Por Francisco Almagro Domínguez
Quien mejor que Albert Einstein para advertirnos que:
“La formulación de un problema, es más importante que su solución”.
En esas pocas palabras, como su fórmula para la Teoría de la Relatividad, el físico alemán nos planteó un dilema filosófico: nunca encontraremos una buena solución si no exponemos adecuadamente el problema. Luego podemos concluir que una “ecuación” incorrecta llevará a soluciones incorrectas, desviadas del fin al que queremos llegar.
Esto, que parece muy sencillo –como Energía es igual a la Masa por la Velocidad al Cuadrado- está en el fracaso o el éxito de cualquier actividad humana. Para comprenderlo mejor usaremos de manera didáctica dos categorías que, sin bien son excluyentes, son parte del proceso de encontrar soluciones. Una es el Problema, y a la otra la llamaremos Conflicto.
El problema siempre es visible, describible. El problema tendría una representación A + - B = AB, A-B. Solo habría que darle a cada letra un valor. Un ejemplo práctico puede ser nuestro deseo de ir al cine. Queremos ver un estreno. Para llegar al cine tenemos que poner gasolina en el auto. Tenemos dinero. Vamos a la gasolinera, llenamos el tanque y vamos al cine.
![](https://static.wixstatic.com/media/nsplsh_51386d38634c6b7279656f~mv2.jpg/v1/fill/w_980,h_653,al_c,q_85,usm_0.66_1.00_0.01,enc_auto/nsplsh_51386d38634c6b7279656f~mv2.jpg)
Foto Unplash (Edwin Hooper)
Pero al llegar al cine hay una fila muy larga. Entonces tenemos que tomar una decisión: hacemos la fila y vemos la película, o regresamos a casa. Los problemas se resuelven o se disuelven. Pero aún pudieran haber otros problemas antes de llegar al cine: no hay dinero para la gasolina, o no hay automóvil. Soluciones a la vista: pedir dinero prestado, el trasporte público, caminar al cine.
Todo depende de, como dijera Einstein, como nos formulamos el problema. Y lo más importante: un problema planteado de forma clara, y precisa, aumenta el abanico de probables soluciones. O pudiera que no. Entonces se renunciaría a una solución, al menos de manera temporal.
El Conflicto es otra cosa. En un conflicto no hay claridad, no se pueden describir sus cualidades. Por lo cual la fórmula es algebraica: A + X = ¿XA? Pero… ¿cuál es el valor de la X?
Deseamos ir al cine a ver un estreno. Y lo tenemos todo: gasolina, auto, dinero. Llegamos al cine y no hay cola. Pero al sentarnos a ver la película no podemos estar tranquilos. Hay algo que nos preocupa y no nos deja disfrutar el espectáculo. Salimos del cine, y no sabemos qué sucede.
El conflicto suele ser una zona sombría donde los absurdos reinan por encima de las razones. Para resolver los conflictos solo hay una vía: convertirlos en problemas. Darle valor a la X conflictual.
A los conflictos sería posible llamarle ambigüedad. Y la ambigüedad lleva a la imprecisión, a las no soluciones. El conflicto es sinónimo de enfermedad, desespero, ansiedad. Los conflictos personales –con los esposos, la familia, los compañeros de trabajo- deben ser resueltos por el propio individuo: iluminar aquellas áreas que no quiere o no puede “alumbrar”.
El conflicto humano más frecuente es aquel donde hay contradicciones entre la forma de pensar, de sentir y de hacer. Entre poder, tener y deber.
Quizás este modelo sea pertinente para comprender por qué familias y sociedades quedan atrapadas entre conflictos sin nunca llegar a convertirlos en problemas y darle solución o disolución.
コメント