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Parte del texto de la Enmienda Platt. Wikipedia.
Por Francisco Almagro Domínguez.
Hace ahora casi treinta años un amigo me confesó en una esquinita habanera que la única solución para Cuba, saliendo del castrismo, era convertirse en un estado más de la Unión Americana. A pesar de mi rechazo desde entonces al comunismo totalitario -redundancia válida por reafirmante- me pareció una conclusión festinada, bordeando la “traición” a lo que tenemos en la mente como Patria.
Creía en aquellos días que el Difunto y sus apandillados eran un error histórico, una criminal singularidad en la generalidad de una república joven en busca de su propia identidad. Pero jamás deberíamos volver a ser un apéndice legal del congreso de los Estados Unidos, y mucho menos una nueva frontera al sur de la Florida.
Sin duda, en el inconsciente de los cubanos la llamada Enmienda Platt, el mecanismo legal por el que los Estados Unidos podían intervenir en Cuba, había sido una “traición” a los esfuerzos independentistas. Solo discutir sobre la pertenencia histórica de la ley podía considerarse una ofensa al legado martiano. Ser “platista” en la Cuba republicana y comunista es peor que ser un renegado; es algo así como ser patricida: asesino de tu propia Patria.
Coincido con quienes opinan que hay que hacer una crítica profunda, descarnada de nuestra historia. Solo así podremos exorcizar los fantasmas que nos han hecho vivir más en regímenes autoritarios que en democracia. Para ello lo primero es identificar por qué necesitamos de “iluminados”, “comandante en jefe”, “apóstol” convertidos en santos, invulnerables e infalibles, y de sus bocas y escritos palabras de “vida eterna”.
Fue el Padre Félix Varela, sin duda proclive a la independencia de la isla, quien advertía que los cubanos asumían una gran responsabilidad, y para ello necesitaban la madurez social de la que, en su opinión, carecían muchas naciones latinoamericanas. De hecho, la corriente independentista en Cuba no fue la más popular, ni en la isla ni en el exterior. Las guerras siempre quedaron confinadas a la parte oriental, y el resultado final no fue el esperado: no hubo independencia real, sino una especie de protectorado en el cual la mencionada enmienda fue la única garantía de paz -es un ironía- en la Isla.
La independencia cubana puede verse como la metáfora de la maduración de una fruta. Permaneció demasiado tiempo prendida al árbol de la Metrópoli, lo que determinó en buena medida que fuera incapaz de crecer como país autónomo -frase célebre: la Colonia siguió viviendo en la República- y el desprendimiento aparente de la fruta-Isla se produjo de modo violento, casi un arrancamiento, para madurarse -nunca lo logró del todo- en un árbol más frondoso, pero de diferente especie.
El resultado no pudo ser otro que una gran confusión, la misma, quizás, que tienen otros países de la América hispana. Andan todavía en la búsqueda entre sus nacionales de nuevo reyes; monarcas que los guíen como ovejos al matadero. Las resistencias a la democracia no son solo improntas peninsulares. Las resistencias a la democracia son necesidades vitales, propias de sociedades que se sienten incapaces de enfrentar los retos de la libertad y la responsabilidad.
Vistas las cosas desde ese ángulo… ¿necesitará Cuba una nueva ley norteamericana que impida golpes de estado, caudillos, apóstoles y comandantes en jefe? ¿Quién asegurará a las nuevas generaciones de cubanos que no surjan guerrillas, insurrecciones militares, oficiales electos democráticamente que se eternizan en el poder al cambiar las mismas leyes que los hicieron presidentes? ¿Es Miami, Habana del Norte, ese espejo donde deben mirar los futuros políticos cubanos?
Es probable que una neo-enmienda Platt sea necesaria en los primeros años sin castrismo para evitar egos inflamados en pugna y derramamientos de sangre. Ya lo vivimos en la época de Generales y Doctores. Pero también una ley atada al congreso norteamericano no deja de ser una entrega de la libertad y la responsabilidad a manos ajenas, en ocasiones no tan honestas como las que necesitaría nuestra Patria para salir de la Noche Triste que hemos vivido por más de medio siglo.
Recientemente un congresista norteamericano ha traído a discusión el tema. Escándalo. En la Isla, y en el exilio. Puede que sea el momento de reencontrarme al amigo en una esquinita habanera, invitarlo al Bar Lombillo, en el Cerro, sin aún existe, y tomarnos unos tragos en esa piloto inmunda; discutir muy seriamente el tema entre la gritería, las moscas, un cubilete, y esos borrachos conocidos de todas las horas en medio del calor tropical que sofoca y obnubila.
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