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¿Problema o conflicto? (III)

Las palabras importan


Por Francisco Almagro Domínguez


En la vida personal como en la política las palabras importan. Las palabras suelen ser armas de combate tan o más importantes que las flores y los cañones. Ya lo sabían los antiguos como Homero cuando en la Ilíada usa el epíteto para describir la cualidad epónima del héroe. El epíteto, por ejemplo, añade imagen, sonoridad mental a la palabra. Borges usa en Funes el memorioso una manera enigmática de concluir la historia:


Dio termino a su drama: no faltaba ya resolver sino un solo epíteto. Lo encontró; la gota de agua resbalo en su mejilla”.


También al decir una palabra por otra (significante) podemos modificar lo que representa en la mente humana (significado) ese objeto, situación o persona. Es un recurso cognitivo de inestimable valor. Por ejemplo, en vez de usar la palabra culpa para señalar el error, pudiera hablarse de responsabilidad; le hemos quitado a la acción reprobable la carga de resonancias condenatorias que tienen para la cultura occidental la palabra culpa. Además, compartimos con el otro, lo implicamos desde una perspectiva sistémica en el error y en su posible solución.

Los epítetos, los adjetivos, los cambios de significantes-significados y los eufemismos (raíces griegas eu (con) y pheme (hablar) suelen ser recursos facilitadores de narrativas; unas veces liberadoras, otras opresoras, restrictivas.

El tema fue bien expuesto por el filósofo francés Michel Foucault en la década del 60 y 70 del siglo XX. Foucault llamó la atención sobre la particular relación entre el poder y la narrativa; como se “construye” un discurso dominante, una “verdad que subyuga”.


Estatua de Cristobal Colon en Barcelona:

Descubrimiento o Encuentro de dos culturas?


A menudo lo vemos en las parejas que acuden a terapia por adulterio. Los terapistas son consultados en calidad de jueces, no con ánimo reconciliatorio, sino para ser co-autores o cómplices de la condena establecida de antemano: él o ella, los adúlteros, son los culpables. La víctima, él o ella, son buenos.

Es un proceso en el cual se busca la alianza con el terapista para hacer más pesada y eterna la culpa de la deslealtad. Si el terapista no anda como Aquiles, el de los pies ligeros, o Ulises, el astuto, cae en la trampa del discurso opresivo o dominante: hay una sola víctima y una solo victimario. Comienza el terapista a “regañar” al adultero, y termina siendo regañado por la “inocente víctima”.

Tanto en el campo de la psicología como en el de la política, los discursos opresivos, construidos sobre “verdades” inapelables, llevan a callejones sin salida. De ahí la importancia de identificar a tiempo las adjetivaciones, los eufemismos y los cambios de significantes-significados con los cuales se pretende conducir por un solo camino sabiendo de antemano que, como dijo el poeta caminante no hay camino, sino estelas en la mar.

Un método para abordar los conflictos y llevarlos a nivel de problema, con soluciones o disoluciones es limpiar las narrativas de adjetivaciones, epítetos y eufemismos: al pan pan y al vino, vino. Al enredarnos en conceptos (diagnósticos, filosofías cantinflescas) y falsas subjetividades, perdemos el sentido de profundidad, de tercera dimensión, de la metafísica del conflicto.

Por ser cubano, el tema del uso de las palabras para provocar en las otras diferentes percepciones de la realidad se me antoja de imprescindible discernimiento.

Embargo y Bloqueo son palabras que se usan dependiendo de que “bando” se esté. Tienen significados completamente distintos. El bloqueo es una acción de guerra para rendir por hambre y enfermedad a una población. Un embargo es una medida coercitiva que restringe el comercio y las relaciones entre personas, los bancos, las instituciones y los países.

No es la intención de este trabajo aclarar si Cuba vive bajo un embargo, o un bloqueo de Estados Unidos. Se trata de exponer como el discurso de uno y otro bando busca acciones diferentes a través de las palabras usadas en sus respectivas narrativas.

Bloqueo es una palabra dura. Y tiene un efecto demoledor en aquellos que reciben una sola información. Al usar bloqueo estamos criminalizando al país bloqueador. Hay un solo culpable. Por lo tanto, es solo ese país bloqueador quien debe cambiar, no la víctima, el país bloqueado.

Desde esa perspectiva, la solución es muy fácil: eliminar el bloqueo. Eliminar al malo. La paradoja es que, como las parejas adúlteras, Cuba, la víctima, pretende mejorar y continuar su relación con el victimario, al mismo que acusa en cuanto foro internacional aparece, de ser la causa de sus desgracias.

Cuando usamos la palabra embargo estamos en un conflicto. Todo es borroso, no se precisan los contornos del asunto. La relación Cuba-EUA desde la perspectiva de las confiscaciones y las restricciones del comercio son conflictivas no problemáticas. La Isla compra productos en el país al que supuestamente debe hace más de seis décadas.

Pero… siempre hay un pero, Cuba es una piedra en el zapato para la hegemonía norteamericana en esta parte del mundo. De modo que sería hipócrita no decir que el embargo busca el derrocamiento del régimen al interferir algunas de sus operaciones comerciales.

Hemos llegado así a un nivel de escala complementaria donde ambas naciones quedan atrapadas en una no-solución; ambas se mueven en el diapasón de tener relaciones conflictuales, y no llevarlas a nivel problemático para resolverlas o disolverlas. Ni el embargo es todo lo problemático que pudiera ser para Cuba, ni el bloqueo es tan conflictivo para unos Estados Unidos mucho más ocupado en otros asuntos domésticos e internacionales.

¿Qué pudiera pasar si Cuba de verdad se convirtiera en un problema para los Estados Unidos? ¿Qué pasaría si el “problema embargo” deja de serlo para Cuba y se abre al mundo, como pedía Juan Pablo II, provocando un conflicto ideológico, una ruptura con su pasado y su presente? Quizás ni el bloqueo es tan “bloqueante” ni el embargo tan “embargante”. La indefinición, la ambigüedad siempre como sustrato de los conflictos.

Excelente tema para una próxima entrega.


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