Por Francisco Almagro Domínguez.
En una reciente visita a un país latinoamericano pude observar, una vez más, un interesante fenómeno: para cada actividad que necesitaba una persona, empleaban dos o tres. Así sucedía no solo en el aeropuerto, en la máquina -automática- de cobrar la salida, sino en gasolineras privadas y tiendas, estas últimas con varios vigilantes, y cara de pocos amigos por metro cuadrado.
Viniendo de un país como los Estados Unidos, en el cual las máquinas de cobro cada día restan empleos a los humanos, uno se pregunta cómo en lugares menos desarrollados pueden afrontar salarios y salud y educación decente para tantos trabajadores sobre empleados. La respuesta parece sencilla: pagando salarios de miseria, y educación y salud pública del siglo XX… y cuidado.
Cuando pregunté por ese disparate, la respuesta fue que esas personas por lo menos tenían trabajo. Era, para comprenderlo, una especie de misericordia laboral-social. Una suerte de Estado paternal y benefactor para quien es preferible la miseria global a la prosperidad individual. El Estado debe creer que emplea a la gente y la gente que tiene trabajo. Cierta complicidad entre gobierno y trabajador para mantener una imagen de estabilidad social y económica.
A pesar de estar en un país capitalista, era inevitable pensar en Cuba. Hay cierta regularidad que se repite en casi todas las naciones hispanoparlantes, incluida la Madre Patria: es una compasión exagerada y falaz, casi siempre a costa de quienes por su talento y sacrificio son el motor de esas sociedades.
Pensaba en Cuba, y que sería de nuestra Patria sin el inservible modelo socialista y el esclavista Partido Comunista, cuya demostrada función histórica no es otra que la de someter con la mentira, el hambre y la represión otras ideas políticas y otros modos de producción de probada eficacia.
Trataba de entender el suicidio colectivo que significó abandonar el capitalismo que en poco menos de cincuenta años puso a Cuba a la cabeza de Latinoamérica en muchos indicadores económicos y sociales, y de paso se enfrentó en una lucha estéril, sin sentido, a un vecino poderoso, y no al revés, como han pretendido reescribir la historia quienes se conviven vencedores. De ese “enemigo”, al cual culpan de todo, proviene al menos la tercera parte de lo que vive la Isla.
Tampoco toda la “culpa” es atribuible al socialismo y a los comunistas, aunque su despropósito nos parezca tan grande que oculte cierta idiosincrasia insular que sobrevive en Miami, Madrid, y Tokio. En cada rincón del mundo encontraremos cubanos buenos y malos, trabajadores y vagos, inteligentes y poco listos. Pero un rasgo común a casi todos es esa falta de profundidad, de seriedad para las cosas serias, de una tercera dimensión de que la cual hablaba Jorge Mañach.
Luego, si no hubiera socialismo ni totalitarios en Cuba, habría que trabajar en simplificar la vida, alejar los “ismos” que separan a los hombres como si fueran enemigos, darles profundidad y mesura a las cosas, respetar el criterio ajeno, y obedecer a las instituciones más que a los líderes.
Estos problemas no son patrimonio socialista, aunque el sistema los haya multiplicado. El comunismo en Cuba no fue una casualidad histórica; algún atisbo totalitario se había anunciado ya con Machado y con Batista. El Difunto solo encontró una mejor manera de hacerlo “potable” para una sociedad sedienta de justicia social.
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Si tan pronto como mañana desaparece el embargo, de los “yanquis” hay que aprender el pragmatismo perdido entre tanta facundia y farsa. Aprender que los “ismos” nada resuelven, y que la economía es una ciencia muy importante para que los políticos puedan manejarla a su antojo. Si mañana desaparece el socialismo estalinista en la Isla -valga el adjetivo- para evitar el regreso al Estado clientelar habría que abandonar la idea del “bien colectivo”, falso discurso, por el del “bien individual” piedra angular del desarrollo humano.
El expresidente Oscar Arias, Premio Nobel de la Paz, en su discurso en la Cumbre de la Américas en Trinidad y Tobago en 2009, dijo que había una tendencia en nuestros países a culpar a los Estados Unidos por todos los males, presentes y futuros. Conocido como “Algo hicimos mal”, en el alegato del presidente Arias puede leerse:
“… mientras nosotros seguimos discutiendo sobre ideologías, seguimos discutiendo sobre todos los “ismos” (¿cuál es el mejor? capitalismo, socialismo, comunismo, liberalismo, neoliberalismo, socialcristianismo...), los asiáticos encontraron un “ismo” muy realista para el siglo XXI y el final del siglo XX, que es el pragmatismo”.
Y cita la frase de Deng Xiaoping:
“…después de haberse dado cuenta de que sus propios vecinos se estaban enriqueciendo de una manera muy acelerada, regresó a Pekín y dijo a los viejos camaradas maoístas que lo habían acompañado en la Larga Marcha: “Bueno, la verdad, queridos camaradas, es que mí no me importa si el gato es blanco o negro, lo único que me interesa es que cace ratones”.
Así que, parafraseando al líder asiático, lo más importante no es que sea yanqui, ruso, o incluso “ex cubano”. Lo mas importante es que alguien ayude a devolverle a los cubanos el sentido práctico de la vida, y la búsqueda de su felicidad.
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