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Marx en Disney World



Por Francisco Almagro Domínguez.


Probablemente una de las mayores tomaduras de pelo de la historia humana haya sido el marxismo. Muchos se preguntan de manera retórica por qué ha fracasado el socialismo en tantos lugares geográfica e idiosincráticamente distintos. La respuesta más misericordiosa es que se debe a una mala aplicación conceptual de los presupuestos del llamado Genio de Tréveris. En realidad es todo lo contrario: no hay una sociedad marxista-leninista que haya sido exitosa. Algo no debe funcionar aquí.

La explicación a tanta fracaso parece simple cuando se dice que Carlos Marx y Federico Engels partieron de una concepción equivocada del ser humano y de la “lucha de clases” como motor de la Historia. José Martí escribió en el diario “La Nación”, tras el fallecimiento de Marx:

Como se puso del lado de los débiles merece honor. Pero no hace bien el que señala el daño y arde en ansias temerosas de ponerle remedio, sino el que enseña remedio blanco al daño” y agrega: “Espanta la tarea de echar a los hombres sobre los hombres. Indigna el forzoso abestiamiento de unos hombres en provecho de otros. Más se ha de encontrar salida a la indignación de modo que la bestia cese sin que se desborde y espante”.

En más de 200 años los comunistas han tratado de vender a los incautos –lo han logrado incluso con quienes no lo son- la idea de que una sociedad administrada verticalmente, es decir, planificada de arriba hacia abajo, puede ser eficiente. La teoría marxista vino como anillo al dedo para que otro caudillo, voluntarioso y dictatorial, implantara el primer estado totalitario de la era moderna llamado Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Hoy sabemos con bastante certeza que el marxismo para lo que sí es muy útil es para crear dictadores, para retener el poder a toda costa. También comprendemos que la falla no es solo en su concepción equivocada del hombre y de la historia.

La primera y más evidente negación del comunismo han sido sus propias sociedades totalitarias, represivas, mentirosas. Una vez en el poder, la nueva clase, comunista, se aleja irremediablemente de las clases que en teoría son la base del sistema. Luego, la “lucha de clases” es una entelequia. En el capitalismo las llamadas clases suben y bajan, se intercambian; mientras, en el socialismo, hay una casta inamovible al estilo medieval: el poder se hereda dentro de la misma “clase”. En ese sentido el marxismo y el socialismo son retrocesos en la historia de la Humanidad.

La historia de cien años de socialismo marxista-leninista no puede enseñar un éxito en ninguna esfera social o económica que sea real, sostenible en el tiempo. A cambio de educación y salud -nada gratis- sacrifican la libertad humana, el derecho inalienable de la persona a ser protagonista de su propia felicidad.

El modelo de supuesta propiedad colectiva sobre los medios de producción es una trampa en sí misma, es neo feudalismo y carece de sentido; la propiedad es y será individual siempre porque el humano es el único ser viviente con conciencia de pertenencia sobre las cosas, sobre la vida y la muerte. Sin una relación de pertenencia no hay una relación de referencia: lo que no me pertenece no me representa.

Otro error del marxismo práctico es considerar que hay personas más capacitadas que otras para conducir los destinos de un país. De ese modo, las constituciones comunistas poseen un paradigma inexcusable: el Partido es la máxima autoridad. A partir de esa definición en la Ley de leyes, todo lo que no sea comunista queda excluido como idea, liderazgo. Solo dejan los ciudadanos dos opciones: irse del país o combatir ‘fuera de la ley” a los comunistas.

Los primeros que saben muy bien que el socialismo marxista-leninista no funciona son ellos. El 11J fue un aldabonazo en la casa de retiro de los bisabuelos. Entonces la Habana se apresuró a anunciar que la ley de pequeñas y medianas empresas sería puesta en práctica. Capitalismo desleído, diría el guajiro. Han tardado casi 10 años en implementarlo después de aprobado por dos congresos, y todavía no se conoce el marco jurídico con certeza. Muy simple: hubo miedo a perder el control, el poder.

Si Marx se paseara por Disney World en estos días, como ha hecho el autor, comprendería que el único motor posible para salir de la pobreza material y espiritual es la propiedad privada, la libre competencia, la libertad responsable. Los parques temáticos comienzan a llenarse. Donde hubo una tienda de suvenires ahora hay un restaurante, y detrás de las vidrieras vacías comienzan a aparecer pintores y diseñadores.

Los hoteles padecen la falta de personal, el servicio demora, no es todo lo eficiente que era. Pero la ocupación rosa el 70-80 % en la mayoría, y la gente inunda las calles en las noches para hacer enormes filas en restaurantes de lujo y de comida rápida. Han regresado los fuegos artificiales, y las paradas en cada parque, a pesar de que miles de antiguos empleados están sin trabajo.

Después de una terrible epidemia de la cual aún no se ha salido, uno siente en estos lugares que comienza a verse la luz al final del túnel. No estaría mal, aunque fuera de pésimo gusto, inventar una atracción donde Carlos Marx, Engels, Lenin, Mao, el Difunto, Kim, Chávez, y otros de esa misma camada, mostraran el desastre en cada uno de sus países. Sería la mejor atracción anticomunista. Con un letrero en la entrada: NO INTENTARLO EN CASA.



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