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El último talibrón (novela) Fragmento.




VI.

La premiación del concurso de poesía, como era habitual, fue celebrada en los fosos de El Repello, la base del enorme obelisco que, en medio de la Plaza de la Involución, acogía las actividades más importantes. A pocos pasos de Palacio, la sabiduría popular había endilgado el mote de El Repello, pues era una sala de pocos metros cuadrados en forma ovalada, donde congregaban cientos de personas casi todas de pie. Como la mayoría de las actividades eran del gobierno, la gente se apelotonaban para ver a sus líderes; las mujeres que caían delante de los ministros y los jefes no podían evitar sentir detrás de ellas y sin aviso previo, el aguijoneo de la lascivia involucionaria. Ninguna compañera protestaba. Nadie se atrevería. Semejante queja sería un sacrilegio a la pureza de hombres tan bien parados en sus principios como en sus púas repelladoras.

Mientras esperaban todos que el Comandante Filadelfo apareciera en persona, Armandito pensaba en la ausencia de su padre. Quizás no hubiera sido conveniente. Allí encontraría a los hombres del más íntimo círculo de confianza de Filadelfo, aquellos que conocían como pocos sus vicios y obscenidades. También a quienes por años se habían burlado de su ostracismo, retiro involuntario en el submundo de la no-persona. En realidad, además de la justificación emocional, Armando tenía una coartada más prosaica pero también más verosímil: no tenía ropa ni zapatos decentes para acompañar al hijo en su primera cita oficial.

-Todos estarán de guayabera blanca, de hilo fino, hechas a mano y con zapatos italianos.

-No, Papá. Tú lo que no quieres es apoyar con tu presencia un hijo involucionario y menos con un poema dedicado al Comandante.

El poeta calló por obvio. No se había dado cuenta de eso, tampoco. Todo podía ser, sencillamente, una jugada del Ministerio del Terror y del Departamento de Desorientación Involucionaria; una encerrona perfecta de Pérez-Chapucero y quién sabe si del mismísimo Filadelfo. Pero ¿por qué? ¿Qué sucedía tras las columnas del Palacio de la Involución que ni la pitonisa primera del templo Filadélfico podía adivinar? Por boca sus amigos recientes, quienes comenzaban a llegar de nuevo a las tertulias, y se sentaban sobre cajones de madera, temerarios escritores novísimos, la economía del régimen estaba muy mal; nadie quería comprar los espejitos del Comandante; el oro guardado en las bodegas privadas del Líder Máximo empezaba a criar cardenillo, muestra evidente de aleaciones falsas, obsolescencia a corto plazo. Ya no tienen ni espejitos ni oro, comentaban contertulios fugaces. Por eso, para rescatar la cultura verdadera, los poetas, escritores, pintores y artistas que la ofensiva Realista-Sociolista había sepultado de un plumazo, debían ser rescatados. Esa tarea era para Filadelfo una necesidad fisiológica, no solo una simple operación de oportunismo involucionario. Lejanas sonaban aquellas palabras dichas por el Comandante en el Congreso de Incultura y la Mala Educación:

-Plumas, aquí solo hay plumas, y no de escribir. Hay que desplumarlos a todos ustedes. Con la Involución todo, fuera de la Involución, nada.

Después de aquellas palabras, Filadelfo dio el pistoletazo de arrancar cabezas en una reunión secreta. Quien no comulgara con sus ideas Machistas-Sociolistas no pintaría ni cantaría frutas. Pero muchos años después, con las arcas vacías, y sin nada que vender, recordó que algunos intelectuales, como las viejas meretrices, extrañan sus buenos tiempos. Pérez-Chapucero había ido casa por casa sonsacando a los siniestrados de otra época. Aun así la conducta sumisa del todopoderoso jefe de Departamento era muy extraña, adulonamente sospechosa.

Armandito Fernández del Solar creyó en la justificación del padre para no asistir a su investidura. Además de los rencores, algo muy común en los escritores sometidos al castigo del silencio y la complicidad, no tener ropa y unos zapatos decentes era una justificación tan válida como la antipatía hacia los victimarios, mayoría en El Repello: los mismos de siempre, tan grises y marmóreos como los tonos funerarios del local donde ocurrían premiaciones, imposición de medallas, el avistamiento de potenciales traidores. Un lugar insensible, donde cualquier aguijón calenturiento podía pegarse a la baja espalda de la mártir sin que esta pudiera pronunciar lamento alguno.

No, aunque su padre tuviera un esmoquin y unos Farragamo se iba a sentir mal. Armando Guerra no toleraría compartir el espacio con antiguos enemigos. Armandito creía que sí, que parte de su misión humanitaria, de la venganza contra quienes le hicieron daño a su padre y a su familia era ser, precisamente, un joven involucionario; demostrarles a todos que Armando Guerra jamás había sido un traidor, un débil, un maricón de carroza, como cierta vez le dijeron en la escuela de niño. “¡Tu Papá es un maricón de carroza, chico!”, gritó Samuel el flaco. Y ahora, en el Repello, a punto de conocerse quiénes son los nuevos bardos de la Involución, Armandito observa y calla; hay decenas de artistas y escritores completamente emplumados que son serpientes, muerden de otra manera, echan veneno en el oído ajeno, y ese lo vierte, con aditivos ponzoñosos, en el próximo pabellón auricular.

Por fin Chacal se acerca al micrófono. Carraspera. “Uno, dos, tres” –voz engargolada: -. “Aquí, aquí, probando. Sí, sí, sí”. Hace una señal y tocan el Himno Nacional. Los dirigentes del Partido Único están delante. Una fila compacta de guayaberas blancas, hechas a mano y zapatos negros, de cordones, recién lustrados. Armandito y los finalistas están en la primera fila, al lado de otros funcionarios, muy conocidos por Armandito a través de la radio y la televisión oficial. Chacal da la bienvenida al doctor Hatuey Corona, secretario ejecutivo del Partido, y hombre de confianza del Líder Máximo. Corona se levanta, y saluda. Armandito ha oído decir que el doctor Corona podría ser el sustituto en el gobierno cuando Filadelfo decida abandonar el poder, algo que parece imposible, lejano, absurdo. Chacal sigue sus presentaciones.

Ahora le toca a Fiel-Enroque, viceministro de las Malas Relaciones Exteriores. Armandito aplaude junto con los tres finalistas, porque Fiel-Enroque es toda una leyenda en los foros internacionales. No hay una reunión fuera de la Isla en la cual no se destaque agrediendo, disgustado con todo el mundo. Eso fascina al Líder Máximo: Fiel-Enroque es como su perro de presa internacional, su cancerbero peleador. Si alguien ataca a Filadelfo, Fiel-Enroque enseña sus afilados dientes en lo que muchos creen es, en realidad, una cabeza de jabalí. También están en la fila de los dirigentes, Pérez-Chapucero y el general Zambuca. A estos los aplauden menos después que Chacal los presenta. Chacal sonríe. Anuncia los premios, los mejores poetas de la Isla, las composiciones ganadoras del concurso Un poema para la Involución.

Armandito lo sabe, lo intuye: va a ganar. Tercer lugar. Segundo lugar. Y finalmente, anuncia Chacal:

-Primer lugar, La ciudad te contempla, del joven poeta Armando Fernández del Solar.

Hatuey Corona se ha levantado, toma en sus manos un jarrón y un diploma y se lo entrega al poeta. Ovación. Manos estrechadas de Chacal, Mancebo y Toro Sentado –este, más efusivo, más culpable de estar en desacuerdo. Zapatico le da un beso a Armandito: “Muy bien, hijo, un premio más que merecido”. Fiel-Enroque, para no quedar ignorado –algo que lo vuelve loco-, se acerca y abraza a Armandito.

-Así nos gusta, jóvenes comprometidos con la Involución –dice.

Después algo comunica al Chacal. Chacal regresa al micrófono.

-Compañeros, compañeros, por favor, miren, hay un refrigerio para después. Ahora el compañero Fiel-Enroque tiene que darnos una información importante de parte del Compañero Filadelfo. Él ha encargado, personalmente, al compañero Fiel-Enroque de comunicarles esto a ustedes.

Fiel-Enroque tiene un problema en la nariz. El tabique desviado. Una rinitis productora de mucosidades al por mayor. La voz del viceministro de Exteriores a veces sale extraviada, como pasada por una corneta china, un colador de pequeños huesecillos filamentosos, máscara veneciana. Por eso, antes de cualquier intervención pública, saca un pañuelo, se sopla la nariz, y antes de enseñar sus afilados colmillos porcinos, sonríe como pidiendo disculpas.

Comienza en tono luctuoso, a pesar de la alegría reinante en El Repello –se ven las caras de los ministros y los jefes, detrás de las compañeras, enrojecidas con los pelos de punta. Dice Fiel-Enroque que en las últimas horas han sucedido hechos lamentables en el Golfo. La marina de guerra del Norte ha encontrado flotando en aguas internacionales un pedazo de la historia nacional: un coco seco, Aguaele, ofrenda con la cual los héroes de la Patria habían expulsado a los extranjeros de la Isla en el siglo pasado. No se sabe quién ni cómo lograron sustraer el Aguaele del Capitolio Nacional, y colocar en su lugar una masa fecal de proporciones similares. “¿Quién habrá podido cagar un mojón así?, susurra alguien cerca del micrófono. “Veo risitas por allá, por favor, compañeros, esto es una cosa seria”, dice el de la nariz rota. Y continúa: “aunque ciertamente, para expulsar una cosa así, de ese tamaño, y colocarla en el pedestal donde estaba nuestro patriótico Aguaele, hay que estar reventado”.

Las investigaciones estaban en marcha. A los hospitales no había llegado nadie con el colon en reversa. La urna donde estaba el coco permanecía intacta. Otro misterio: los custodios y empleados pasaron por la revisión del proctólogo del Estado, y ninguno fue sospechoso. No vieron nada fuera de la común. No olieron nada que denunciara la enorme deposición encima del podio.

-Esto, compañeros, es una información clasificada. Les pido discreción en nombre del compañero Filadelfo. Como ustedes son la prensa oficial, en breve tendrán una información más precisa de los pasos que está dando el gobierno para reclamar a los enemigos del Norte, brutal y revuelto, el coco que nos pertenece.

El murmullo, los comentarios rompieron el letargo de la premiación. ¿Y ahora qué? ¿Vamos por fin a la guerra con el Norte? Mancebo busca orientaciones, y Chacal, que él no las tiene; se acaba de enterar como todo el mundo. Pero la cosa es grave, viene diciendo Zapatico: “Ese Aguaele era la niña de los ojos del Comandante; es mentira que estaba siempre en el Capitolio; cuando el Comandante viaja fuera de la Isla hay que llevárselo en un maletín, como el futbolito del Norte, ese que lanza la bomba atómica”. “No hables mierda, Zapatico”, dice Toro Sentado incorporándose al grupo del Órgano Oficial, “vamos a esperar a ver que dice el jefe”.

-¿Pérez-Chapucero, Corona, o Fiel-Enroque?-pregunta Mancebo.

-Chico, ¿quién es el único jefe aquí? ¿Quién?

Chacal siempre tiene que aclararles las cosas a sus subordinados: si el coco seco fue robado, y por sus propios medios llegó al Norte, no lo van a devolver. Es mejor seguir la pista del cagón. Alguien en la ciudad debe tener un ano tan desmesurado que no pase inadvertido a sodomitas y proctólogos aficionados. “Los del Norte alegarán la Posesión Legal del Objeto”, dice Chacal, “una figura jurídica norteña que quiere decir que lo que se deja abandonado, en este caso en el mar, no tiene dueño. Así se apoderaron en otros tiempos de la más de la mitad del territorio que tienen hoy…”.

Hatuey Corona y Fiel-Enroque se acercan al núcleo directivo del Órgano Oficial.

-Compañeros, nos vamos. -dice Corona.

-Sí, -dice Enroque soplándose la nariz con la indecencia de un vagabundo –. El Comandante nos espera en Palacio.

-Ya recibirán orientaciones. - se despide el secretario ejecutivo.

-¡Ah!, y publiquen rápido el poemita. Nos hará falta estimular el patriotismo de la gente. – sugiere Fiel-Enroque.

-¡Compañeros!- es una voz, detrás del grupo del periódico.

-Ven Armandito, hijo, esta ya es tu casa. –lo invita Chacal.

-Sí, Armando, -dice Toro Sentado. - Felicidades. Ven, ven a tomar algo con nosotros.

-Miren, yo solo quería ofrecerme para si necesita escribir algo…

Mancebo no puede ocultar sus entrañas. O mejor: sus miedos eternos; que alguien más joven haga carrera en el Órgano Oficial.

-No mijo, no hace falta. Para eso tenemos profesionales, y el momento…

-Oye Mancebo, ¿por qué cortas al chiquito?

-Jefe yo no lo estoy cortando, es que…

-Sí, Mancebo, y mira que te lo hemos señalado en el Partido: rechazas a la gente joven. –Zapatico no puede callarse, y vira la espalda, se dirige a Armandito: - Todas las colaboraciones, siempre que sean involucionarios, son revisadas, y aceptadas, hijo. Esa es la política del Órgano, porque es un periódico del pueblo y para el pueblo.

-Chico, yo creo que es muy buena idea que pienses y nos escribas algo. –dice Chacal mirando a Toro Sentado.

El Toro teme ser jubilado antes de tiempo. Sonríe, matiza:

-Que no sea un poema. Es mejor un trabajo sobre el Aguaele ese-. Mira a los demás y continúa: - Porque, aunque eres tan buen poeta como tu padre, ahora lo que hace falta son escritores, ensayistas, filósofos de la pluma…

-Bueno, bueno, -interrumpe Chacal. - Dejen ya al muchacho, vamos a darnos unos traguitos que nos van a dejar sin nada.

En camino a la mesa de refrigerios y bebidas, Mancebo ataca de nuevo:

-¿Tú vas a dejar que el hijo de ese gusano y maricón escriba en el Órgano Oficial, jefe?

Chacal se detiene. Sonríe. No necesita darle detalles al subdirector.

-Las cosas cambian, Mancebo. Estamos viviendo otros tiempos. Mira, sírvete ensalada fría que parece estar muy rica.

Mientras Chacal avanza hacia el bufet, Mancebo saca su peine negro y lo desliza con fuerza entre el cabello untuoso. No ha podido cumplir su misión de impedir que el hijo de Armando Guerra se acerque al Órgano Oficial y hasta pueda publicar en él. El general Zambuca fue muy claro en sus órdenes:

-Lo vas a premiar, pero hasta ahí. Esa es tu tarea. Ese chiquito fue subiendo en la Universidad como la espuma y después de que lo premien, se hará famoso, peligrosamente famoso.

Es algo que Mancebo no entiende. ¿Cómo dar el premio al hijo de un traidor, abrazarlo en la ceremonia, y al mismo tiempo, bloquear toda posibilidad de colaboración con el Órgano Oficial? A menos que la Inseguridad del Estado funcione de esa manera extraña, Mancebo no tiene otra explicación para medidas tan contradictorias. Era algo que para el chino Capanegra, oficial retirado, como retirado está ahora su buro de corrector jefe, tuvo claro desde el primer día en que comenzó a trabajar en el Ministerio del Terror: siempre se juegan dos cartas, una está marcada, la otra solo los jefes la pueden conocer.

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