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Los gallos de San Isidro.


Barrio Habanero.


Por Francisco Almagro Domínguez.

Hay gente haciendo todo para que este año, marcado por las angustias de una pandemia mezclada con las mil vueltas de tuerca que ha experimentado el bloqueo, termine mal para Cuba", Es un texto publicado por Cubadebate, una de las principales trincheras ideológicas del régimen a tono con el avatar de San Isidro. Suena algo así como que nos quieren jorobar la poca alegría que nos queda.

Otro autor, un ideólogo-comisario, escribe que la actitud de los muchachos de San Isidro recuerda el Malinchismo, la traición de la esclava Malinalli a favor del conquistador español. Por supuesto, el autor no menciona el dato histórico irrebatible: el Imperio Azteca merecía eso y mucho más por su conducta genocida y tiránica con otros pueblos, y con el suyo.

Como nunca, excepto a inicios de la llamada Revolución cubana, los medios de comunicación cubanos han desatado una ofensiva mediática contra quienes dentro y fuera de la Isla mantienen una opinión diferente al canon comunista. Como es tradicional, quienes adversan al régimen son apátridas, mercenarios, agentes de la CIA, delincuentes y enfermos mentales. Esta vez no son ni artistas.

Las páginas del Diario Oficial están dedicadas, casi en su totalidad, a fusilar la reputación de los jóvenes disidentes y resaltar la vigencia de lo que llaman socialismo. Citan, como si se tratara de versículos bíblicos, divina inspiración, las frases del Difunto Líder. Mientras el que llaman presidente se envuelve en una bandera cubana contradiciendo a quienes en la Asamblea Nacional Unánime propusieron duras sanciones para quienes usaran el símbolo patrio con fines políticos.

Es relativamente fácil ponerse en los pies de quienes hoy desgobiernan el país. La alegría con la cual recibieron la noticia de la derrota de Donald Trump comienza a tornarse agria. Los mismos autores intelectuales del deshielo obamista han declarado sentirse burlados con la respuesta a la apertura norteamericana. Hoy lo harían diferente por dos razones: perderían el apoyo de su partido en las próximas elecciones de medio término, y Cuba no da señales de prepararse, al menos públicamente, para una segunda temporada de derretimiento.

El régimen sabe bien la gravedad de lo ocurrido en San Isidro. Sabe, por ejemplo, que es un movimiento espontaneo, pacifico, sin agenda política definida, lo cual lo hace un blanco móvil, difuso, escurridizo. No es la disidencia habitual. No es un movimiento liderado por economistas, ingenieros, ex comunistas, abogados y periodistas que viven en Miramar, Nuevo Vedado y la Víbora. Su peligrosidad radica, precisamente, en que sus protagonistas son, casi todos, desconocidos. San Isidro no es un barrio. Es toda una ciudad. Un país en bancarrota que vive para resolver el plato de comida diario, y el vasito de leche, que nunca llega.

El régimen sabe que San isidro no es obra del Imperialismo. El miedo no es hacia los huelguistas, los yanquis, los habitantes de un barrio marginal. A fin de cuentas, estos solo tienen sus cuerpos para luchar. No hay tanques, aviones, fusiles. El terror es con los malinches que recorren el Palacio de la Revolución, los cuarteles y las estaciones de policía. Es con los intelectuales y los profesionales, frustrados porque no ven la luz: sus hijos y sus nietos viven y vivirán peor que ellos. La Malinche fue consecuencia, no causa.

El dilema de San Isidro no es solo una chispa en un mar de combustible por todas partes. Es que el régimen ha agotado casi todos sus recursos anti incendios. Solo le queda la violencia para derribar lo que surja de las cenizas. Sea de nuevo Trump, o míster Biden, el régimen enfrentara como nunca a la opinión internacional democrática, los deudores del Club de Paris, la escasez de aliados en el Continente y en Europa. Ni el Caso Padilla, el caso CEA, o la guerrita de los emails ha evidenciado tanto la falta de liderazgo, la orfandad de discurso e ideas, la ausencia de un proyecto social y económico coherente, la presencia silente –y muy cabreada- de oposición dentro de sus propias filas.

La concentración de cientos de artistas y escritores en la sede del Ministerio de Cultura debería alertar a los mandantes de que se están armando consensos en la sociedad civil. Los llamados malinches parecen no querer aceptar mansamente el sacrificio de sus familiares en el Teocali insular a nombre de una casta infalible, divina, eterna. Una casta que sabe, como nadie, cuanto se les desprecia por la mayoría de los cubanos nacidos y crecidos bajo su férula.

San Isidro vuelve a ser historia. Esta vez no se trata de Alberto Yarini, llamado el Gallo de San Isidro por ser un famoso chulo ascendido a mito urbano después de su muerte. Los muchachos del Movimiento San Isidro no tienen armas, no son hijos de políticos, no visten con la elegancia de aquel ni practican el proxenetismo. Parafraseando a Picasso frente a los alemanes y ante la pregunta del autor del Guernica: esto lo hicieron ustedes. Gallos nuevos –y gallinas- que están cantando. Y cuando un gallo canta, muy pronto va a amanecer.

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