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LA BECA




I

Un largo pasillo (como un espejo)

Mi madre me llevó a La Beca en su forcito 51. Ha empezado el curso, y he querido becarme. Todos mis amigos del barrio están becados. Unos en Los Camilitos. Otros en La Lenin (no tenía notas académicas para entrar a esa escuela)[i]. Tomamos el camino a Güira de Melena, que mi madre tan bien conocía, y llegamos al anochecer. Todo fue rápido; después de preguntar quién atendía los “casos nuevos”, el responsable de Vida Interna, algo como el asistente del director, nos condujo a los albergues de varones concluidos el trámite de inscripción. Delante de nosotros se extendía un largo pasillo de granito. Reflejaba las imágenes bajo el efecto de una luz blanca, fluorescente. En los laterales del pasillo macetas con plantas, arbustos acaso; al final la oscuridad de la noche en el campo, una mezcla de dudas y temores donde no se ven ni las propias manos. Me llamo la atención dos breves filas de muchachos y muchachas a cada lado del pasillo. A esa hora permanecían parados en atención. Eso no tenía sentido. Eran como robots humanos. Ni siquiera nos miraron al pasar.

El albergue de varones de mi grado estaba en el último piso. Vida Interna entró primero; gritó que iba a pasar una compañera, mi madre. La alharaca fue tremenda. Uno dijo que estaba desnudo. Otro, en calzoncillos. A mí no me dio ninguna gracia. Se me caía la cara de vergüenza. Si una razón tuve para becarme fue ser libre, quitarme de encima a mi madre, su sobreprotección. Ella misma, una “niña bitonga” que nunca vivió fuera de las casa de sus padres hasta que fue a La Habana a estudiar medicina. Y ahora me estaba dejando, por primera vez, dormir fuera de mi casa o la casa de mis abuelos. Un lugar extraño, donde todos mis amigos quieren estar.

Vida Interna va hasta el final del albergue. En la primera litera, arriba, extiende la mano. Aquí, esta es su cama, dice. Mi madre interviene: profesor, con el mayor respeto, el niño no puede dormir ahí. El niño, ha dicho. ¡Qué vergüenza! ¿Qué pensaran de mi toda esta gente? Compañera, esta es la única cama libre. Si, profesor, pero mi hijo es sonámbulo y puede caerse de la litera. Vida Interna tiene unos segundos de duda. Nadie se ha caído de una litera en todos los años que llevo yo aquí, compañera. Mima, le digo, por favor vete ya. No me voy a caer. Vida Interna toma de encima de una taquilla una sábana, una almohada y la funda. Aquí tienes tu ropa de cama, mañana baja al almacén a buscar la colcha y el uniforme.

Por fin, mi madre se despide, y como si hubiera esperado por eso, Vida Interna apaga las luces y grita ¡Silencio! Es hora de ¡Silencio! Al acostarme por primera vez una litera me parece estar en el aire. Lo que tengo delante es un techo blanco con unas vigas de prefabricado. Cierro los ojos. Debajo oigo manipular bolsas; el tipo mete y saca, y vuelve a meter, haciendo ruido en las sombras, mucha gente roncando. Me asomo. Se llamará Cándido, el asmático, y será el primer amigo de La Beca. Ahora es una sombra. Le hablo a la sombra: oye, necesitas ayuda. Imagino niega con la cabeza. Ojala pudieras ayudarme, jadea, soy asmático y estoy buscando el Intal. ¿Intal? ¿Qué es eso? Un aparatico como este… bueno, no lo ves. Tiene un polvito que cuando lo absorbes te ensancha los pulmones. Cándido se da dos fotutazos. ¿Mejor?, pregunto. Sí, creo que sí, contesta. Este tiempo pa’ mi es muy malo, dice al terminar la segunda aspiración. Voy a tratar de quedarme dormido. Hay peste. Peste a pata, a sudor. Por allá atrás, en el tercer cubículo, conversan. ¡Cojones, cállense ya y dejen dormir!, dice alguien en la penumbra. Las voces se achican sin hacer silencio. No sé como pero se me cerraron los ojos. Algo me mueve. Unas figuras en la oscuridad. Abro más los ojos: es Vida Interna. Detrás, mi madre. Estaba en camino pero tuve que virar, dice ella, me da miedo que pase algo, y este profesor, tan amable. Mima, estoy bien, digo todavía aturdido. Vida Interna me apoya: ya ve compañera, a su hijo no le va a pasar nada. Cuando se retiran no puedo quedarme dormido. ¿Qué pensaran de mí estos muchachos? ¡Si dejaran de roncar, coňo! Entonces veo con nitidez el largo pasillo central; dos filas de estudiantes, parados en atención, como robots. No se mueven. No mueven ni las cejas al vernos pasar frente a ellos. Un misterio el largo pasillo central, el lugar donde estos muchachos tal vez no quieren estar.

[i] Los Camilitos fueron becas creadas y apadrinadas por la Fuerzas Armadas. La mayoría de los dirigentes y militares de alto nivel ponían a sus hijos allí. La Lenin era una escuela para alumnos de alto rendimiento académico, inaugurada por el secretario general del Partido Comnista de la entonces Union Soviética. Pero la ESBEC –sin nombre- de la que hablo era la de mejor promedio de aprobados y calificaciones superiores de todo el país. De hecho, el director fue seleccionado como vanguardia de la educación en el pais. El director Delgado era, para decirlo en lenguaje sencillo, todo un mito en el Ministerio de Educación. VENTANA 2: Silencio y Depie. Poco antes de que den las diez –no la canción de Serrat-, todos los alumnos deben estar en los albergues. El edificio docente y el comedor apagados. Quienes queden en el docente deben salir sin hablar, por el pasillo aéreo, antes de darse el Silencio para toda la escuela. Silencio. Lo anuncian por los altavoces. Nadie puede hablar en el albergue. Apagan las luces. Nadie se mueve de su cubículo. Desde abajo, quien esté en el audio, un profesor, pregunta por el altavoz porque el albergue tal o mas cual aún esta con las luces encendidas. Quienes no respetan el Silencio son los profesores y algunos instructores. Se mueven a sus anchas por toda la escuela. Los castigos. Los instructores envían a los indisciplinados a limpiar los baños, o que bajen a hacer guardia vieja. Esto último disgusta al Director porque hay una ordenanza de que los alumnos deben dormir ocho horas. Ténganse en cuenta que el Depie es a las seis menos cuarto. Hay instructores que sacan los alumnos al salón de estar, y los tienen de pie una hora y más, en atención. Ellos no temen a El director ni a los reglamentos: ellos son el reglamento. Depie. Quince minutos para las seis. Ponen una canción del dúo Los Compadres, “A levantarse cubanos” . Es un son campesino. Con sueño todavía, martilla sin misericordia los tímpanos de cada uno a través de todas las bocinas de la escuela. “! Arriba, de pie!”, grita e instructor y los alumnos se paran al lado de sus literas para hacer los ejercicios matutinos que llaman algo así como fiminuto : unas planchas, un trote, estiramiento del tren superior. Después, por cubículo, el baño para el aseo matutino. “1, 2, 3,4 5, 6, 7,8, 9 y 10” diez segundos para lavarse la boca y la cara acaso en ocho grifos para poco más de cuarenta y tantos estudiantes. El Silencio y el Depie. Como morir y nacer del día en la Beca. Mantra de los instructores al Depie: los estamos haciendo hombrecitos aquí. Lema de los instructores tras el Silencio: el que hable va para abajo conmigo, a pararse en el pasillo central hasta que me de la gana.

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