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El presentador Alexander Otaola.
Por Francisco Almagro Domínguez.
La palabra influencer no tiene una traducción exacta del inglés al castellano. Podría ser algo así como motivador. Si no le añadimos el contexto de la postmodernidad, las redes sociales, y la llamada civilización del espectáculo carece de significado. El influencer hay que comprenderlo, y sobre todo entenderlo, en un mundo nuevo; aquel donde lo emergente sobrepasa lo trascendente, lo material a lo espiritual, el aquí ahora el mañana, y lo emocional, hedonista, a las ideas y la contención.
Los influenciadores no tienen que ser personas cultas, ni siquiera físicamente bonitas. No son machos o hembras. No usan traje y corbata, ni visten de Christian Dior. Lo que si tienen es algo que los antiguos llamaban carisma, cuya definición, también compleja, pudiera considerarse como personas seductoras, interesantes, atractivas. Podrían, incluso, dividir al público: para unos serán divinos y para otros, detestables.
La clásica teoría de la comunicación humana dice que lo más importante no es el mensajero, ni siquiera el mensaje, sino el receptor. De cómo reaccione este depende si la comunicación ha sido o no efectiva. Parece que tales conceptos también están variando. Los influenciadores o motivadores suelen ser individuos hasta entonces desconocidos, con mensajes fuera de lo formal. En un proceso circular con los destinatarios, los influencers establecen una alianza por poco conspirativa; digan lo que digan, los receptores se mueven sin pasar la criba de la comprobación alternativa.
En los medios y las redes sociales ocurre una explosión de influencers y temas sobre Cuba. Por primera vez, y gracias a la democratización -o la liberalidad- de la información, individuos que hace unos pocos años no hubieran tenido la más mínima oportunidad de llegar a las grandes masas, están adquiriendo protagonismo. No son políticos, académicos, profesionales. Son solo motivadores. Y sucede en las dos orillas. Interesados en ganar la batalla en las redes sociales, el régimen también ha creado sus propios influencers. El único problema lo tienen con la Historia: después del Difunto, no hay motivador que pueda compararse hasta ahora.
Alexander Otaola, uno de los más seguidos en las redes sociales, apareció junto al presidente Donald Trump. Numerosos articulistas, allá y aquí, no cesan en sus comentarios críticos, diríase que mordaces. Que lo hagan en La Habana es comprensible. Es el trabajo de los comisarios culturales y de los ideólogos comunistas: aplastar cualquier sublevación del pensamiento independiente, las lecturas emancipadoras y apagar las contradicciones -imprescindibles- de la historia oficial.
Que desde esta tierra se ataque virulentamente a Otaola es para ponerse a pensar. Cierto que tiene una manera singular de conducirse, el léxico no es el de un catedrático, y el programa parece una improvisación planificada. Pero funciona. Vincularlo a lo más retrogradado y mediocre del exilio es alarmante, sobre todo cuando hay toda una generación de cubanos susceptibles a su mensaje. Algunos de los tradicionales centros de matrices de opinión anticastrista van en la retaguardia. La época del Twitter, Facebook Live y un lenguaje menos pacato los ha dejado a la zaga.
Los sociólogos y los comunicadores deberían estudiar este fenómeno. Los motivadores políticos en el sur de la Florida están logrando lo que parecía un milagro. Cuando la comunidad cubana se creía amordazada por la costumbre y la indolencia ante lo que sucede en la Isla, miles de cubanos seguidores, jóvenes en su mayoría, comienzan a exigir de sus líderes acciones concretas para lograr una Patria con todos y para todos. Ese liderazgo emergente, nos guste o no, existe. Sus pronunciamientos pueden resultar extremistas, pero son coherentes con sus experiencias vitales. Es una nueva generación sin compromisos con el pasado, sin culpas ni resentimientos, y que se resiste a la idea de una eterna tiranía.
Hace cuatro años el presidente Obama se sentó a jugar dominó con el humorista Pánfilo. En calculada metáfora, el cómico cubano dijo al presidente que estaba bloqueado por el 6-2, año en el cual comenzó el embargo. Pocos sabían entonces como Obama había negociado por debajo del tablero desbloquear el dominó político. No hubo un solo comentario en la prensa sobre un Pánfilo complaciente y un Obama tan manso que, paraguas en mano, no fue recibido en el aeropuerto como cualquier otro presidente. Nadie se disgustó porque el jefe del imperio compartiera, como un vecino más en un supuesto barrio habanero, con vigilancia del CDR incluida.
Ahora Alexander Otaola es atacado en todos los frentes después de entrevistarse con el Presidente Donald Trump. Un tufillo a envidia, a dolor por el éxito y la fama ajena recorre una parte del exilio cubano. Otaola entregó al presidente Trump una Lista Roja de cubanos que deberían ser vetados para entrar en los Estados Unidos. ¿Por qué Pánfilo puede jugar dominó, sugerir el fin del embargo, y Otaola no debe entregar una lista, una sencilla lista como para no olvidar? ¿Es Donald Trump la causa eficiente de todos los males, incluyendo la desgracia de apoyarlo? Afortunadamente, faltan pocas horas para saber si motivados y motivadas otaólicas han estado equivocadas.
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