Resolver 2.0
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Por Francisco Almagro Domínguez
El difunto padre de una amiga me contaba que mientras acompañaba una delegación extranjera por el Capitolio Nacional –entonces Academia de Ciencias-, tuvo la curiosidad de asomarse a uno de los enormes ventanales que daban al patio del edificio. Le llamó la atención que no solo faltaban las bombillas y las presumibles bellas carcasas de vidrio. También habían arrancado los brazos de metal que las sostenían. El hombre se preguntó cómo habrían logrado semejante “proeza delictiva”, y más: para qué podían servir aquellos arabescos con poco mercado en la Cuba de aquellos días. Una de las guías del Capitolio se acercó. Al notar la sorpresa del hombre le dijo que aquello no era todo. Y confirmó el desfalco con estas palabras: “y usted no ha visto nada… yo también me pregunto para qué querrían llevarse esos hierros viejos”.
Esa anécdota calza con un par de noticias aparecidas en el Órgano Oficial. Por un lado, una suerte de maratón anti-delictivo cuyo efecto no es otro que delatar a los verdaderos delincuentes, los mismos que ejercen de carceleros por más de medio siglo. Otra nueva es que el régimen ha recibido donaciones de bombas de agua con energía fotovoltaica, es decir, solar para aliviar la sequía material y espiritual. El problema es que el régimen simula no enterarse de la inevitable: han desaparecido las bombas y los paneles solares. No saben o no quieren saber de personas que prefieren no tener agua potable antes de renunciar a lo que es un deporte nacional de altos rendimientos: resolver. Todo lo que pueda ser útil, en el presente o en el futuro debe ser expropiado -¡exprópiese!, diría el difunto Chávez.
El “resolver” que habíamos conocido ha llegado a una desidia exponencial. El viejo adagio decía que se robaba por dos cosas: por la oportunidad y por los testículos u ovarios que se llevaran. El trabajo era visto como la oportunidad: dime cuanto puedes resolver y te diré cuánto vale el empleo. Un ciudadano honesto y sin un trabajo donde resolver, está condenado a vivir como un miserable. En una sociedad donde escasea todo menos el hambre, el oficinista se lleva hojas, el médico el alcohol y las gasas, el de los mosquitos el petróleo, el bodeguero… bueno, ese no roba a nadie y resuelve a todos.
El régimen conoce bien este ciclo de retroalimentación “resolvística”. Es propia del Socialismo, desde la época en que Lenin se apropió, como buen comunista, de lo que no era suyo. Los regímenes de tal pelaje “dejan hacer” mientras no toquen la cadena del líder y sus acólitos. El Socialismo está genéticamente determinado por esos ciclos de corrupción y robo. Nació y se irá tomando las cosas de los demás -en primerísimo lugar, su libertad.
Pero la Robolución ha ido más allá en su etapa terminal. Algo inconsciente se respira en la manía de apropiarse de lo ajeno con violencia. Es como una venganza contra las reglas del mandamás y las inmoralidades que encarna. Así disfruta el hijo del vecino cuando rompe una pila de agua y se lleva la mariposa, cuando otro le cae a patadas a la cerca del jardín de la infancia y lo desvalija de flores, y esta quien al tratar de robarse un bombillo y no poder, rompe a pedradas la farola. La pila de agua, el jardín y las farolas son dianas donde el Hombre Nuevo descarga la cólera que no puede expresar de una manera sana.
En algún momento la ética de mínimos impidió que el médico “resolviera” un paquete de gasa para cambiarlo por gasolina. Hoy ese mismo facultativo se lleva diez paquetes de gasa aunque tenga gasolina. Ya poco importa el herido: “que lo enticen con una sábana”, dice. Si en cierta época se respetó la leche de los niños pequeños, hoy el “faltante” en algunas bodegas iguala el “contable”. El cínico bodeguero, fiel al mensaje que machacan todos los días en radio y televisión, podrá decir: “que envíen la leche del Norte, ese que tanto daño nos hace con el bloqueo”.
El Síndrome de Resolver 2.0 es una entidad de viejo tipo actualizada por el nivel de miseria y desesperación. El Castro-Canelismo no puede luchar contra el robo porque es parte de su identidad. Pero hoy enfrenta a un salto de calidad en su ratería habitual. Nada tiene que ver con la necesidad, incluso ni con la testosterona y los estrógenos. Es una protesta. Un acto de liberación canalizado hacia el inocente. Los jardines, las farolas y las pilas de agua no son responsables de nada. Por ahora en ellas terminan los desengaños de no obtener lo que se cree merecer o se desea. El mecanismo de “desplazar” las culpas hacia otras cosas fallará un día. En ese momento la guía de turismo sabrá para qué sirven los antiguos metales del Capitolio Nacional.
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