Por Francisco Almagro Domínguez
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En los últimos tiempos suelen aparecer en la prensa cubana numerosos artículos redundando el tema de ‘guerra cultural imperialista”. Los autores toman el pulso de las asambleas de periodistas e intelectuales, en las cuales también se expresan preocupaciones sobre los déficits en la comunicación social, la re-ideologización del pueblo, y la escaza motivación de los jóvenes por la historia Patria.
El sospechoso acostumbrado de tanta maldad es el gobierno yanqui. Ellos, los americanos, con sus tecnologías invasoras, y laboratorios de guerra cultural supervisados por la tenebrosa CIA, crean matrices de opinión para que los mercenarios de las letras conviertan los contenidos en propaganda enemiga. Aunque para la mayoría de los ciudadanos del mundo libre esto puede ser una simple estupidez, o un delirio esquizofrénico, muchísima gente en la Isla cree que es verdad. Contra Cuba –el gobierno- hay una declarada y abierta guerra mediática.
Los que peinamos canas sí que hemos vivido bajo una guerra, un asedio mediático, casi todo el tiempo que estuvimos detrás del Cortina de Bagazo. Recordar es no volver a vivir así, como si el mundo fuera ese archipiélago rodeado de mar, donde están las playas más hermosas, los líderes más honestos, la economía más justa y planificada, y sobre todo, los ciudadanos mejor informados y cultos del Mundo. Periodistas e intelectuales, sin oposición real, sin voces alternativas, contrarias, han hecho y desecho por seis décadas en la vida noticiosa del país. Con una pluma y un papel han segado la vida o la reputación de decenas de miles de compatriotas. Y nada ha pasado. Nadie ha pedido disculpas.
Cuando los comisarios hablan de “guerra mediática”, ¿a qué se refieren? Guerra cultural, ¿Qué significa? Acaso la refriega que vivimos los de mi generación que para oír un disco de los Beatles o los Rolling Stones en casa de un amigo había que disfrazarlo con una caratula de Pello el Afrokan. O para tener el pelo largo durante la semana de clases ponerse vaselina –la cubana, olor a petróleo- y dormir con una media de mujer en la cabeza. Quizás aquella batalla cultural era arrancarle las etiquetas a los jean para no delatar su procedencia, o esconderse en el último cuarto, y bien bajito, con un perchero y un radio VEF, poder oír el American Top 40 de Casey Kasem.
La guerra cultural de mi generación fue tratar de sobrevivir a la enajenación y al adoctrinamiento más feroz, implacable. Adoctrinamiento que comenzaba bien pequeñito, haciendo el juramento de ser como un extranjero y no como José Martí; echando flores al mar o a los ríos a un héroe del que nunca más nada se supo; leyendo autores de otros países mientras los nuestros, algunos silenciados y otros escapados a otros sitios, eran perfectos desconocidos; guerra cultural fue eliminar del éter nacional a la Guarachera de Cuba, a la Reina del Bolero, a la Muñequita de Canta; batalla contra la cultura cubana fue imponer La Nueva Trova sobre la Vieja, el Bolero y el Son, sin los cuales la música de la llamada revolución no hubiera existido.
A veces me pregunto cómo a un joven le puede interesar la historia de Cuba si hay personajes intocables por la crítica. ¿Para qué repasar lo vivido si hoy Cuba ha logrado lo que el Apóstol soñó y el Difunto ya lo cumplió? La historia de la Isla es simple: Colonia, Neocolonia e Involución. El cuento se escribe en una mesa del Órgano Oficial y en el Departamento Ideológico: los rusos fueron amigos hasta llevarse los cohetes, después amigos cuando el fracaso de la Zafra de los millones, más tarde no tan amigos como Perestroikos, y ahora amigos de nuevo gracias al Periodo No Especial II. El único enemigo eterno es el norteamericano, aunque sean las remesas y los viajes la segunda o tercera industria de Cuba. Como diría Pumba en el Rey León: con ese enemigo, quien necesita amigos?
El municionamiento que piden nuestros contrincantes ideológicos en la Isla es virtualmente imposible. La ideología que cargan como munición, al decir del periodista Luis Ortega, es la de la pandilla: ninguna. O la que se necesite. Falsean los datos y la historia sin una gota de pudor: como si Internet y los teléfonos móviles no existieran. Bloquean los medios del exterior e interior; pero como el agua, la información escurre por cualquier resquicio.
La verdadera guerra mediática e ideológica es la que libra el comunismo cubano contra su propio pueblo. Menuda tarea la que tendrán por delante en los próximos meses los guerreros de la información del régimen: convencer a los cubanos –en realidad las dianas sobre las cuales disparan- de que los rusos son aliados ideológicos mientras los eslavos toman de nuevo el país, ahora con nuevas prácticas capitalistas. Sin duda, los periodistas e intelectuales cubanos deberán pasar un reciclaje, re-entrenamiento de cómo enfrentar la guerra mediática que se avecina: convencer a millones de personas de vivir otra vez una batalla, esta vez, sin ideas.
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