![](https://static.wixstatic.com/media/nsplsh_5f7a46526855376a717a63~mv2.jpg/v1/fill/w_980,h_639,al_c,q_85,usm_0.66_1.00_0.01,enc_auto/nsplsh_5f7a46526855376a717a63~mv2.jpg)
Por Francisco Almagro Domínguez
Casi todos los hombres mueren de sus remedios, no de sus enfermedades.
La curiosidad del médico rural Edward Jenner hizo, como ha sucedido tantas veces en la historia de la ciencia, que una observación casual -y la tenacidad para llegar hasta el final- desembocara en un gran descubrimiento: la vacuna. El termino vacuna deriva, precisamente, del descubrimiento de Jenner: la viruela de las vacas y como prevenir la enfermedad en humanos. La inoculación de gérmenes conocida como variolización era una práctica de siglos. Consistía en hacer una incisión en la piel y aplicar costras purulentas de viruela; y tras el aislamiento del paciente esperar a que su cuerpo desarrollara inmunidad. No está de más decir que, aunque salvaban vidas, muchos morían de infecciones, déficits nutricionales y pobre inmunidad.
Jenner, en cambio, hizo un fino análisis: las lecheras de su tierra adquirían la viruela bovina por su contacto con los animales, y quedaban inmunes a la viruela humana. Temerario pero convencido de su tesis, Edward Jenner inoculó al niño James Phipps con el fluido de la granjera Sarah Nelmes, quien había estado en contacto con la viruela bovina. James tuvo síntomas variólicos leves. Cinco semanas después puso al niño en contacto con la viruela humana y el chico no mostró síntoma alguno.
El descubrimiento de Edward Jenner, perfeccionado por Louis Pasteur posteriormente, nos ilustra hoy día sobre lo que es una vacuna, riesgos y beneficios. En primer lugar, las vacunas que antecedieron a la ingeniería de anticuerpos y otras avances en el campo de la biología molecular eran cepas atenuadas de virus y bacterias. Estos microorganismos sufrían un proceso de inactivación, o debilitamiento, pero conservaban sus capacidad de producir respuestas del organismo sano. Las respuestas son mediadas por los llamados anticuerpos, proteínas que funcionaran como memoria activa si el germen pudiera otra vez ingresar al organismo, y lucharían contra él hasta vencerlo.
Básicamente, la creación de vacunas debe cumplir exigentes requisitos para ser administradas a la población sana, que es su objetivo primero: impedir que la gente se enferme y así cortar la transmisibilidad. Aunque hoy no se ve con tanta frecuencia, casi todas las vacunas producen síntomas molestos. Se trata, es necesario repetirlo, de sustancias muy parecidas al virus o a la toxina. La línea que separa la reacción desagradable -febrícula, mareos, cansancio, dolor de cabeza, enrojecimiento en el sitio de punción- con la enfermedad en sí puede ser borrosa. Y tanto peor es que de nada sirva la vacuna: que, a los pocos meses, y al ponerse en contacto con el virus o el germen, debido a su poca o nula generación de anticuerpos, el individuo padezca la enfermedad y pueda morir a causa de esta.
Por esas razones se han establecido fases para la elaboración, producción y suministros de vacunas. Explicar cada una será extenso y aburrido. De manera breve diremos que hay tres fases. En la Fase I se escogen adultos sanos que pueden ser entre dos docenas a cien individuos. Nunca niños. Tampoco hay estudio doble ciego -un grupo con la vacuna y otro con un placebo. Los investigadores deben identificar las reacciones adversas y si hay respuesta inmune. En la Fase II se incluyen los grupos de riesgo, cientos de personas, y se comprobará la seguridad del candidato vacunal, la dosis optima a la cual produce anticuerpos; un grupo recibirá la vacuna, y otro, sin saberlo, solución salina o cualquier otro artificio. Por último, en la Fase III, se incluyen miles de personas y distintas edades con condiciones preexistentes. Podrían verse efectos secundarios en una muestra tan grande; solo que estos no deben superar determinada cantidad -y, sobre todo, gravedad- por mil individuos.
Probablemente la celeridad con la cual los investigadores han trabajado en la vacuna contra la Covid-19 es inédita. Es proporcional a la magnitud y la mortalidad de la Plaga. A esto se suma un mundo políticamente polarizado, una suerte de nueva Guerra Fría. Contradicciones incluidas, en un mundo también globalizado, donde los enemigos dependen unos de otros. Esto último es difícil de entender, y, pareciera imposible, de resolver.
Mientras los grandes capitales norteamericanos invertían en la china comunista, sin importar mucho hipotecar la seguridad y la estabilidad social en los Estados Unidos, los chinos, con su proverbial paciencia y tenacidad, iban reconstruyendo su imperio, dotado de talentos y modernidad. Los asiáticos, sabiendo que a algunos en el Norte solo les interesaba el profit, y que mirarían hacia otro lado, en una especie de moderna esclavitud producían computadoras, relojes y electrónicos de inmejorable calidad.
La vacuna contra la Covid-19, desgraciadamente, ha tomado un matiz político. La izquierda radical está volcando toda su artillería mediática contra el presidente Donald Trump. Lo hacen responsable de una Plaga que tomó a todos de sorpresa -menos a los chinos, por supuesto. Se acusa al mandatario de la debacle económica, algo natural en un mundo paralizado. Las matrices de opinión lo enfrentan a los científicos, y casi nadie habla del interés -y el dinero- que el ejecutivo ha puesto en lograr lo más rápido posible una vacuna contra la Plaga.
El nuevo zar Vladimir Putin no ha tenido reparos en anunciar que la vacuna rusa ya ha sido aprobada para su uso en el país. Como era de esperar, los satélites latinoamericanos, sin importarles su gente, y para hacer contrapeso político, están dispuestos a aceptar la oferta del Kremlin. Se habla, incluso, de producirla en los laboratorios de esos países americanos. Lo cierto es que Alexander Guinzburg, quien dirige al instituto Gamaleya, autor de la vacuna, ha declarado que comenzarán los estudios en grandes poblaciones en los próximos meses. Solo después estará lista la vacuna, o sea, a principios del próximo año.
En medio de elecciones generales, la politización de algo tan sensible como una vacuna es preocupante. Aún quedan algunos meses para que, de la docena de candidatos vacunales en Fase III en el mundo, al menos la mitad tenga garantías de éxito. Por acá hay quienes dicen que todo no es más que ruido electoral: que con vacuna o si ella, en septiembre 3 de 2020, el Covid-19, casi por arte de birlibirloque, no sembrará el terror en territorio norteamericano. Podría ser la mejor vacuna: esperar en paz y con una sonrisa, el 2021.
Comments