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Las encuestas y la Plaga




Si no puedo dibujarlo, es que no lo entiendo.

Por Francisco Almagro Domínguez

Si todas las encuestas fueran ciertas en sus pronósticos, los adivinadores y las cartománticas se quedarían sin trabajo. Como existe el llamado sesgo muestral, unas veces se equivocan y en otras predicen todo lo contrario. Pero aun en caso de un diseño profesional, y principios estadístico-matemáticos de probada eficacia, el hombre, el objeto a encuestar, siempre será impredecible hasta el último momento.

El error de quienes todo lo quieren tabular, incluso a la mente humana, es que el individuo puede pasar por varios estados de ánimo y de ideas durante el mismo día y semanas. Como decían en mi tierra para ilustrar el homo caribensis, algunos se acuestan del Habana y se levantan del Almendares, dos viejos equipos cubanos de beisbol profesional.

Las encuestas, como los análisis de laboratorio, son fotografías, imágenes de un momento puntual. No son procesos. El juicio crítico de conformar la investigación antecede al examen comprobatorio. Se pregunta o se investiga sobre una hipótesis, sobre un fenómeno observado. Si el observador es parcial, su indagación hará evidente esa parcialidad. La emergencia del observador en el momento y con el objeto observado define, según los investigadores sistémicos, la conclusión misma.

De esa manera, las preguntas guiadas por la mejor de las honestidades no siempre llegan a predicciones ciertas. El resultado de una encuesta podría inclinar o confirmar un pronóstico con la misma razón con la cual pudiera falsearlo. El hombre y la sociedad son procesos de caprichoso devenir, y el mañana, cambiante; como diría el filósofo del beisbol Yogui Berra, quizás el futuro no sea lo que solía ser.

Poco se ha atado la encuestología, si cabe el neologismo, con la postmodernidad y la época de las no-certezas, los tiempos de la llamada civilización del espectáculo. Algunos piensan en los números y las fórmulas estadísticas como en la época donde estrecharse las manos y dar la palabra bastaba para cerrar un negocio. Quienes aplican encuestas deberían hacer una revaluación de la sociología actual. Las redes sociales y las fake-news tuercen la mente del más listo. Sin embargo, las pesquisas estadísticas son útiles, imprescindibles si queremos enfrentar las ambigüedades del amanecer.

La guerra de las encuestas durante las últimas elecciones en los Estados Unidos ha sido perdida por el bando que daba como seguro ganador a quien perdió. Eso debería alertar de dos cosas: uno, que existe una masa silenciosa lo suficientemente grande como para callarse y hacerle pasar el ridículo a quienes viven de calcular cifras de espaldas a la sociedad; dos, los encuestadores necesitan replantearse constantemente el universo y la muestra; de otra manera, es muy probable que se equivoquen.

Cuando la estadística y las encuestas vienen cargadas de intenciones políticas resultan poco éticas, serias. Pero, como fue descrito anteriormente, con frecuencia es inevitable debido a que no es posible separar completamente observado de observador. Sucede en todos los partidos políticos y todas las sociedades.

En regímenes totalitarios una sola institución controla y dirige las investigaciones, y las cifras funcionan como palancas de sustentación ideológica. En las democracias, tantos y tan diversos centros, universidades y compañías dedicadas al muestreo, complican el panorama: no hay una “verdad” única; hay suficiente margen para dudar de cada encuesta. Esa es una razón para no responder una llamada telefónica ni llenar un formulario: de nada vale o vale todo.

En esta elección del 2020, una vez más las intenciones de voto han favorecido al candidato hasta finalizar la convención republicana. El Emerson College acaba de publicar un estudio que confirma un empate técnico entre el vicepresidente Biden, y su rival, el presidente Donald Trump. De inmediato, otras prestigiosas instituciones han regresado a darle la mayoría de las intenciones de voto al lado azul.

Un solo color, singular, tiene esta elección, y es el gris del Covid-19. La pregunta que no puede faltar en ningún cuestionario es si el ejecutivo actual ha enfrentado la pandemia de manera eficaz. Si la mayoría responde negativamente, amuniciona la campaña demócrata: Trump ha sido el culpable de los casi 200,000 muertos y millones de contagiados. Si una cantidad considerable dice que el ejecutivo ha cumplido con su deber, respalda la labor del actual presidente.

Quizás lo más importante en los cuestionarios no es lo que pasó, sino lo que va a pasar poco antes y poco después de las votaciones. ¿Logrará Trump controlar el virus y sus efectos letales sobre la salud y la economía norteamericana? ¿Es Joe Biden el hombre destinado a salvar el país de la ruina e iniciar la reconstrucción? De la manera en que se usen los adjetivos y se induzca subliminalmente la pregunta serán los resultados.

Es muy probable que esa sea la proa que usen ambas campañas en las próximas semanas, a solo sesenta días de ir a las urnas. La pesquisa estadística como método de lucha: influir en el estado de ánimo de los indecisos para que se pongan del lado políticamente correcto; no desentonen con la masa, con los vecinos, con los compañeros de trabajo.

Por esa razón sinrazón, hay una frase de Albert Einstein que encuentra su mejor exégesis en tiempos de absurdos, de mundo al revés, allí donde las ciencias exactas se tornan lo menos exacto. Cuando las leyes de la matemática se refieren a la realidad, no son ciertas; cuando son ciertas, no se refieren a la realidad, dijo el hombre que nos demostró la relatividad de las cosas.

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