La ruta al revés.
Por Francisco Almagro Domínguez
En su muy leído libro “El arte de amargarse la vida”, Paul Watzlawick escribe:
“No nos hagamos ilusiones: ¿Qué seriamos o donde estaríamos sin nuestro infortunio? Lo necesitamos a rabiar, en el sentido más propio de la palabra”. (Las negritas son del autor).
Ciertamente, muchas veces detrás de nuestras desilusiones, errores y destinos no hay otras personas que nosotros mismos. No solemos ser conscientes de ello. Nos disgustamos si alguien o un hecho nos ponen sobre la pista de las huellas propias en cada fracaso. Pero insistimos en hacer siempre lo mismo esperando que los resultados sean distintos.
Hasta aquí hemos pretendido convertir el conflicto en problema descomponiéndolo en sus variables, que es lo mismo que echar luz con las preguntas Puedo, Tengo y Debo. Las personas sencillas como los campesinos tienden a darle solución a los conflictos llevándolos a problemas. Cuando se logra ver con claridad –nunca mejor analogía- el núcleo conflictual, aparecen tantas soluciones como seamos capaces de ampliar los posibles. También es cierto que este ejercicio, aparentemente fácil, es bien complicado pues de otro modo no quedaríamos atrapados en conflictos con tanta frecuencia.
Para comprenderlo, basta saber que los seres humanos solemos hacer la “ruta” al revés: de los problemas que tienen solución o disolución a conflicto, ambigüedad, oscuridad perpetua. Complicamos lo que, por su naturaleza, es bien simple. Le damos valor a cosas intrascendentes. Y se la quitamos a aquellas que merecen mayor y mejor atención porque son demasiado visibles para pasarlas por alto.
La ecuación pudiera enunciarse así:
AB= A(X) + B(X)
Donde el problema resuelto es AB. Al adicionar una X (conflicto) a cada valor, la formula se transforma en incógnita.
Volvamos al ejemplo del individuo que quiere ir al cine para ver un estreno. La persona no tenía gasolina ni dinero para comprarla, pero ha pedido prestado y llenado el tanque del carro. Por si acaso ha comprado los boletos en línea pues no quiere hacer la fila. De ese modo ha ido resolviendo todos los problemas que le impedían ir al cine.
Sin embargo, podría hacer el camino al revés viajando del problema resuelto hasta convertirlo en un conflicto. Preferirá ir caminando al teatro, que queda cerca, para ahorrar la gasolina. Después la idea de caminar se hace aguas; a esa hora es peligroso andar en el barrio. De todas maneras revisa los tickets que compró en línea. Los boletos… ¿serán falsos o reales? Son tantas las “complicaciones” que la persona decide quedarse en casa, no va al cine.
Por supuesto, este viaje del problema al conflicto puede tener reforzadores que vienen del pasado. Si alguna vez quedó varado sin gasolina, fue asaltado u oyó de asaltos en el barrio, y lo timaron con boletos falsos, su predicción de desgracia podrá ser mucho más creíble. La capacidad del ser humano para derrotarse mentalmente a sí mismo es lo que llaman profecía autocumplida.
La profecía autocumplida induce que la circunstancia fatal suceda pues de modo inconsciente se ha ido gestando. El otro no hace otra cosa que cumplir la exigencia subliminal del profeta. Es como la historia del hombre que tiene una llanta ponchada en medio de la noche y no posee herramientas para cambiarla.
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Foto Unplash (Emanueal Maceda)
Al ver una lucecilla en la lejanía, camina hacia allá con la esperanza de ayuda. Mientras avanza piensa que el hombre de la casa está cansado, tal vez durmiendo. Cuando llega a la puerta ha imaginado que el dueño lo maltratará. En cambio, sale un muy atento individuo que da las buenas noches y pregunta que hace falta, a lo que el profeta de su propia desgracia grita con una palabrota que gracias, que a él no le hace falta nada.
Una vez atrapados en el conflicto pudiendo resolver el problema, muchas personas asumen la “oscura ambigüedad” como inevitable condena y de la que es difícil salir. Todo adquiere un valor referencial negativo. Se dice “estoy salao” para expresar la mala racha (Santiago, el personaje de Hemingway en “El Viejo y el Mar” así lo expresa en las primeras páginas de la novela); “tengo un chino detrás” (se comentaba en Cuba, por aquello de que los chinos, crípticos, eran personas de muy mala suerte); “me han echado un muerto” es el mito del infortunio proveniente de las religiones africanas.
Todas estas ideas y frases populares al final buscan la exculpación del individuo. El viaje al conflicto es tan alambicado que el Debo se responde positivamente, y también el Tener. El Poder es donde se descarrila el tren: no se puede. El individuo “conflictuado” no tiene derecho a disfrutar la película porque “algo” o “alguien” lo van a impedir. No puede que no puede. Con el tiempo, la habilidad para estar en el conflicto con uno mismo, y con los demás, es un estilo de vida del cual no se puede prescindir.
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