top of page

El Cuadro




Por Francisco Almagro Domínguez

De la neolengua del castrismo podría sacarse todo un diccionario. Es más, aquellos que pretendan hacer turismo político en Cuba –rama del excursionismo con buenos réditos- deberían, junto a los mapas para depositar ofrendas florales, ver monumentos, museos y tumbas, llevar consigo un catálogo de palabras y sinónimos de uso y abuso en la Isla.

Así, próximos al 8vo Congreso del Partido Comunista, los visitantes filosóficos comprenderían mejor que quiere decir la palabra “cuadro”; por qué en los documentos a discutir –puro eufemismo- se mencionan tantas veces las frases “política de cuadros” y “formación política-ideológica del cuadro” que parecerían slogans para entendidos. Algunos turistas políticos habrán oído hablar en sus propias organizaciones de “cuadros”. Pero, con toda seguridad, el comunismo tropical podría superar el significado, por viejos y también por… sabios.

Cuadro sería algo así como dirigente, persona capaz, carismática, sobre todo leal, a prueba de toda infidencia. Un cuadro es un tipo, o una ‘’tipa”, cuya andadura por el laberinto de la política partidista y de masas -¿qué cosa fuera la masa sin cantera?- ha sabido descollar con su capacidad de sobrevivencia al desmonte de otros cuadros en una galería de un solo dueño-curador.

De esa definición deriva la palabra “cuadrarse”. Reescribiendo la historia con letra torcida en el recto renglón de la verdad, cuadrarse fue lo que hizo Antonio Maceo en Baraguá. El Titán de Bronce se “cuadró” frente a Martínez Campos; dijo que continuaría la lucha aunque a los pocos meses tuvo que abandonarla por falta de cuórum. A partir de esa media verdad, el dirigente cubano que no se cuadre como el héroe, no es digno de respeto ni de llevar siquiera un marco mikimau alrededor suyo.

Pero el pueblo siempre le saca punta a los pinceles. Un “cuadrado” es también un individuo chato, plano, de una sola dimensión; está ahí solo para decir no, no se puede, o eso no está en sus manos. El hombre o mujer cuadrada es inamovible., De esa forma podríamos comprender que un cuadro no es más que una oreja para escuchar, una boca para callar, un corazón indolente y un cerebro para obedecer.

Cuadros y cuadrados hay en los cuatro puntos cardinales. Las secretarias suelen ser, sin perdón para los secretarios, los mejores cuadros para cuadrarse. La diferencia con los cuadros involucionarios, es que en Cuba solo un pequeñísimo grupo de individuos deciden quien es cuadro y quien es simple grafiti, sombra, un garabato. Ese reducido conjunto de elegidos, expertos en el arte de mandar, escogen en la masa –con cantera- quien deberá alcanzar la categoría de “arte” y de ser entre las artes de la política ñangara.

El proceso de formación del cuadro comienza bien temprano, a bocetarse desde la tierna infancia. Hay suficientes organizaciones, escalonadas, para darle forma óptima. Un cuadro joven es un individuo para el cual la delación de su compañerito de aula es una virtud, y tiene la vista gorda para no ver lo que sucede en las alturas, prueba de su inteligencia precoz. Desde que es un niño, un cuadro es capaz de recitar la “Carta de Despedida” de memoria en el matutino de la escuela, lucha por el izar a diario la bandera, impresiona al turista político con una belicosa arenga de cuadro viejo.



Un cuadro maduro, listo para ser colgado en cualquier ministerio o fábrica anodina, sabe que su carrera comienza cuando la desgracia comienza a manchar el cuadro antiguo. La “política de cuadros” no es más que la sucesión de exposiciones para adornar los pasillos, según la época y la conveniencia de los dueños del museo.

La mayoría de los cuadros nunca llegan al lugar reservado para las obras trascendentes, esas custodiadas en lugares reservados, infranqueables, alejadas del público pedestre. Aun así, los cuadros nuevos creen que algún día – así debe ser y debe permanecer oculto- llegarán a divulgarse como obras importantes.

En ese mismo viejo museo involucionario casi nadie se acuerda de un cuarto de desahogo donde reposan, manchados y olvidados, cuadros de otras épocas, quienes parecen advertir desde sus anonimatos a las nuevas imágenes: como me ves te verás; yo estuve colgado en esa misma pared donde tu resplandeces ahora.

El boceto y finalización del cuadro debe terminar con su “preparación política”. Es una extraña forma en la cual los curadores a la misma vez que dan “firmeza” al cuadro, esto es cuadrarse ante cualquier cosa y cualquiera, enseñan que debe tener flexibilidad frente a los vaivenes del mercado político, el arte de sobrevivir en el poder y la orden en la cual deben ir los colores y las perspectivas.

Si lo que está de “moda” es zhōngguó huà, pintura china tradicional, hay que aprender a manejar el papel de arroz y el pincel oriental. Si de pronto regresan a los iconos eslavos, el cuadro deberá aprender el estilo bizantino. Por supuesto, no todos los cuadros tienen suficiente habilidad para acatar esos cambios de paradigmas artístico-políticos. Que se lo digan a los que están en el ático del mencionado museo.

El mayor dilema para los nuevos cuadros, y no aparece en el manual del turista involucionario, es como lograr la cuadratura del círculo económico. Es una alegoría interesante. La economía, como cualquier otra ciencia, no admite “cuadradera”. La pintura abstracta existe. Pero no la economía en abstracto.

Los dueños de la galería exigen a los nuevos cuadros resultados y “firmeza ideológica”, es decir, ser cuadrados. A la vez, que innoven, que creen, que los salven de la condenación histórica. Pocas dudas caben de que los regentes del museo irán a parar al viejo y olvidado cuarto donde otros cuadros, descolgados en todas las épocas, los esperan con finas ironías y profundos resentimientos. Todos estarán allí, convertidos en estatuas de sal, por mirar siempre hacia atrás.


コメント


Contacto

Thanks for submitting!

© 2023 by Train of Thoughts. Proudly created with Wix.com

bottom of page