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El artista y la Plaga






Por Francisco Almagro Domínguez.

Si el mundo fuera claro, el arte no existiría.

Los cambios provocados por la Covid-19 han impactado todos los ámbitos políticos, sociales, económicos y culturales de la Humanidad. Es en el mundo de la cultura donde la pandemia no solo se ha hecho muy visible, sino creativa y salvadora. Ha sido salvadora la cultura porque además de dar esperanzas, fuerzas en la adversidad de lo desconocido, ha unido como nunca antes artistas de todos los continentes en conciertos, lecturas y presentaciones que de otro modo hubieran estado fuera del alcance de la mayoría por sus costos y distancias.

Cuando comenzaron a cerrar teatros, cines, postergar conciertos, festivales y giras internacionales, ya la Internet estaba allí. Gracias a que el mundo es ahora una aldea global digital lo único que tuvieron que hacer los creadores fue redireccionarse al ciberespacio. Y con un público cautivo por las circunstancias, el creador solo tenía que ingeniárselas para adaptarse al Siglo XXI comunicacional.

La canción “Resistiré”, de Manuel de la Calva y popularizado por el Dúo Dinámico a finales de los años 80, se convirtió en un himno de guerra contra la Covid-19 en España gracias a las voces de los más famosos cantantes ibéricos del momento. Importantes productoras de cine norteamericanas han decidido hacer estreming – literal, corriente o transmisión, pero alude a los servicios de video por Internet- sus estrenos.

La Opera y el Ballet, dos géneros caros y de elite, están hoy al alcance de cualquier internauta. Los canales de YouTube son una alternativa barata a los costosos estudios televisivos, aun cuando algunos contenidos y producciones dejan mucho que desear. Los museos antológicos, las ciudades antiguas y las grandes catedrales se han abierto a los ojos de los que nada tienen y todo lo poseen: la avidez del saber.

Conocer otros lugares no ha sido imposible con la Plaga. Otro modo de viajar es posible. La frase Viajero Inmóvil recuerda la novela Paradiso y la película de Tomas Piard, 2008- y a su autor, Lezama Lima, quien desde su balancín en la Calle Trocadero, rodeado de libros y amigos que sí habían conocido medio mundo, ejercía la cultura, no la atesoraba como un sórdido y mediocre humillador de ignorantes.

Pero también la pandemia ha servido a algunos artistas para hacer todo lo contrario: politizar la Plaga. No se trata de que el artista permanezca indiferente a cómo se mueven los hilos de la política, y de los cuales no pocas veces es simple marioneta. Se trata de separar el trigo de la paja. El trigo es lo que hemos expuesto; el artista y su creación al servicio de la felicidad, la vida y la libertad humana. La paja es la negatividad, la depositación de culpas; hacer de la tragedia sanitaria sus quince minutos de fama.

Mal momento escogió la Covid-19 para hacerse presente en el mundo, y sobre todo en Estados Unidos en tiempos de elecciones. Se sabía que el tema se politizaría porque en la carrera por la Casa Blanca los contendientes se dan hasta con el cubo, hablando en términos boxísticos. El manejo del coronavirus en un país extenso y de gran movilidad social como Norteamérica siempre sería espinoso.




Si a ello sumamos ciertas libertades que en ocasiones rayan con la irresponsabilidad, tenemos la fórmula para sumar hoy 200,000 muertes y más de seis millones de infectados. ¿Pudo hacer más el ejecutivo? Sin duda. ¿Pudo hacerlo mejor otro presidente? Tal vez no. Apenas existen líderes en el mundo inmunes a las críticas por el enfrentamiento a una enfermedad desconocida, muy contagiosa y letal.

Con las distancias geográficas y culturales necesarias, hace unos días explotó en Cuba una suerte de brete en el cual un artista poco conocido fuera de las fronteras de la Isla se quejó de recibir mensajes de odio en las redes sociales. Inmediatamente se armó un acto de repudio virtual. Un grupo de respuesta rápida cultural lo denunció como otra campaña anticubana organizada y financiada desde los Estados Unidos.

Como tantas veces, fueron citados a escena algunos creadores valiosos que insisten en vivir -muy bien- en Cuba. No es la primera vez ni será la última: cuando la caña se pone a tres trozos, artistas y escritores, bajo el mismo pretexto, son convocados a firmar cartas y manifiestos, componer canciones y marchas enervantes -que se lo digan al traidor Osvaldo Rodríguez-, y proferir insultos y bajezas de quienes son deudores intelectuales, artísticos -que lo cuenten Meme Solís y Mike Porcel.

Como en un pase de revista revolucionario, el incidente, creado o no, de la campaña de odio contra los artistas cubanos -los de Miami también son artistas y cubanos- tiene que ver, en verdad, con la crisis económica, política y cultural, incrementada por la pandemia, las medidas de presión ejercidas desde Estados Unidos como nunca antes, y el hecho, no muy desacertado, de que Donald Trump pudiera ganar la reelección a pesar o en contra de las encuestas, como sucedió en 2016.

De aquí a Noviembre 3 tal vez veremos muchos más muestras de fidelidad a la Involución cubana. Es imprescindible tener lista a tropa de choque ideológico. Siempre habrá un motivo para recaudar compromisos políticos en tiempos de zozobra. Todavía faltan por ofenderse el gremio médico, los maestros y otros sindicatos obligatorios. Pero los primeros podrían ser los primeros: es difícil y una pena que le otorgaran el Nobel de la Paz a quienes están ahora mismo en manos de la Corte Penal Internacional.

Difícil, más no imposible, conociendo el aparato de propaganda, su demostrada eficacia, y un mundo menos comprometido con la libertad ajena. Una pena porque la mayoría son profesionales capaces, quienes se alejan de los suyos con la intención, muy humana, de poner un plato de comida en la mesa de su hogar. Una pena, también, porque la mayoría de esos médicos, artistas y maestros sospechan -nunca lo dirán en público-, que pudieran estar al final de una larga y avasallante pesadilla.

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