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Copa de Pitágoras. Tomando de Wikipedia.
Por Francisco Almagro Domínguez.
Los antiguos griegos, filósofos, matemáticos y físicos -solían estar en connivencia todos esos saberes- a veces se entretenían elaborando “juguetes” que demostraban a través de complejos mecanismos cierta lección ética. Uno de aquellos artefactos fue la copa de Pitágoras. Cuenta la leyenda que en el siglo VI A.C. y durante las duras jornadas por llevar el agua a la Isla de Samos -donde nació el matemático- los trabajadores bebían en exceso. Quien después seria conocido por su famoso teorema - aquello de los catetos y la hipotenusa- inventó una vaso que se queda vacío cuando se bebe más allá de un límite.
La llamada copa de Pitágoras está dotada en su interior de un sistema de sifas. Cuando el líquido en el recipiente rebasa determinada altura, por un mecanismo de succión la copa evacua completamente. Pitágoras se habría adelantado así a otro grande, Blaise Pascal, quien siglos después describiría la presión hidrostática y la ley de los vasos comunicantes. Pascal, como Pitágoras fue, además de físico y matemático, un importante filósofo. A Pascal debemos la famosa frase de que “el corazón tiene razones que la razón ignora”.
Después de concluir la Convención Nacional Demócrata, y empezando la del Partido Republicano, parece que los contendientes han olvidado la lección del matemático de Samos: hay límites, aveces imperceptibles, que no deben ser traspasados. Los demócratas inundaron los tres días de convención virtual con ataques al presidente Trump y su desempeño durante cuatro años. Si analizáramos las veces en que los mensajes al electorado indeciso fueron propuestas concretas, y no embestidas contra el ejecutivo actual, el balance podría ser de una promesa por cada cuatro o cinco descalificaciones.
El error básico en esa operación virtual es que no se conquista al vacilante hablando pestes, por demás quizás conocidas, del vecino. El éxito consiste en ofrecer alternativas creíbles. Dentro de los discursantes demócratas más descabellados, y por primera vez fuera de su proverbial diplomacia, estuvo el ex-presidente Obama, con un sospechoso espaldarazo tardío a su vice. Barak Obama leyó del teleprompter que su sucesor no había tomado en serio el trabajo, y que había pasado el tiempo sin hacer nada, solo en su beneficio.
Pero sería superado por la aspirante a vicepresidente, la ex-fiscal y senadora Kamala Harris. Esta vez con una sonrisa que no acaba uno de descifrar si es una simulación o una impostura -muy al contrario de la mala leche exhibida durante los debates contra quien dice ahora acompañar fielmente en la carrera por la Oficina Oval-, la Harris habló de racismo sistémico, y de maltrato a los emigrantes, siendo ella el mejor ejemplo, negación dialéctica y ecléctica, de lo contrario.
Nada ha faltado para acusar el presidente del desastre causado por el coronavirus. Y de las protestas violentas, que suceden en territorios demócratas. Es una estrategia igualmente fallida, y de la cual, a no dudarlo, los republicanos sacarán ventaja. El elector no es tonto. Quiere paz y orden. Y sabe muy bien que hasta no lograr una vacuna eficaz la economía, y sobre todo los servicios y la industria del ocio, no podrá reflotar. La segunda ola ya comienza en Europa, y parece indetenible.
Culpar al ejecutivo de inacción no solo es ofensivo, sino que es bumerán porque la data y los esfuerzos por contener la propagación junto a los fondos asignados para desempleo y pequeños negocios están ahí, en los libros contables. Es justo señalar que las carreras por la Casa Blanca, históricamente, rebasan el limite de la copa pitagórica desde hace dos siglos y algo más.
No sería desatinado esperar que las investigaciones sobre el affair Rusiagate y el fake dossier revienten la campaña demócrata semanas o días antes de las elecciones. Varios enjuiciamientos a altos personeros de la administración Obama-Biden podrían en ascuas el triunfo demócrata. Podrían, incluso, salpicar al candidato Biden, quien debería haber estado al tanto del peor caso de espionaje político en la historia norteamericana.
Mas al sur, al pairo en las turbulentas aguas de la bancarrota financiera e ideológica, a los dirigentes cubanos parece importarles poco la copa de Pitágoras. Quizás nunca oyeron hablar de ella. El exceso es la medida de todas sus cosas. Nunca excesos materiales, alegrías, libertades. Excesos de escaseces y sufrimientos. Después de las medidas frustres para conseguir divisas frescas, ha habido como una pausa, una mirada atenta, una escucha casi psicoanalítica de lo que sucede en el país de los malos.
Las apuestas no van porque Biden gane, sino porque Trump pierda, que no es lo mismo ni se escribe igual. Hasta noviembre 3, o posiblemente un poco más allá, la orden es estar tranquilos: ni una gota más al vaso, no vaya a ser que se vacíe todo. El ex Líder Máximo le tenía bien tomado el limite a la copa pitagórica. Parecía que la llenaba. Y, astuto pitagórico, se quedaba justo en la línea de succión. Pero por lo que hemos visto hasta ahora, con estos muchachones nuevos, y una generación que se despide de uno en fondo y sin tomar distancia, nunca se sabe…
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