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El discurso y la Plaga





Por Francisco Almagro Domínguez

La hipocresía es un homenaje que el vicio rinde a la virtud.

Esta medianoche, si se anuncia una victoria arrolladora republicana con el presidente Donald Trump a la cabeza habrá sucedido, como con la Plaga, un cambio radical en la manera de ver y comprender la realidad: el mundo no puede ser diseñado a capricho desde una oficina de prensa, una cabina de radio, un conciliábulo de políticos que menosprecian a deplorables ciudadanos de segunda y tercera categoría.

Los opositores al presidente lo han empleado todo contra él desde el primer día de su elección, incluso antes, cuando era solo un candidato y con una orden judicial falsa violaron la privacidad de su campaña. Saben cuánto han hecho mal, y saben también, que, dado el carácter del presidente, vengativo e inmisericorde con sus enemigos, si obtiene un segundo mandato no escatimara recursos para llevar a algunos a la cárcel y otros a la ruina política y económica. Es mucho lo que se juegan los demócratas en esta elección: no pueden perderla.

Tampoco pueden perderla los enemigos tradicionales de este país, los nostálgicos imperios chino y ruso, los socialistas del Siglo XXI, que ya se afilan los dientes con la inconsistencia de sus ciudadanos y los estómagos agradecidos, el rollizo déspota coreano, quien tiene en las lanzaderas varios cohetes para darle la bienvenida a un presunto gobierno de Biden. No se quedan detrás los iraníes, seguros de que una victoria de la bandería demócrata revivirá el pésimo acuerdo alcanzado durante la administración Obama. Incluso los amigos europeos, escondidos en justificaciones para no pagar por sus propias defensas, y a la espera que un senil Biden perdone sus deudas con el mantenimiento de la paz.

Esta medianoche, si el presidente Trump derrota sin margen de duda al candidato demócrata, las encuestadoras deberán buscar trabajos más respetables. Demostrarán que han sido instrumentos del discurso político, y sus dueños han tomado el dinero de los colaboradores demócratas y se han largado sin rendir cuentas por sus cifras manipuladoras. Será necesario que un matemático diseñe cómo explorar mejor la opinión pública, y con la ayuda de sociólogos y psicólogos, explicar por qué una cantidad mayoritaria de los encuestados ocultan la verdad.

Pero si algo en el discurso demócrata es repulsivo, condenable, es haberle achacado al presidente Trump todo el fracaso en el enfrentamiento a la Plaga. No hay nada que pueda parecerse, ni siquiera la trama rusa, el Ucraniagate, o los reembolsos no pagados. El discurso opositor se ha montado encima de más de 200.000 muertes y en diez millones de contagiados, teniendo al doctor Fauci como una víctima propiciatoria, un papel que él ha asumido con el doblez digno del doctor Jekyll y míster Hyde. Mientras exigen el cierre de la economía, para desgraciar aún más la suerte de sus conciudadanos y dañar al presidente, los demócratas ocultan el repunte dado en el último trimestre.

Los médicos y personal de la salud no contaminados por la polarización política saben bien que el fracaso norteamericano con la pandemia no puede deberse a un solo hombre. Eso es absurdo. Por eso es importante separar con fines didácticos la covid-19, el sistema de salud de Estados Unidos, y la política norteña. El fracaso ha sido universal, en todos los continentes y en todos los regímenes políticos y económicos, salvo excepciones que confirman la regla.

El SARS-2 covid-19 es una infección viral compleja que salió de China. Después de ocultar enfermos y muertos, y regarse por Europa, el régimen comunista chino puso en conocimiento de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que la Plaga era contagiosa pero no ofreció detalles de su alta letalidad. Sólo ahora sabemos que el virus es mortal en determinadas personas y grupos de edades. Nada de eso se conocía al inicio, ni la velocidad de propagación. La ciencia se enfrentaba a un reto doble: una infección viral nueva y de complicaciones múltiples, y al mismo tiempo, la escasez de recursos ante una Plaga de este tipo. Nadie, absolutamente nadie tuvo respuesta adecuada a la enfermedad en los primeros dos meses de la covid-19. Lo más efectivo fue recurrir a la práctica medieval de encerrar a la población en las ciudades.

Por sus características clínicas, la Plaga es como un Houdini de las infecciones: se escapa cuando parece tenerse contenida, y sus efectos son sistémicos, sobre todos los órganos y sistemas del organismo. Los clínicos enfrentan el dilema de combatir una enfermedad que se comporta errática, impredecible, retadora de la ciencia conocida. La única posibilidad contra la covid-19 es un protocolo clínico de tratamiento que, después de diez meses, aún indefinido; lograr una vacuna que tampoco garantizará, como cualquier otra, cien por cien de efectividad.



Otro problema es el sistema de salud de los Estados Unidos, pobremente organizado en la profilaxis y la atención primaria. La culpa no es de Donald Trump. Tampoco de los demócratas. Era hora de que una enfermedad viral o bacteriana demostrara que no se pueden tener institutos de investigación y tratamiento de primer nivel con treinta millones de ciudadanos sin seguro médico. El Obamacare ha resuelto algunos problemas y ha causado otros. Era imprescindible su reforma, cosa a la que se han opuesto los contrarios al presidente. Muchos ciudadanos han demorado su asistencia a los hospitales y centros de salud por los altos costos de la atención médica y los medicamentos.

Por último, la organización política y económica de este gran país permite una movilidad y unas libertades poco comunes. Los estados definen sus políticas sanitarias. Y así, mientras el presidente sugería algo relativo a la Plaga, en estados como Nueva York, un litigante Andrew Cuomo lo contradecía en televisión. Después de los periodistas hacerle la vida imposible al Tasks Force creado por el ejecutivo, el presidente decidió intercambiar con ellos a puerta cerrada. Entonces eso también estuvo mal, según la misma prensa que hizo del boicot su objetivo.

Los demócratas han usado en su discurso político el tema de la Plaga para demostrar la incompetencia del presidente Trump, y sugiriendo que ellos, desde el primer día, controlarán la covid-19. Que Biden tiene un plan -hasta ahora, nada diferente a lo que existe. Además de ser declaraciones irresponsables, engañosas, pretenden crear el pánico y rechazo a una posible vacuna en camino, como si también esta llevara la marca registrada Trump. Han tratado de hacer creer que el presidente no ha hecho caso a los científicos sin dar una prueba real, constatable, de semejante acusación.

Por eso esta medianoche, si como casi nadie ha pronosticado, una enorme marea roja se extendiera por Norteamérica, el presidente habría demostrado más allá de sus errores y su personalidad, que todavía hay pantano por drenar. Si Trump derrota la fuerte maquinaria política e informativa de los Estados Unidos -y de muchos aliados de la izquierda mundial y totalitarismos- habrá vencido a quienes apuestan por un cambio radical – de eso se trata, y no de otra cosa- de la historia, el futuro de este país y del mundo.

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