top of page

El encierro y la Plaga





Por Francisco Almagro Domínguez.

Yo escribo para quienes no pueden leerme. Los de abajo, los que esperan desde hace siglos en la cola de la historia, no saben leer o no tienen con qué.


No son pocos los países que han puesto en marcha los enclaustramientos como formas de atenuar el contagio de la Plaga de persona a persona. Los resultados varían. En la ciudad de Wuham, desde donde se cree salió el coronavirus, duro setenta y seis días, y las autoridades informaron que fue efectivo. En otros lugares como Madrid, después de una larga cuarentena, estar recluidos en casa por meses, se están reportando brotes importantes. Todo esto nos lleva a la idea de que, si bien el gobierno puede regular el movimiento social, lo básico es el individuo. De su cultura y ética depende en mayor medida, y no de otros, que disminuyan los contagios al protegerse él y su familia.

El caso de La Habana es singular. Parece una ciudad atacada por un virus mortal: el de los encierros a perpetuidad. Han decretado estado de sitio sin llamarlo por su nombre, como es habitual. A partir del Primero de septiembre se habrían limitado a casi 12 horas la circulación de vehículos, el cierre de la ciudad para el transporte no esencial y la limitación de trasiego de personas entre municipios. Las tiendas tendrían un horario de apenas ocho horas diarias, y las opciones turísticas fuera de la urbe estarán suspendidas. Las fotos muestran policías y militares en cada esquina, patrullas y camiones del ejército bloqueando las calles agujereadas por otra guerra, la de la desidia y la frustración crónica.

Dicen las autoridades sanitarias que se trata de una segunda ola, cuando en realidad, y según muchos expertos no comprados por el régimen, nunca salieron de la primera. Mientras el mundo más competente veía incrementarse los infestados, y la cifra de fallecidos superaba las expectativas, en la Isla casi no se reportaban muertos, y acaso dos o tres casos diarios -aunque hubo días en que notificaron cero. Advertían entonces los especialistas que ocultar o maquillar las cifras verdaderas era contraproducente. Pero el régimen, ante la ausencia de cash, necesitaba abrir el turismo con urgencia.

Muy grave debe ser la situación cuando se han tomado medidas extremas, como el encierro de dos millones de habitantes en una ciudad con deficiente abasto de agua, alimentos y medicinas. Para continuar con el símil de las olas y el mar, desde el punto de vista físico es imposible detener el viento, causa eficiente de las marejadas. Quizás lo que está sucediendo ahora es un fenómeno conocido como contraola: el rebote del mar en la costa hace que se forme allí otra marejada desde tierra firme; así, una ola envuelve a la otra y el oleaje no cesa. A la primera ola de la infección del Covid-19 se ha unido a la otra, proveniente del litoral de la mentira y la contención.

Nunca el descontento y la naufragio de tantos cubanos fue tan generalizado. Ni el Maleconazo se le acerca pues, aunque también resulto de la acumulación de frustraciones durante el mal llamado Periodo Especial, la explosión de violencia estuvo localizada a unas pocas cuadras, y la televisión pudo controlarlo con aquellas imágenes del Difunto Líder emergiendo victorioso entre aplausos y pulóveres blancos de constructores-policías.




Las autoridades lo saben. Ya no es un problema ideológico. Quizás nunca lo ha sido. Además del grito de dolor de los estómagos vacíos y el insomnio pertinaz de las madres que todavía no tienen el vasito de leche para darle a sus hijos, está el hecho posible de que las cosas vayan peor. Los cubanos hoy tienen información alternativa gracias a las indómitas redes sociales; al régimen nadie les fía ni un peso, Venezuela no es la colonia productiva que solía ser, y en el horizonte electoral norteamericano aún no se sabe de qué color se teñirá la Casa Blanca.

Y este es tal vez el elemento de mayor importancia al evaluar el encierro capitalino: es un ensayo general de lo que pudiera suceder en caso de insubordinación generalizada. La Capital del país bloqueada por el ejército, y los cuerpos parapoliciales como los CDR, controlando cuadra por cuadra, barrio por barrio las protestas, y puede que actos de violencia jamás vistos en medio siglo de comunismo.

Hasta hace algunos años, el toti que eran los norteamericanos y el bloqueo. En la propaganda funcionaban como buenos chivos expiatorios. Hoy la mayoría de los cubanos saben que el zanate no produce el pollo, ni consume parte del arroz que se vende a la población en dólares. Tampoco que el ave negra cubana imprime la moneda dura que tanta necesita la Isla para sobrevivir; si los americanos fueran tan malos y estuvieran al borde del colapso, las tiendas recaudadoras aceptarían yuanes, rublos o el won norcoreano.

Le ha tocado ahora a los llamados coleros. La cola, desde la época de las Riflexiones de Zumbado, ha tenido la rara virtud de contener los opuestos: tragedia y comedia a la vez. La cola es universal. Tiene un origen sencillo y sucede en todas partes donde hay pocas cosas para mucha gente. Suele haber una cola grande para comprar los tickets en el Marlins Park de Miami para ver, casi siempre, al equipo contrario, los Yankees, por ejemplo. A unos metros del estadio de la Pequeña Habana, rodeado de policías, el colero miamense revende el boleto a mayor o menor precio dependiendo del asiento. La diferencia con el colero insular es toda: el que no hace cola no come, y el que come puede ir preso.

Comments


Contacto

Thanks for submitting!

© 2023 by Train of Thoughts. Proudly created with Wix.com

bottom of page