La creencia de que la propia visión de la realidad es la única realidad es el más peligroso de todos los engaños.
Paul Watzlawick
V
Un dilema mayor de cualquier dictadura a través de los siglos en retener el poder con un mínimo de protestas, frustraciones e insurrecciones. El éxito es lograrlo empleando imperceptibles niveles de fuerza; que los propios sojuzgados sean quienes se conviertan en el brazo secular, como apuntara Elías Canetti en su libro Masa y Poder. Algo así como ser y no parecer una dictadura, acaso una dicta-blanda, como decía con sarcasmo Augusto Pinochet.
Tal fue uno de los ases de la llamaba revolución cubana durante los primeros cuarenta y tantos años. Usando una hábil mezcla de mensajes inspiradores, ocultación de los fracasos y represión, la mayoría permaneció encandilada con promesas y futuridades; una buena parte de la población apoyó hasta con su sangre un proceso revolucionario que hubiera tendido su fin natural en la primera década, y perduró más allá de lo razonable, de lo comprensiblemente admisible. Sería interesantes repasar algunas características del lenguaje Pre-Continuista para entender por que el actual control comunicacional hoy se les escapa de las manos. Comencemos por el emisor, quien y de qué manera envía el mensaje. Es un detalle de suma importancia.
Desde el inicio del proceso hubo un solo comunicador llamado Fidel Castro. Hombre de prodigiosa memoria y capaz de hilvanar un discurso por horas donde parecía disgregarse y regresar al mismo tema. Fidel Castro hizo de la tribuna su principal arma de combate, y su pedestal, al decir martiano. Tribuna única e intransferible. Debemos recordar que el Órgano Oficial anunciaba Hablará Fidel y a esa hora se paralizaban los amigos y los que no lo eran tanto. Son inolvidables sus ademanes enfáticos, la manera teatral de acomodar los micrófonos; la voz a punto de quebrarse y de hablar a cientos de miles y al mismo tiempo, parecer hacerlo con cada persona, de manera individual, intima. Entre amenazas y recriminaciones al Imperio, un retozo, una burla al enemigo, un no nos importa con más desdén que cólera. Sus palabras estaban entre una catequesis de inspiración jesuítica –donde se había formado- y una arenga levantisca –aprendida por una temprana desnutrición emocional. Durante más de medio siglo el pueblo cubano –y una parte del exilio- se acomodó a esa sola voz.
Con el absoluto control de todos los medios al interior del país no había posibilidad de alternativas. Por otro lado, la enseñanza, los libros publicados, y todas las manifestaciones artísticas tenían como objetivo enaltecer la épica revolucionaria y al Máximo Líder. El mensaje llegaba directo y claro, sin interferencias.
La entrada Radio Martí en los hogares cubanos fue un golpe inesperado a esa cortina de bagazo comunicacional. El régimen empleó todos los medios posibles para silenciar la alternativa. No bastaban los ruidos para ocultar la novela radial El derecho de nacer; las amas de casa prendían las ollas de presión al mediodía con el pretexto del almuerzo y alzaban la radio a todo lo que podían. Era habitual al caminar por las calles cubanas sentir el olor de los frijoles negros y un pitico que envolvía el éter de lo incorrecto. Entonces el mensaje de Radio Martí era variado; una programación reactiva, de denuncia, y también propositiva. El radioescucha cubano no conocía a decenas de artistas y personajes célebres que habían escapado de Cuba después de 1959. También tuvieron el hombre y la mujer cubanos otra versión de su propia historia, otro discurso, otro lenguaje.
Hasta ese instante el mensaje y el Máximo Líder eran una misma cosa. Triunfantes porque había un receptor, el pueblo, dispuesto a aceptarlo todo como verdad. Y desechar cualquier información diferente. Si un individuo comentaba lo oído en Radio Martí –Televisión Martí, y disculpen quienes viven de ella, nunca se vio- un hijo de vecino lo negaba, o simplemente no le hacía caso.
La contraofensiva a Radio Martí fue exitosa mientras a quienes iba dirigida podían vivir con cierta decencia antes del mal llamado Periodo Especial. Cuando desaparecieron los Mercaditos y el Mercado Libre Campesino, y al fin repartieron vitaminas sin admitir la polineuropatía carencial, quien negaba a Radio Martí se convirtió en fanático de la onda radial mientras añoraba los frijoles negros. El éxodo de Guantánamo es la respuesta de los receptores -pueblo- a un mensaje tan real como duro: el lenguaje falaz de cualquier dictadura.
Foto del autor:
Tribuna antimperialista. Al final, Embajada de Estados Unidos de America.
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VI
El régimen y el Máximo Líder habían quedado sin discurso creíble. Fue imprescindible rescatar de las cenizas los intelectuales siquitrillados en los sesenta y setenta. Como el narcisismo de los creadores a menudo es más grande que su honor, el respeto a sí mismos, muchos se montaron en el bote de una nacionalismo atemporal, allí donde pretendieron –y aun lo intentan- encontrar puntos de contacto entre la epopeya martiana de la lucha anticolonial con la jerga antimperialista castrista. Pero no bastaba. Ni siquiera la providencial ayuda del Coronel Golpista a finales de los noventa alivió la brecha cubana entre lo que se dice, lo que siente y lo que se hace.
Sin casualidades siempre del lado de acá aparece un salvavidas ideológico al Castrismo. Y de eso se trató, literalmente. El niño Elián González fue rescatado mientras flotaba en las aguas territoriales norteamericanas tras el naufragio y muerte de su madre. ¿Qué hubiera pasado si Elián es devuelto a su padre sin alharacas, como muchos creían legal y afectivamente necesario? ¿Acaso no hubo de este lado nadie que predijera lo que iba a pasar si el régimen encontraba otra razón para sostener su discurso pugnaz, de enfrentamiento al Imperio? Se podrán discutir muchas cosas sobre el asunto. El resultado final es el que vale: el Finado convirtió al desafortunado náufrago en asunto de estado. Seguro de su victoria, por ser un profundo conocedor de las leyes y la idiosincrasia del enemigo, el ex Máximo Líder tomó un segundo aire discursivo cuando mucha gente ya no le creía capaz de reinventarse. La tribuna acusadora, otra vez, su pedestal.
Desaparecido el conflicto, agotado el discurso litigante, prometió que los cubanos verían otra novela muy pronto: la de Los Cinco. No pocos en el mundo compraron la idea de que los espías eran luchadores antiterroristas. La campaña por su liberación es un curioso fenómeno de comunicación social. Parte de un absurdo: trastocar un asesino convicto en inocente para salvar al país de sus propios ciudadanos. El lenguaje dictatorial regresaba, como con Elián, al papel de víctima. Los captores y no los espías, eran los victimarios. El discurso de la dictadura no iba dirigido a los cubanos sino al pueblo norteamericano; profundamente dividido; una parte abogaba en tiempos de Barak Obama por la reconciliación con el gobierno de la Isla. El Finado apeló por segunda vez al papel de David agredido. El Goliat enceguecido, burlándose de la honda, le dio otra oportunidad en la historia.
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