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Por Francisco Almagro Domínguez
Ojala todas funcionen. Por el bien de muchos amigos y familiares que allá quedan. Y de muchos extranjeros. El régimen cubano acaba de enviar millones de dosis de la vacuna contra el Covid-19 a Venezuela, sin autenticar su efectividad por ninguna agencia internacional aprobada para tales efectos –hay solo tres. Ya conocemos en que pararon el Interferón, la Melagenina, la Retinosis Pigmentaria y otras tantas falacias médicas.
Unos conocidos de mis tiempos de estudiante que viven en Cuba resaltan –y saltan de alegría- en Internet con el anuncio de que la vacuna Abdala tiene una efectividad de más del 90 %. Días atrás otro candidato vacunal, Soberana 2, era publicitada con un 62 % de efectividad. Ambas cifras son suficientes para pasar cualquier verificación internacional y ser aprobadas para uso médico preventivo contra el Covid-19.
Las autoridades cubanas no han tardado en publicar a toda página y pantalla televisiva que se trata de un logro único de la Involución, e idea fundadora del Difunto, pues sin su preclara sabiduría jamás un país pobre, subdesarrollado, hubiera tenido éxito en una empresa tecnológica de tal magnitud.
Por supuesto, para que el efecto psicológico-ideológico sea mayor sobre la población cautiva, no se habla de que en otros países, como los Estados Unidos, con vacunas aprobadas por los organismos internacionales, ya han sido aplicadas a más de la mitad de la población. No se habló de la proeza de tener vacunas de nuevo tipo (RNA mensajero) en meses, un hito científico pues rompe con el clásico mecanismo de producir inmunidad a partir de virus atenuados.
Cuando comenzó la pandemia, ese mismo régimen que se ha negado a entrar en el proyecto Covax –vacunas gratuitas o a muy bajo costo- se ufanaba de haber controlado la hecatombe sanitaria. Se decía que el neoliberalismo, y el Imperio habían demostrado, con su ineficaz control sanitario y atención médica mediocre, la crisis moral y económica del sistema.
En aquella ocasión este redactor alertaba, como muchos otros, que no solo trastocarían las cifras, sino que por mentir a la ciencia y a la objetividad, la crisis sanitaria en Cuba seria de las peores. La cruda verdad ha sido siempre el mas festinado enemigo involucionario.
Había experiencias previas con el Dengue y otras enfermedades transmisibles: el ocultamiento de cifras de muertos y graves disminuye la percepción de riesgo en la población. Pero para ellos todo vale. Los médicos que me leen saben bien la humillación que han sufrido cuando han tenido que llenar un certificado de defunción con otra causa de muerte.
Una cosa peor fue demorar la inmunización. Esperar por una vacuna “autóctona”. Es un hecho que raya en lo criminal. Incluso con la posibilidad de adquirir las vacunas rusa y china, el régimen optó por producirlas en territorio nacional. Se pudiera alegar escasez de dinero. Vaya casualidad: acaban de decir que no saben qué hacer con tantos dólares. Y chinos y rusos y el Club de deudores de París se han quedado boquiabiertos y con los bolsillos hacia afuera.
Mentirle a la gente está en el ADN de la llamada Involución cubana. Desde que son niños, los cubanos aprendemos a mentir y a no sentir pena por ello. Siempre la engañifa, el timo, se justifica con las necesidades de la Involución, una patente de corcho para argumentar que la Patria esta ante que todo derecho individual o grupal. Ya era bastante pedestre, “cheo”, ponerle nombres patrioteros a los candidatos vacunales. Pero debemos entender que la elite actual es “chea”, poco ilustrada, sin un “pasado glorioso” ganado en la Sierra, en el Llano o en una empresa privada.
En su constante improvisación han hablado de una “intervención sanitaria” que nadie sabe bien qué cosa es, y cómo se diferencia de una campaña de vacunación. Duchos en renombrar lo innombrable, esa intervención sanitaria es como un picadillo texturizado, un trabajador disponible, un cuentapropista que nada cuenta, en fin, otro vocablo de la neolengua insular.
Si las vacunas no funcionan como propagan a cuatro vientos, aun sin terminar los ensayos clínicos, la vida de muchas personas estará en peligro. Una vacuna disfuncional puede convertirse en algo peor que la enfermedad misma. Si no son efectivas o causan muertes y secuelas el problema vendrá cuando la vendan, los incautos la compren y se la apliquen a la población. No habrá allí Órgano Oficial para ocultar el fracaso, ni médicos que firmen certificados con otra causa de muerte. Esta vez se la están jugando “al pegao”.
Debemos confiar en que la polémica OPS (Organización Panamericana de la Salud), involucrada en la contratación cuasi esclavista de médicos y técnicos cubanos no presione a los responsables de dar el visto bueno. Confiemos que nuestros científicos en la Isla no se hayan dejado presionar por la politiquería y la necesidad de “moneda dura”; que su trabajo haya tenido la seriedad que el asunto merece. Talento y sacrificio personal les sobran.
El problema no son ellos. Tampoco nuestros economistas ni ingenieros. Todos ellos merecen nuestro respeto, admiración; llevan 60 años diciendo lo que se debe hacer. El problema es el mismo, la continuidad: en su afán de retener el poder y con la ceguera concomitante, supeditan a sus intereses la vida y la felicidad de los cautivos.
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