top of page

LA BECA




IV.

Morir… con la corbata puesta.

Hay dos sesiones, estudio y trabajo. Dos uniformes; uno para estar en la escuela y salir de pase. Otro para ir a trabajar en el campo. El día de ir al almacén a buscar los informes Aldi conduce al albergue en formación marcial hasta el lugar; advierte: no se demoren más de cinco minutos porque para escoger un par de pantalones y dos camisas no hay que demorarse tanto… el que se demore lo voy a sacar yo mismitico de allá adentro.

El almacén huele a plástico y a cuero curtido. Dos o tres empleadas ayudan a los alumnos a seleccionar los uniformes. Para ir a trabajar en el campo dan un pantalón y una camisa de mangas largas hecha de algodón grueso, un sombrero de yarey y un par de botas rusas. Para la escuela y salir de pase, dos pantalones de poliéster azul oscuro y un par de camisas azul marino claro, con un abrigo y una corbata azul oscura. También un par de zapatos plásticos. La gente los bautizará como Kikos plásticos, por la fábrica donde los hacen[i]. Los uniformes de las chicas es parecido en color y tela, solo que la saya es una especie de short con tapas en el frente y detrás. La corbata es más pequeña, triangular. Y el abrigo de las muchachas, ¿diferente?

Para ir al campo o al docente, los instructores deben revisar “estar de completo uniforme”. No se puede ir sin sombrero ni sin botas al campo. Por supuesto, lo primero en perderse es el sombrero. Al regresar del campo, el sudor y el rocío de la mañana producen un sudor agrio que hiede a metros de distancia. Las botas regresan llenas de lodo, que se mete debajo de las suelas y hay que sacarlo con las manos, con un pedacito de palo, a veces con hojas verdes.

El baño es por cubículos. Veinte muchachos debajo de siete u ocho duchas. No hay cortinas (vergonzoso: algunos han desarrollado vello púbico, otros no, y se nota). El agua es fría, y la tierra colorada no se quita con una sola jabonadura.

El instructor de albergue, Alcorta, se para en una esquina de las duchas. Es mayor que todos los alumnos. Un bigote espeso y unos ojos claros le dan un parecido felino. Seguro tienen bastantes pelos en los huevos. Pero nadie lo ve bañarse. Los instructores se bañan, o no lo hacen, cuando nadie los puede ver.

Alcorta grita: voy a contar hasta veinte para que salgan de las duchas, y el que no haya terminado sale enjabonao, así mismo, a mí no me interesa… uno, dos, tres…”

Hay risitas, griticos, unos empujan a otros. ¡Veinte, se acabó! Alcorta va ducha por ducha. ¡Cierra la ducha, alumno! Profe no me he terminado. Me importa un carajo, me oíste… pa’ la próxima te apuras. Siempre quedarán con tierra en las manos y enjabonados Rolo y Pelusa. Quizás por eso mismo serán grandes amigos.

Se necesita completo uniforme para ir al docente. Y para salir o entrar del pase. La corbata no puede faltar. Hay que aprender a hacerse el nudo. No es difícil. Cinto, corbata, kikos, y en época de invierno, el abrigo.

Es sábado al mediodía. Día de pase. Hemos tenido que dar un turno de clases atrasado. Formamos en el albergue en espera de que le toque a nuestro grado bajar para tomar las guaguas Girón que nos llevaran a La Habana, a la casa por menos de veinticuatro horas. Aldi se para dónde habitualmente lo hace. Va a revisar cama por cama: que queden bien tendidas y las taquillas en orden. Cuando voy a organizar mi taquilla y ponerme la corbata, veo que falta. Alguien la tomo la corbata de allí. Es la primera vez que me roban. No poder salir de pase. Un escalofrió me baja por la espalda. ¿De dónde yo saco una corbata a esta hora? ¿Quién habrá cogido la mía?

Esta será la primera y no última dura decisión de mi hasta entonces corta vida: hay que robarse una corbata. O robas o te roban, es esa la lección amoral del día de hoy. ¿A quién? No lo sé. Al que pueda. El Asmático de la litera de abajo es que más cerca me queda. Ya se ha puesto la suya. Aprovecho el desorden, paso hacia el baño; en el último cubículo, sobre una cama, alguien ha dejado una corbata. Miro alrededor. Nadie está atento. La tomo. Se me quema la mano. La corbata y la mano hierven en un infierno imaginario. Nunca he tomado nada que no sea mío. No fue esa la enseñanza en mi casa. Si no lo hago no salgo de pase. Es la corbata o la vida: quedarme en este campo todo el fin de semana. Simulo que voy al baño –hasta orino sin deseos- y salgo con la corbata sin anudar, alrededor del cuello. Nadie puede decir que no es mía. La reviso y veo que el gil no le ha puesto nombre al dorso todavía.

Entonces Aldi ordena formar. Por allá detrás alguien grita que le han robado su corbata. Aldi dice que hasta que no aparezca la corbata nadie va a salir del albergue. Nos queremos todos aquí el fin de semana, advierte. No voy a hablar. Sé que si me descubro no solo perderé el pase. Aldi me pondrá a limpiar el baño un par de semanas.

Por los altavoces llaman al grado a bajar para ir a los autobuses. ¿Entonces nadie va a hablar?, pregunta Aldi. Se salvaron, dice Aldi, porque hay que irse para abajo, pero lo de la corbatica lo vamos a resolver cuando regresen de casita con sus mamitas, ¿me oyeron?

En la guagua miro a todos. A nadie le falta la corbata. Con el aire del campo, la brisa que entra por la ventana de la Girón comienzo a olvidarme de la falta. Pasarán los años y quizás en otra dimensión de la existencia, no en esta, seguiré pidiendo perdón a quien dejó la corbata sobre la litera esos primeros días de La Beca. En tránsito a La Habana, apenas media hora, la brisa del campo y la claridad del mediodía hacen que, por ahora, olvide la primera vez que he robado en mi vida.



VENTANA 3: Uniformes


Vestir va más allá de la estética. Uniformar es, literalmente, borrar las diferencias. Hacer que las personas que se vean y sientan iguales. Comienzan por ponerte un uniforme, y terminan pensando por ti.

En el ejército es imprescindible. En los regímenes totalitarios también. La Revolución cubana tuvo una enajenada manera de buscar la uniformidad en el vestir y sobre todo, en el pensar.

Fue esencial un uniforme para las ESBEC y los INPUEC. Puede verse el documental en el cual Fidel Castro, como en una pasarela acrítica, permite que los estudiantes elijan sus uniformes. Imitación de democracia. Colores y modelos han sido escogidos antes de la función.

Uso correcto del uniforme. El uso correcto del uniforme es algo que los instructores y profesores persiguen con saña. Tiene lógica: los jóvenes buscan diferenciarse. Es parte imprescindible de su crecimiento psicológico. Pero eso será posible en otro lugar, no en La Beca. Aquí todo está bien ordenado y cuadrado. La corbata es obligatoria para ir y venir del pase. No se puede subir al trasporte sin corbata. Los kikos (zapatos plásticos) dan mal olor en los pies y mucho calor. Son obligatorios. Los listos consiguen papeles de los ortopédicos para hacerse zapatos de piel. La camisa siempre por dentro del pantalón o la blusa. Las muchachas hacen “quillas” a los pantalones de campo para convertirlos en “campanas”, que es la moda (eso si lo permiten).

El uso incorrecto del uniforme es una falta grave. El alumno pierde puntos en la emulación, y tendrá que ir al Consejo Disciplinario de la Escuela.

[i] Para entonces el poliéster es una tela casi desconocida en Cuba. No se arruga fácilmente y seca rápido después de lavar. Los zapatos plásticos son también una novedad, aunque después de unos meses, el pie sudado, se deforman y producen humedad por el calor, con el consiguiente mal olor que los chicos llaman “peste a pata”.

Comments


Contacto

Thanks for submitting!

© 2023 by Train of Thoughts. Proudly created with Wix.com

bottom of page