Por Francisco Almagro Domínguez.
Era sabido, y este escribidor no es adivino, que la llegada de Joe Biden a la presidencia de los Estados Unidos desataría la ira y la venganza de la izquierda “carnívora” (Carlos Alberto Montaner dixit) tras años de contención republicana. Por lo menos en Latinoamérica así ha sido: en Nicaragua Daniel Ortega prepara unas selecciones donde él es el único candidato con posibilidades; Maduro ensaya un monólogo con la oposición leal y anuncia comicios sin jugarse el poder monolítico. En Colombia se han activado todas las células antidemocráticas, en selvas y ciudades.
Cuba no iba a ser la excepción. Desde el inicio de su mandato, al actual inquilino de la Casa Blanca los cubanos le obsequiaron una bomba de tiempo con la llamada Tarea Ordenamiento. No había que ser muy listo para saber que tarde o temprano ese sería uno de los principios activos que, junto al descontrol de la pandemia, podría generar la tormenta perfecta. Incluso más allá: como si lo hicieran a propósito para provocar un levantamiento, los mandamases insulares se han robado los dólares a la cara. Solo faltaba quitar la corriente eléctrica: el fósforo social.
Los demócratas tienen un viejo historial de fiascos con la Habana y eso los comunistas lo saben muy bien. Los republicanos preparan las condiciones y los demócratas llevan el desastre hasta sus últimas consecuencias. Así sucedió en Camarioca, y en el Mariel. En este último, el corazón abierto de James Carter tuvo que aguantar un bombeo de 125,000 cubanos en pocos días, y entre los cuales colaron miles de psicópatas y psiquiátricos.
Clinton no corrió mejor suerte con Guantánamo. Los dueños de Cuba le impusieron un acuerdo migratorio humillante pues de ningún país del mundo se emigra hacia acá ordenada y regularmente a través de 20,000 visas anuales. Por esa vía han entrado al país el triple que por el Mariel. No debemos olvidar el Éxodo Terrestre en tiempos de Obama, aluvión que permitió la entrada masiva de miles de cubanos por la frontera mexicana. La solución fue salomónica: mojar los pies de los pies secos.
Las esperanzas de que actual ejecutivo desarmara la política restrictiva de Trump hacia el régimen –el único presidente que firmó el titulo tercero de la Ley Helms-Burton- se han ido desvaneciendo con los meses. Sería muy osado pensar que el 11J fue una jugada del Canelismo para sentar a los americanos en una mesa de diálogo. Pero de alguna manera han apretado tanto que la revuelta popular se esperaba de un momento a otro, aunque no en tal magnitud.
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Joe Biden está en la misma encrucijada de sus predecesores. Y contra la pared de su partido el cual, para desgracia de la Isla, en su mayoría esta desconectado de lo que sucede a noventa millas, excepto algunos legisladores cubano-americanos, y algún sureño de antepasados latinos. La historia enseña que si afloja, la Habana tomará ventaja: un nuevo éxodo, aumento de la represión interna, o ambos. Si da una vuelta a la tuerca como con una intervención humanitaria, el conflicto se expande y rusos y chinos tomarían el Báltico que tanto desean los primeros, y el Taiwán que ansían los segundos.
Hasta hace muy pocos días la doctrina Biden hacia Cuba parecía la correcta: dejar crecer la Torra de Pisa hasta que caiga por su propio peso. El 11J, provocado consciente o inconscientemente por el régimen, ha situado el conflicto en otro nivel de resolución. Ha sido un punto de ruptura del equilibrio político, tanta allá como aquí. Ante esta nueva realidad, un punto de no retorno, quizás lo más aconsejable sería amplificar las posibilidades de respuestas… originales, autenticas.
Una de esas pudiera ser favorecer la comunicación en la Isla. En realidad, muchos expertos dicen que eso no es posible técnica, ética y legalmente. Sobre la legalidad se pudiera discutir en otro momento. Lo ético es hacer algo, pues la fase de esperar la caída de la torre ha sido desbordada por los acontecimientos. Técnicamente parece posible. Pero debe preverse una respuesta del régimen pues permitir una voz diferente a la suya dentro de Cuba es el fin de la dictadura.
Si los mandamases cubanos fueran realmente buenas personas, y quisieran al pueblo –cosa que no han demostrado en más de medio siglo-, aprovecharían a un ejecutivo demócrata para conversar una salida negociada y sin trampas de su parte. Un emisario furtivo entraría por el traspatio de la Casa Blanca y en la Oficina Oval, a media luz, pediría un “break” para evacuar todo lo que estorbe en un proceso de reconciliación y reconstrucción cubanas.
Como esa posibilidad es muy lejana pues los psicópatas son incorregibles pero tratan de salvar su pellejo –quiera Dios que suceda el milagro- Joe Biden debería oír todas las propuestas y no la de sus correligionarios, quienes tradicionalmente embarcaron a Johnson, Carter, Clinton y Obama. Podría ponerse una tablita en el hombro –dicen que un satélite, un globo, lo que sea- y pedirle al que hace de presidente cubano que se lo tumbe si es guapo. La comunidad internacional en círculos, debería estar observando como el audaz Designado se enfrenta a un anciano que parece decrépito, y que, cuidado, podría darle un susto a cualquiera.
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