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No nos queda ni Japón.




Por Francisco Almagro Domínguez

La fuga no homicida de dos peloteros que debían estar ahora jugando para las ligas de beisbol profesional debería hacer reflexionar a los mandantes del deporte cubano, o a sus jefes en el Partido-Estado, sumido en la bancarrota ideológica y económica más grande de la historia revolucionaria.

Atrapados en una esquizofrenia socio-política, donde hacen todo lo posible para que la isla implosione o explosione (otro Mariel), la decena mandamases siguen haciendo lo mismo para obtener resultados diferentes.

Las fugas de los regímenes totalitarios, fascistas, comunistas, nazistas, falangistas o maoístas siempre se han caracterizado por actos casi suicidas. Huidas porque tales regímenes basan su poder en el control absoluto de sus ciudadanos. Cada escape de esos paradigmas de felicidad es un evento de denuncia, de rebeldía. Nada más parecido a la fuga de una cárcel, con la diferencia de que algunos parecen olvidar demasiado rápido el precio que pagaron ellos y sus familiares por semejante desacato.

Por eso “salir del país” era un privilegio en una época donde no hacían falta remesas ni trabajadores en el exterior para mantener a flote la Hacienda-Nación. Era frecuente oír decir “fulano viaja” para imaginar que esa persona y su familia tenían acceso a ropas, electrónicos, música y otros delicadezas capitalistas vedadas al resto de la población. Los marinos mercantes y los deportistas eran, además de los dirigentes, heraldos del moderno vivir.

En aquellos años muy pocos se “quedaban”. “Fulano se quedó”; “Menganito brinco la frontera” (salto sin pértiga y sin disimulo) eran las frases que se oían entonces. La debacle de los marinos y los deportistas comenzó con la mal llamada Comunidad Cubana en el Exterior, gusanos convertidos en mariposas a finales de los 80, que demostraron a los cautivos que en el palenque Miami no se vivía tan mal. Aquello trajo el Mariel, y 125 000 cubanos querían ellos mismos trastocarse de despreciables orugas en insectos voladores.

Hay claras señales de que las fugas del manicomio comunista aumentaran y no bastan contratos en Asia, África o América Latina, porque el desenfrenado apetito de la elite mandante en Cuba por los dólares del enemigo hace que cada día el propietario de la mano de obra deba cobrarle al semi-esclavo una mayor cantidad solo por seguir siendo parte de la Plantación.

Para los que han visto el monte cimarrón, y han tenido la suerte de trabajar en él y solo venir reposar en el barracón, cada día la vida se le hace más complicada, porque nadie es totalmente inmune a los quejidos y el mal olor de sus semejantes, sometidos a una miseria sobre la cual no ha emitido ni un voto libre. La única inmunidad al sufrimiento ajeno es el de los comunistas, para quienes, como apóstoles del infierno, creen que la amargura del presente construirá el futuro.

De modo que no es difícil predecir que tras la bancarrota vendrá la tormenta. Y todo comienza cuando quienes supuestamente mejor viven en la Isla-Cárcel, deportistas, artistas, y tramoyistas políticos, comienzan a tomar exilio por cárcel, y se “quedan” o “brincan el charco” sin importarle las consecuencias. Tampoco parece importar a los mandamases insulares que se hayan duplicado las cifras de balseros en los primeros meses del año, confiados en que la presente administración honrará los compromisos migratorios adquiridos después de Guantánamo.

Imaginemos cuan deteriorara debe estar la esperanza dentro de la Isla que hasta quienes pueden salir y entrar, se “quedan”. Las cosas irán a peor, porque sin poder manejar dólares a su antojo, esos ‘elegidos” irán rompiendo con el régimen.

Desde un balcón en cualquier ciudad de Cuba, un pelotero cualquiera, un artista o un simple tramoyista de la politiquería insular podría decirle a su esposa, recordando a Rick en Casablanca: “Amor, ahora ya nos queda ni Japón”.


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