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La esperanza es lo primero que se gana*



Por Francisco Almagro Domínguez


Dante Alighieri hizo poner en la puerta del Infierno esta advertencia: “¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!” Cierto: la esperanza es lo primero que se pierde al entrar en el purgatorio. De tal mala suerte, el Infierno era para el poeta renacentista un lugar donde el tiempo carecía de sentido, los humanos de propósito, y de futuro. El Maestro explica que una vez en el Averno, “conviene abandonar aquí todo temor; conviene que aquí termine toda cobardía”.

El “milagro” de la sobrevivencia de la llamada Revolución cubana es hacer creer a su pueblo y al mundo que viven en el paraíso a pesar de las envidias y los zarpazos de la Bestia del Norte –lo cual lo hace más meritorio y disfrutable. Es un dato esencial: han sobrevivido porque la puesta en escena funcionaba, hasta hace muy poco; los no enterados creían al régimen incapaz de hacer daño, de tirar a matar, de encarcelar al que abriera la boca. Era y sigue siendo importante que crean que en Cuba no pasa nada, y que el comunismo insular se acerca, simplemente, a lo que algunos necesitan seguir soñando.

Es un ‘milagro” la sobrevida porque el éxito de la llamada Revolución cubana no ha sido económico. Es fácilmente demostrable: una vez suprimido el oxígeno exterior, primero de la Unión Soviética y del campo socialista, y disminuido el de Venezuela –y el de la diáspora-, ese régimen es incapaz de ventilar por sí mismo. La salud y la educación colapsan, también, por falta de aire exógeno. El éxito no ha sido social; de ‘hombres nuevos” están llenas cárceles y el exilio.

La sobrevivencia no es cultural cuando han borrado y tergiversado la mitad de la historia. El pueblo no sabe a dónde va porque no sabe de dónde viene; no tiene claros sus referentes, sus luces y sombras políticas, religiosas y económicas en una Cuba que empezó a ser república, según ellos, hace poco más de medio siglo. Mediatizada, falsa, neocolonial son los epítetos para denostar lo construido antes de todo el desastre. Ha sido de una empresa de tal soberbia que solo puede terminar en autofagia, como sucede hoy día.

Solo faltaba la violencia, sin disfraces de obreros y pueblo enardecido, para revelarnos el verdadero talante infernal de seis décadas. Era necesario poner junto al letrero de bienvenida en este purgatorio terrenal, la tonfa, los disparos, golpear a mujeres y encarcelar menores, la cacería humana del que tomó la foto y del joven que gritó libertad desde la ventana de su casa.

Curiosamente, y sin casualidades, la mayoría de los rebelados son los Hijos del Periodo Especial. Nacieron poco antes o poco después de aquellos tiempos de avitaminosis, apagones de 8 horas, bicicletas chinas, jineteras, dolarización y estampida por mar y aire. Ellos, que han crecido sin casi nada, han visto a los Hijos de la Revolución, abuelos y padres, encanecer y arrugarse bajo el Sol, reinventar la chismosa, la sopa de gallo, el trapito sanitario y recoger, una vez más, cabos de cigarros de la calle.

Entre esas generaciones hay una definitiva diferencia: la desesperanza de los mayores y la esperanza que, paradójicamente, ha sembrado la violencia del 11J en los Hijos del Periodo Especial. Y es que entrados en ese ciclo de terror y represión, ¿cree el régimen poder ganar la partida contra un pueblo desesperado, hambriento física y espiritualmente? ¿Es tanta su ceguera política y poco sentido común que sin llamar al dialogo y la reconciliación podrán mantener el poder para siempre? ¿O estarán esperando que se mueran los que se empecinan en no morir para trasformar el país en algo moderno, decente y digno?

¿Desestiman, imprudentemente, el valor de una madre sin leche para sus hijos, un hijo sin medicinas para su padre, un abuelo que luchó en África y ahora pasa la noche a oscuras y con calor? ¿De verdad piensan que la gente sigue creyéndoles la paparrucha del bloqueo como fuente de todas las desgracias?

Nunca sabremos de quien fue la fatal idea de poner en boca del Designado la palabra continuidad. Tampoco con quien quería él y su camada quedar bien; si fue una frase de su propia –mediocre- inspiración, o salió de la gris eminencia de un descerebrado. Lo cierto es que los Hijos del Periodo Especial no quieren continuar nada. La ecuación es la misma para cualquier dictadura: a mayor represión, mayor esperanza, más deseos de libertad.

Es lo que puede suceder si el régimen, ahora tan predictiblemente chapucero y tiránico, impide las marchas pacíficas del 15 de noviembre. Los Hijos del Periodo Especial, conscientes de estar en el infierno, de que nada cambiará, y sin nada que perder, contagiaran a los abuelos y los padres, Hijos de la Revolución, de un virus más intangible que el COVID-19: el virus de la valentía. Cientos, miles, millones de virgilios diciendo, a viva voz: “Conviene abandonar aquí todo temor; conviene que aquí termine toda cobardía”.


*Publicado este artículo el régimen anuncia que impedirá la marcha de noviembre 15. Nadie sabe si Archipiélago había pensado en eso. En tal caso, la apuesta es a la violencia. Tomemos nota.


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