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Por Francisco Almagro Domínguez.
“Muchas veces, temer un mal nos conduce a algo peor”.
Nicolás Boileau
¿Un problema semántico?
Hace años venimos oyendo la palabra obstinación. De mis tiempos de alumno de español recuerdo que el vocablo se refería a porfía, terquedad, testarudez. El nada pequeño Larousse, fusilado en Cuba en la década del sesenta -y no sé si dar las gracias porque debido a tanto ametrallamiento pudimos estudiar antes y ahora- confirmó mi sospecha: estábamos usando un neologismo, un nuevo giro del idioma para nombrar algo conocido. Allí obstinación indicaba justa y solamente eso: porfía, empecinamiento.
Pero una golondrina no hace verano. Busqué el Diccionario de Sinónimos y Contrarios, tomado -otro elegante eufemismo de ejecución editorial- de la Quinta Edición, Editorial Teide S.A., Barcelona, España, 1973. Aquí no sólo confirmé mi suspicacia, sino que aparecen como antónimos las palabras remisión y docilidad; o sea, una persona obstinada es lo contrario a ser remisa o condescendiente, según este diccionario.
Cuál no sería mi sorpresa el revisar la Enciclopedia Encarta del Año 2003, en soporte digital. En su diccionario, que presume estar actualizado según la Real Academia Española, se lee que obstinación es, además y en Costa Rica y Venezuela, exasperación; en Cuba y Venezuela tedio, hastío, aburrimiento; que obstinarse es irritarse, aburrirse, hastiarse a causa de alguien o de algo. Luego, ni mis hijos o sus amigos, ni mis vecinos o compañeros de trabajo andan muy descolocados cuando dicen “Papá” -yo- “eres obstinante”, o les dicen a sus amigos que están obstinados, y los amigos que “tienen tremendo obstine”.
He tratado de hacer un poco de arqueología lingüística y buscar el precedente más cercano para tener una idea de dónde salió obstinación sin obstinarme. Que recuerde, lo más próximo y en los finales de la década de los ochenta, era sulfate, sulfatación, sulfatado. Aquí ni Encarta se empató con el concepto. Tal vez porque no fue muy popular, o no traspasó las fronteras insulares. Más bien se oía en círculos académicos debido a que la sulfatación es un proceso químico complejo y hablaba más de cargazón intelectual. Ya sabemos que el cubano no gusta de complicarse mucho a la hora de decir cómo se siente; sulfatado sonaba a pila vieja, rancia, ácida, y aunque uno puede sentirse así, siempre guarda un poquito de decoro ante los demás.
Otra expresión fue hierba. Estoy o está enyerbado quiere decir que estoy o está complicado. Tremenda hierba, sin embargo, significa que a pesar del gran enredo se puede chapear un poquito y salir del matorral; el enyerbe es potencialmente reversible: por muy alta que esté la hierba siempre hay salida.
Quizás por esa insatisfacción de atrapar una idea con palabras surgió obstine. Porque un neologismo siempre es mucho más que lenguaje; es pura filosofía, de la calle, pero filosofía al fin.
El Circulo Obstinatorio.
Obstinación parece usarse desde hace años en el Oriente de Cuba para hablar de hastío, cansancio o irritación. Puede que su definitiva inserción como cubanismo se deba a la acelerada migración laboral de Oriente hacia Occidente en los últimos doce años -constructores, policías y ahora maestros emergentes-, o que engloba, como pocas frases, el estado físico, psicológico y social de muchas personas.
¿Dónde y cómo empieza el obstine? Pues aquí sucede como con el huevo y la gallina: nunca se sabe quién es primero. Las penurias materiales, y más que la ausencia de ciertas cosas, la incertidumbre de hallarlas y a qué precios, provoca estados anímicos que pasan por las fases de irritación, dolor, tristeza hasta llegar a un estado de apatía en la que no se renuncia a la necesidad vital pero sí se acepta un mínimo de solución. Estar obstinado desde el punto de vista material puede que se refiera a eso: agotado y a la vez conscientemente incapacitado para resolver determinada cosa.
Y aquí el elemento psicológico es importante. El fracaso casi cotidiano en alcanzar una estabilidad material, en satisfacer necesidades elementales con un mínimo de sosiego, va moldeando la mente humana solo para atender la urgencia, lo inmediato, y no lo importante o lo mediato. Todas las fuerzas mentales, intelectuales y afectivas, en función de resolver o disolver problemas concretos, nimios, sustraen tiempos y energías que podrían dedicarse a reflexionar sobre el futuro individual, familiar o social. De ese modo hay un trastoque en la escala de valores: se vive para satisfacer los de muy corta duración y se posponen los de larga permanencia.
El tercer nivel, el social, se cae de la mata. El obstine social se expresa en la falta de disciplina, dulzura, solidaridad y amor real, y viene a completar el círculo que parece cerrarse, irremediablemente, sobre la persona. La obstinación social se da de muchas maneras; sin embargo, la más gráfica es una especie de depredación pública que no tiene explicación racional alguna: arrancar las luminarias de un parque, botar la basura fuera de los tanques vacíos, caminar por encima de plantas recién sembradas o robarse los cubiertos plásticos de un hospital.
Es necesario subrayar que esto es un circuito recursivo donde, aunque exista muy buena voluntad y hasta recursos materiales en abundancia, es como echar agua en una canasta sin fondo. El Estado puede gastar una fortuna en reponer las luces de los parques, llenar la ciudad de nuevos tanques de basura, plantar flores y arbustos o dotar a los hospitales de cubiertos y bandejas. Como por arte de magia, a los pocos días todo está como antes o quizás más deteriorado.
Tampoco la solución es repartir dos rondas de pollo adicionales, o dietas especiales para adolescentes desnutridos. Eso ayuda y se agradece. Sin embargo, muchas familias casi al mismo tiempo de adquirir estos productos a precios accesibles, y a pesar de la necesidad, los revenden. Y lo peor es que siguen diciendo estar obstinados.
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Salir de Circulo: hallar la Cuadratura.
Imaginemos una enorme batidora de cuchillas que te muelen hasta hacer largar la humanidad y dejar en ti la animalidad. Un verdadero obstinado es un individuo que ha sido sometido a un intenso proceso de trituración y lo humano le es ajeno. Tampoco encuentra, fuera de la batidora, un punto de apoyo, orden, porvenir.
El paradigma de la obstinación es el suicidio. Aquí se siente unido cielo y tierra sobre la cabeza: la alternativa única es el descanso eterno. Por supuesto, si seguimos ese camino y nos creemos la infalibilidad de la obstinación, lo siguiente sería repartir caldosas de arsénico o sogas para todo el mundo, como han hecho no pocas sectas integristas.
No, la obstinación no es ni tan inexorable ni tan obstinada. Ni se resuelve solo con mejoras materiales. Si el problema del hastío fuera material en exclusiva, los suecos no fueran los de más suicidios por habitante. Tampoco la obstinación se resuelve con mejoras psicológicas y sociales, y estómagos vacíos. Eso es ponerle espejuelos a un miope y abandonarlo en una habitación oscura: le origina mayor angustia el no ver.
De aquí que la cuadratura del círculo obstinatorio esté en una combinación de factores que devuelvan a la persona el sentido de la vida. Lo mismo sucede a un sueco adinerado que a un etíope muerto de hambre: ambos han perdido la razón de vivir y están como vacíos de ánima, el soplo que impulsa a la supervivencia.
Luego, parecerá un argumento débil, pero la cuadratura anda por lo espiritual, que desborda y a la vez contiene lo físico, lo psíquico y comunitario de la persona. Solo cuando se ha cedido en espíritu se está al borde del foso de la obstinación.
En busca del Espíritu perdido.
Se pudiera argumentar que una vez dentro de la batidora, y molido, es difícil encontrarle sentido a la existencia. Es cierto. Pero aún en esas circunstancias, y a diferencia de los animales, siempre hay un extra que nos ha sido dado para salirnos de allí. Vícktor Frankl, el psiquiatra judío que sobrevivió a los campos de exterminio, así expresaba su concepto del hombre: “es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo ha entrado en ellas con paso firme, musitando una oración”.
Se ha dicho que los tiempos de crisis son tiempos de grandes orantes, de grandes espíritus, de grandes místicos. En Cuba da la impresión, a pesar de la moda de la palabra obstinación en no pocos, que también proporcionalmente hay en muchos una sed de trascendencia, de otear el horizonte más allá de la línea imaginaria. Una búsqueda que, aunque no de muy clara intención e incluso de caminos, su finalidad, según E. Stein, es siempre buscar a Dios. Es interesante: como contrapartida a la obstinación de algunos hay una reconciliación de muchos con ellos mismos, con su pasado, presente y futuro, con su familia y con Dios.
Curioso que llegado el ser humano al borde del barranco solo tenga ante sí dos caminos: dejarse caer por gravedad hacia el suicidio del cuerpo, la mente y el alma, o sacar alas, y remontar vuelo, e ir en busca de otra orilla, invisible a los ojos. Cierto que no todas las personas están preparadas ni tienen los recursos para empezar esa exploración. No lo están, la mayoría de las veces, porque han perdido toda autonomía sobre sí mismos. La ausencia libertad, una condición primariamente interior, les ha llevado a ver aún en lo positivo lo negativo. El primer paso es conquistar esa independencia interior cedida, pues en asuntos del espíritu, como sucede en el Fausto de Goethe, la pérdida de la libertad siempre se trata de una renuncia y no de la usurpación por otro.
Quizás vaya siendo hora de que la palabra de moda, obstinación, recupere su primitivo significado en la charla del cubano de a pie. Porque para la otra acepción, hastío y aburrimiento, no hay que hacer nada extraordinario. Ese sentido siempre está presente, como la muerte, para evocar el abismo abierto a nuestros pies cuando abandonamos toda esperanza. Que se le diga obstinación a la porfiada, terca, tenaz búsqueda, contra todo pronostico, del bien, la belleza y la verdad de la persona, de su familia, y toda la sociedad; y nos recuerde, al obstinado Santiago de “El Viejo y el Mar”, quién después de llevar semanas sin coger un pez y en la inmensa soledad del océano, todavía creía que el hombre no estaba hecho para la derrota: que ...puede ser destruido, pero no derrotado.
Publicado en la revista Amanecer, de la Diócesis de Santa Clara, año 2000.
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