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Foto Cullan Smith
Por Francisco Almagro Domínguez
¿Cuánto puede durar una dicta-dura cuando ha dejado de ser dicta-blanda? ¿Es la violencia ríspida el síntoma último del totalitarismo antes de expirar? ¿Qué se necesita para convencer a la masa de que una vez dado el primer golpe, la tiranía escalará en violencia hasta llegar al terror? ¿Tiene el régimen manera de salir de este atolladero que no sea dialogando con la oposición interna y externa –Estados Unidos?
Hemos visto lo que imaginamos podía volver a ser pero no de una manera generalizada, descarada: compatriotas blandiendo palos y cabillas para golpear a sus propios hermanos, a quienes, como ellos, sufren escasez material y espiritual; a quienes después de sesenta años siguen durmiendo en la cama de sus abuelos, y sobre ellos, el techo se abofa sin remedio. Un pueblo así debe estar enfermo. Enfermo de odios, de envidias, de resentimientos, miopía existencial.
Para Cuba no es nada nuevo, como no le era para los judíos, quienes eran los policías en el Gueto de Varsovia. Hay que leer la historia y conocerla para no repetirla, incluso, para predecir el futuro.
En la Isla-hacienda parte de los rancheadores, y algún que otro mayoral eran mulatos libertos. Los voluntarios eran hijos de españoles, cubanos; “chivateaban” al vecino por infidente, y tuvieron un papel decisivo en el fusilamiento de los estudiantes de medicina. Los primeros levantamientos en armas durante la Republica lo hicieron oficiales del Ejército Libertador. Machado contó con una legión de chivatos a sueldo. Batista tuvo un masivo acto de desagravio tras el 13 de marzo en el palacio presidencial; por ahí andan las fotos, cientos de miles apoyando al dictador.
Tengo una tristeza que me remonta a los dolorosos días del Mariel. Aquella mentira que muchos creímos; que uno de los que había entrado por la fuerza en la Embajada del Perú era el asesino del custodio Pedro Ortiz -y no caído este por lo que hoy se llama "fuego amigo"-; que las diez mil almas en los patios de la sede eran escoria, es decir, basura, limallas, despojos. El psicópata megalómano más grande que ha parido la Isla nos hizo creer que quienes se marchaban no merecían ni la más mínima misericordia sino palos, piedras, y huevos –hoy, ni eso.
Estaba en la escuela de medicina. Recuerdo la clase, incluso. En el primer piso la algarabía. Salimos del aula y al asomarnos vimos una muchacha que caminaba por el pasillo rodeaba de alumnos gritándole improperios, y a cada rato la escupían y la empujaban. Hasta ese momento no había tenido una contradicción con el régimen pues, formado en sus fauces, es difícil conocer las intenciones de la bestia.
Han pasado cuarenta años, y las cosas están peor. Desde todo punto de vista. Es como si la mítica piedra de Sísifo se hubiera hecho realidad en el Caribe. Quienes la cargan pretenden convencer al mundo de que van en camino a la cima. Pero, esta vez, todos pueden observar su retorno, cada vez más pesada, menos dócil, mas grande y agresiva.
En esta ocasión el régimen está jugando con candela, y no le importa quemarse. No hablo de la represión interna, algo que siempre ha existido y que en los finales de la pesadilla parece no tener límites. Hablo de seguir culpando a los Estados Unidos por una rebelión que es espontánea, surgida de la innata capacidad del ser humano para buscar la libertad. Tales acusaciones deben ser desmentidas por el gobierno actual casi todos los días.
Los comunistas cubanos no se percatan que sus mentiras funcionan como un bumerán: si los yanquis están detrás de las manifestaciones, y estas quieren el cambio de régimen que casi todos desean, pues el silogismo es claro: los yanquis son nuestros aliados, nuestros amigos.
La cúpula criminal castrista no acaba de entender que no hay marcha atrás. Que la mejor solución es un dialogo. Con los cubanos primero. Con los norteamericanos después.
Si llegara a suceder un baño de sangre, casi no habrá país, como sucedió a los jerarcas nazis, donde se puedan refugiar ni ocultar sus dineros. El fuego no son los cubanos indefensos que podrán ser masacrados. El fuego es el vecino del Norte, invitado por los comunistas, una y otra vez, a invadir la Isla con jamones o con balas.
Eso no va a suceder, dijo el senador Bob Menéndez. No estoy tan seguro. El fuego quema y también purifica.
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