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Poder y Deber: la Familia (III)


Por Francisco Almagro Domínguez


En el anterior artículo discurrimos sobre el proceso de realizar y disfrutar las necesidades vitales a través de la metáfora de un tren con varias paradas. Tenemos el poder de llevar el cuerpo y la mente más allá de lo aconsejable, y que, ausentes los juicios crítico y moral, obliguen a seguir hacia las paradas “tengo” y “debo” hasta llegar a la Acción. En esos casos, casi siempre habrá consecuencias lamentables. Hay un límite para todo. Y ese límite comienza cuando algo dice, de mil maneras, hasta aquí, algo no está bien.

Pero, ¿qué pasa cuando el poder individual traspasa el cuerpo e invade los límites del otro, por ejemplo de la pareja o la familia?

La familia no es una democracia”, solía decir el doctor Salvador Minuchin. Minuchin había estudiado y trabajado a lo que llamó estructura familiar. Creía que un liderazgo fuerte y balanceado, reglas y límites claros entre los miembros eran la clave para la armonía y la salud en ese grupo humano. Por cierto, la familia es el grupo al cual pertenecemos de manera natural desde el nacimiento, más allá de que las leyes, la política y las modas digan otra cosa.

Una familia sana y nutritiva emocionalmente posee estabilidad y coherencia en la jerarquía. Padre y madre están en la misma “pagina” a la hora de poner las reglas de funcionamiento, es decir, ejercer el poder. En tal medida, el liderazgo fija las metas y construye los límites –físicos, psicológicos- entre hijos, padres y otros parientes.

Los límites deben ser flexibles para que sean funcionales. Imaginemos la familia como una casa. La puerta de entrada marca el límite del hogar con la calle. La puerta debe permanecer cerrada, preferiblemente con llave. Es lo que protege a los miembros de lo que sucede afuera. Pero los moradores deberían tener la llave para entrar.



Foto Aziz Acharski (Unpalsh)


“Tener la llave”, darla o no, parte del ejercicio del Poder, y es una manera de establecer los límites. En la primera parada, Tengo, la lógica indica que por lo menos otra persona debe poseer la llave. Pero el dueño podría decir que no, que si la entrega a otra persona se puede perder.

Esa actitud, si bien justificable, resulta en una forma rígida, autoritaria en el ejercicio del poder y de poner los límites a los demás. Con seguridad en resto de los familiares se sentirán oprimidos, emocionalmente desenganchados del líder, atados a la voluntad, al capricho de un solo individuo.

Al contrario, puede que el dueño –padre, madre o ambos- crean que todo el mundo debe tener una llave de la casa, y entrar a la hora que quieran. O que no haya llave. Es el Debo mal entendido: la puerta de par en par, abierta a la calle. Límites porosos: los niños salen a la calle y regresan a cualquier hora; el vecino entra a la casa, se sienta a ver la televisión ajena, incluso usa el sanitario cada vez que lo desea. Tales "porosidades" hacen de la familia un desorden; los niños crecen sin reglas ni espacios claros, confundidos sobre quiénes son y a qué grupo pertenecen.

Una mirada muy particular merece la pareja, como parte, cimiento de la familia, sin la cual el edificio todo se resquebraja, se derrumba. El matrimonio, con hijos o sin ellos, debe tener una jerarquía compartida y límites flexibles. Cuando el poder se concentra en uno de los dos, existe una relación tiránica en la cual no hay un “tirano” y otro “oprimido”, sino un juego de roles intercambiables donde el “bueno” hace evidente lo “malo” que es el otro y esa es su “venganza”.

Cuando los límites son rígidos en la pareja, el intercambio de ideas y emociones entre ambos queda reducido al aislamiento, la incomunicación y el disgusto. Lo peor es que también se aíslan del mundo, disminuyendo su necesaria red de apoyo. Cuando los límites de la pareja son muy porosos, no hay vida privada ni construcción sólida del edificio llamado familia: todos los ajenos se meten donde no los han llamado, con previsibles y nefastas consecuencias.

Ciertamente, la familia no es una democracia. Pero el ejercicio del poder en la familia necesita coherencia, flexibilidad, cierta aprobación del resto de la membresía. Los deberes y los poderes deben ir en ambas direcciones: de padres a hijos y viceversa. Y los límites deben ser flexibles para que todos los miembros puedan intercambiar ideas, sentimientos, conductas.

Por tal razón también se ha dicho que la familia es un laboratorio social. Allí es donde primero los pequeños aprenden a lidiar con la sociedad que espera afuera, más allá de la “puerta”.

Sófocles, el gran autor de la tragedia clásica griega lo dijo así:

El que es bueno en la familia es también un buen ciudadano”.

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