Chacal para romper el impase, Enseña el poema cual papel reciclable. Como todo un conocedor de la mística poética advierte: -Si, compañeros, ese poema se diluye en metáforas inalcanzables… hay que premiar algo que la gente entienda, que puedan recitar en las esquinas…

-Jefe, por favor, ya aquí nadie lee ni sabe poesía. –ahora es Toro Sentado, quien ha movido decenas de libras de grasa hacia adelante hasta tocar con su abdomen el canto de la mesa. -Hay que premiar a uno de los tres, y para mí, el menos malo es ese.

Mancebo lo mira de soslayo. ¿Qué se habrá pensado este gordo maricón? 

-Pues a mí me parece que el ganador es el poema que ha escogido el jefe.-dice, y saca el peine del bolsillo, y lo pasa entre las hilachas del cabello negro, escaso ya, engominado.  

-Sí. - lo apoya Zapatico, alegría de párvula: levanta la hoja que tiene en la mano.

En los ojos de la secretaria general del Partido siempre hay un vacío existencial, como el de una nodriza a sueldo.

-Bueno, tenemos que ponernos de acuerdo. -dice Chacal, tornando su vista hacia el rollizo responsable cultural. Con un poco de sorna, agrega: –Somos cuatro, no hay nadie para el empate. 

Mancebo vuelve a insistir en la necesidad del verso fácil, realista-socialista y comenta, mientras guarda el peine en el bolsillo, que este es el Órgano Oficial, y hay que premiar y publicar lo sencillo, lo que llegue al trabajador  en la fábrica o en el campo. La función del periodista e incluso del intelectual involucionario es, en primer lugar, hacer que la gente de pueblo, esa que está delante del horno, o cortando caña de azúcar, se identifique con el proceso, sea parte de la Involución. Para eso, compañeros, hay que formarlos –en este momento el Mancebo abre los ojos y estira la voz- y somos nosotros, los periodistas y los escritores involucionarios los llamados a esa tarea.    

-Esos tiempos pasaron, compañero Mancebo. La gente no lee, métase eso en la cabeza…

- ¿Qué usted quiere decir, compañero jefe-de-la-pagina-cultural?

Me están poniendo mala la reunión, que era puro trámite, piensa el Chacal.  Decide intervenir:  

-Quizás lo que quiere decir el compañero Toro es que debemos buscar, como bien se ha dicho acá, poesía más elaborada y también, como argumenta el compañero Mancebo, algo que le diga al pueblo…

-Pues para mí ha quedado claro. El poema es este.

Zapatico saca de debajo de un folder una hoja amarillenta.

-Les voy a leer unas estrofas. –dice. Y clarea la garganta; engargola la voz imitando un locutor de radionovela: 

  

Desde las alturas la ciudad te contempla,

Todos saben que estas allí, encerrado

Entre misterios y soluciones, y de días,

Sin ver el Sol.


-¡Compañera del Partido! Eso parece escrito en una celda, ¡por favor!

-¡Oh, el compañero de cultura es muy culto! –responde Zapatico en tono burlón, y enojada. –Pues, no compañero, esa imagen de este poeta nos hace ver, en el medio de la noche, de la madrugada, al compañero Filadelfo sin dormir, en su oficina, trabajando para el pueblo.  

El Chacal voltea la cara hacia Mancebo, que como era costumbre, ha sacado el peine de nuevo, y peina la moña negra y rala, grasienta.

-Chico, ese poema no es de mi devoción, pero si el concurso del periódico se llama Un Poema para la Involución, pues bueno, ese es el tipo.

- ¿Entonces señores? Tenemos un poema ganador, ¿no?

-Mira, compañero director. –Toro Sentado hace una pausa. Está molesto, bufa. -Esto no es una democracia cultural. Han enviado poemas hasta del extranjero, hasta de la Ciudad del Norte, y nadie espera que una mediocridad como esa sea premiada. Eso no dice nada, a mí no me dice nada… 

-Chico, compañero de cultura, a ti no te dice nada nada… pero tú no eres todo el pueblo.

Zapatico, levantada de su asiento, aun con la hoja en la mano no ha podido contenerse, como el político que debe ser.

-No, compañera del Partido. Pero soy responsable de que este periódico tenga un nivel cultural apropiado a las necesidades del pueblo… y eso es una mierda.

Chacal quiere calmar los ánimos. No es para tanto, compañeros. Si querían podían tirarlo a suertes. Bueno, dijo cuándo Mancebo y Toro sentado se miraron atónitos, a suerte no tanto, pero había que ponerse de acuerdo cual sería el poema por el aniversario de la Involución. No hay empate. Pero de nuevo, su decisión iba por el camino de Zapatico y Mancebo. Los otros versos eran raros, llenos de palabras que nadie entiende. Y este, en cambio, reflejaba la imagen del Máximo Líder, de Filadelfo, allá arriba en sus oficinas del Palacio de la Involución, trabajando a la hora que todos duermen, la ciudad en paz y con gloria.

-Si compañeros, este, para mí, es el mejor. ¿Cómo es que se llama el autor?

-Armando, Armando Fernández del Solar compañero director. - responde Zapatico. 

-¿Armando Fernández? –preguntó Mancebo.

-Si, ¿por qué?

-Hay un Armando Fernández, poeta, que es tremendo gusano, y si me permiten la palabra…

-¿Qué palabra? –pregunta el Director, muy interesado.

-Maricón, maricón de carroza.

-Venga acá compañero Mancebo, ¿y usted cree que un tipo así va a concursar en este periódico, que lo lee hasta el gato y lo dice bien claro, es el Órgano Oficial del Partido? 

-Bueno, compañero, todo es posible. A lo mejor el tipo se ha reformado.

-¡Hay qué gracioso, Mancebo! –Zapatico se ha sentado. Cruza las piernas para evitar el taconeo. - ¡No me digas que la mariconería se reforma, chico! 

-¿Tú te refieres al poeta Armando Guerra, al que le pasaron la cuenta en el Decenio Negro? –pregunta Chacal, mejor informado en grises historias involucionarias y decapitaciones culturales.

-Sí, ese mismo. Bueno, supongo…

-Pues para mí, eso no le hace. –dice Chacal. -Sea quien sea, este Armando Fernández del Solar, para mí es tremendo poeta y es el ganador. 

-Para mí también, compañero director.-lo secunda Zapatico mientras recoge sus pertenencias en señal de haber terminado su participación. Y advierte, ya de pie: -Ya se encargará el Ministerio del Terror de decirnos quién es ese Armando, si todavía Armando es guerra, o ahora es un pacifista. 

Toro Sentado no quiere levantarse. Esta clavado en la silla, y no es por su peso de dos quintales. Algo le dice que están iniciando una cadena de errores que pueden costar el puesto a todos. Antes que traspasen el umbral de la puerta, aun sentado en la silla que lo ciñe, dice: 

-Ojalá no se arrepientan de haber premiado a ese tal Armando Fernández del Solar.

 

 

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