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Emigración cubana: de misioneros, desertores, conversos y traidores.



Restaurante Versailles. Miami. Sitio emblemático del exilio cubano. Tomado de Wikipedia.


Por Francisco Almagro Domínguez.

Intentar una clasificación de emigrantes en un régimen totalitario puede resultar en un ejercicio anodino. Sin embargo, para comprender la posición de cada ciudadano respecto al proceso involucionario cubano –involucionario: no hay mejor palabra para definir el retroceso social y económico en sesenta años- sería apropiado hacer una sociología de quienes se alejan del proyecto –el socialismo siempre será proyecto nunca presente- aquellos que han cambiado sus ideas con el tiempo, y los que no lo dicen, y agazapados en cargos y viajes permanecen en la sombra, jugando majá.

Misioneros suelen ser todos los que han comprendido la Involución como parte de sus vidas, y sin la cual ellos mismos dejarían de existir en cuerpo y alma. Forman parte de una masa con tintes irracionales y contenidas emociones. Con la Involución todo, contra la Involución nada. El proceso es el Líder, y una vez desaparecido físicamente, su presencia incorpórea en todo lo que se hace o se dice es el único camino posible.

Para los misioneros siempre hay una primera tarea que cumplir: hacer del exterior un lugar para la política y la economía cubanas. Suelen ser colaboradores o agentes de inteligencia, y se concentran en universidades, en los llamados grupos de solidaridad y en las organizaciones contrarias al régimen. Su función, además de minar el exilio desde adentro, es descubrir desde la distancia potenciales desertores, y traidores dentro de la Isla. No hay madre, hermano, amigo o vecino que los detenga.

Los desertores tienen una amplia gama de matices. No se necesita adversar al régimen para escaparse de un equipo de béisbol, de una brigada médica, quedarse en un aeropuerto del mundo con una suma de dólares del gobierno y un pasaporte oficial. Para ser desertor solo se necesitan oportunidad y gónadas. Los desertores no tienen ideología. Lo que tienen es rabia. Están molestos porque les quitan una parte de su salario en moneda convertible, los vigilan cada vez que compiten fuera del país, saben que este podría ser el último viaje.

En general quienes desertan por emociones encontradas y resentimientos con algo o con alguien, al poco tiempo y con la mejoría económica lo olvidan todo y regresan a la Isla. Por esa razón ser desertor no ideológico es ser emigrante económico, y aunque a muchos duela, el régimen tiene razón: nadie los ha perseguido, no les han quitado el trabajo, no han sido golpeados o en la cárcel. Al desertor gástrico le han pisado el cayo. Solo eso.

Eso sí, el régimen como toda organización militar –El Campamento que tanto José Martí temiera- les hace pagar la afrenta. El monto de la deuda a pagar es proporcional a la importancia política de la figura: para un médico o técnico de la salud son 8 años; un deportista depende de su nivel de estrellato; un funcionario debe cooperar con las organizaciones de solidaridad y la embajada cubana. Los primeros desertores del proceso se localizan en los años iniciales de la Involución, cuando fueron participes de la lucha anti-batistiana, y les confiscaron fincas y comercios.

Los conversos han sido, con frecuencia, misioneros o por lo menos, miembros de la cofradía totalitaria. Aunque se diga lo contrario, el primero de Enero de 1959 el 99 % de la población aplaudía la entrada de los barbudos en Santiago de Cuba, y el 8 en La Habana. Hasta bien entrados los sesenta, el apoyo a la Involución declarada marxista era superior al 60-70 % de los cubanos.


Estatua de la Libertad. En Liberty Island. New York Harbor. Foto del autor.


Como todo proceso de conversión, hechos y golpes emocionales van lacerando de manera irreversible las ideas y las conductas hasta entonces firmes. El proceso de conversión de ser luchador anti-batistiano a combatir la dictadura del proletariado ha sido un proceso variopinto, aunque siempre llega al mismo punto: con el comunismo ni un tantico así. Los primeros fusilados, los presos políticos, la llamada Micro-fracción y el caso Padilla son hechos que al inicio marcaron puntos de inflexión de muchos incondicionales.

Hay al menos dos momentos de conversiones masivas contra-involucionarias: el regreso a Cuba de los gusanos convertidos en mariposas de la comunidad cubana en Estados Unidos, y el éxodo del Mariel. Y las causas número Uno y Dos, de 1989, con el mal llamado Periodo Especial tras la caída del socialismo soviético. Es cierto que en esa masa de cientos de miles de emigrantes hubo muchísimos ex misioneros y desertores; gente que regresa a Cuba solo por el placer de enseñar a sus familiares y vecinos la cadena de oro que alquilan en Hialeah o la Pequeña Habana.

Sin embargo, la mayoría de los que se fugaron de la Isla-manicomio en esas estampidas rompieron ideológicamente con el régimen. Ni siquiera la dulce venganza de pesar unas libras más que cuando se fueron los ha hecho regresar al barrio. Esos conversos son peligrosos. Como los misioneros, no están en Miami, en Madrid o ciudad de México por una casa, un automóvil, un taller propio. Podrán ir a Cuba y mandar remesas quienes tengan una madre o un hermano que atender. Pero sus corazones ya no están con el régimen. La Involución los perdió para siempre.

Los traidores son emigrantes en ideas. Son viajeros inmóviles, diría Lezama. Su mundo no es Cuba. Pero simulan que está allí. Son muchos. Demasiados a esta altura del juego. A diferencia de los conversos, que todo el mundo los conoce, a los traidores nadie los identifica, ni siquiera su propia familia. Otra distinción es que permanecen en sus cargos, hablan en las reuniones del Partido, y juran lealtad al Canelismo-Continuismo, ese berenjenal de ideas encallecidas y malas decisiones.

El poeta alemán, comunista por demás, lo diría así: hay hombres que son desertores y son malos, otros son conversos, y son muy malos, pero los hay que son traidores de toda la vida; esos son los indispensables.



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