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Un congreso en la distancia

Por Francisco Almagro Domínguez.

“Los cubanos deben estar contentos porque se fue Raúl Castro”, me dijo un “gringo” de la América profunda cuando se apagaban las ultimas luces del congreso comunista en la Isla. Inmediatamente pensé en cuanta gente alrededor del mundo podría tener esa misma opinión. Cuantas personas creen que la jubilación tardía y tal vez forzada por la enfermedad terminal de tener noventa años del Hermano Menor tendrá alguna repercusión en la vida de los cubanos “mortales”.

Tribuna antimperialista, y embajada de Estados Unidos. Foto del autor.

Las entrevistas en las calles de Miami hechas por la radio y la televisión no dejan dudas de lo contario. “Será más de lo mismo”, y “nada va a cambiar” son las frases más comunes. Quienes así se expresan, con la sabiduría de haber vivido y sufrido el castrismo, ven al expresidente detrás de las cortinas del escenario político, atento a cada bocadillo del ventrílocuo, dispuesto a rescribir la página, y hasta apagarle el micrófono si fuera necesario.

Lo que verdaderamente llama la atención es que a casi nadie le importa lo que ha pasado allí. Ni en la Isla y ni en el exilio. Hay demasiadas cosas para preocuparse en ambas orillas. En otra época, la conversación en el Versalles y en Coppelia - en este último ahora en voz alta - estaría centrada en el significado de los cambios, y el impacto de la salida de los “históricos” de la dirección del Partido. Los menos perspicaces discutirían por qué varios ministros de importancia no aparecieron ni en las esquelas de votación.

Como bien escribiera ese agudo politólogo que es Cuesta Morúa, una explicación al desgano y la no motivación política, contraria al régimen o a favor, se explica por la desconexión total del ente partidista con la realidad que vive el pueblo y los retos inmediatos que enfrentan. Desconexión que tal vez Cuesta no sabe, pero que también existe como percepción el exilio. Por acá a nadie le importa ni quien es el nuevo secretario general, y mucho menos qué dijo en el evento.

En ese estado de anomia política se encuentra también el gobierno norteamericano, para quien es a la Habana a quien toca dar pasos para recomponer las relaciones diplomáticas e incluso económicas. La “guapería” de la era Obama contra el ofrecimiento de amistad es cosa del pasado, han dicho los asesores del presidente Biden. No hacer nada parece ser la mejor manera de hacer algo para tratar el régimen cubano.

Es fácil imaginar a Raúl Castro reunido con sus compinches de la Sierra, una especie de círculo de bisabuelos, diciendo que detrás de él, se va todo el mundo. Pero sin caos, como anunciara el tirano Machado a punto de tomar el avión hacia el exilio. No habrá caos porque la única forma de morir con las botas de piel de cabritilla y medias de seda puestas es enviar los reemplazos a Washington en un vuelo furtivo, y enseñarles a los inquilinos de la Casa Blanca que todo estará bien atado, en la Habana y en Santiago.

El nuevo buro político parece tener una misión casi imposible: hacer como que ganan en el terreno de juego nacional, mientras en el Club House norteamericano negocian el verdadero final del partido. La opción suicida, autorizar una “oposición leal”, e incluso renunciar a la represión que se ha vivido, no asegura una muerte tranquila, entre sabanas limpias y aire acondicionado. Pero tampoco prolongar el enfrentamiento con el vecino es garantía de un feliz final biológico. Ellos saben, mejor que nadie, que el sistema económico y político actual no tiene salida posible y la hambruna y el estallido social están a la vuelta de la esquina.

El Canelismo, fase de transición del comunismo estalinista al neocapitalismo de estado, se caracteriza porque no le dice nada a nadie, ni siquiera a los amigos, chinos comunistas y rusos neo-zaristas. Así, sin amores ni odios, lo que llaman Revolución cubana no puede sobrevivir porque toda su existencia se basa en la pugnacidad y el enfrentamiento con los demás. Solo falta que la muerte venga por el Hermano Menor, y al revés del cuento de Onelio Jorge, lo coja descansando, sin trabajar, y se lo lleve. Solo de esa manera puede el ‘gringo” tener razón.

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