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EN POCAS PALABRAS


Acta de defunción.

Por Francisco Almagro Dominguez


Foto Dan Mayers (Uunplash)


Unas semanas antes de las elecciones en Venezuela un amigo me preguntaba si el régimen madurista aceptaría la derrota que, en todas las encuestas, y más allá de cualquier duda razonable, iba a producirse. Recuerdo haberle contestado NUNCA, con mayúsculas en mensaje de texto lo cual es un  grito.  Le recordé a este amigo, cubano por demás, cómo eran las supuestas elecciones en Cuba, desde la instancia pioneril hasta las generales: el Partido y los jóvenes comunistas traían sus propuestas. La masa solo tenía que levantar la mano para aprobar a los candidatos únicos. En caso que un “elector suicida” hiciera una proposición diferente y la masa lo apoyara, se repetían las selecciones, que no elecciones, hasta que la de los comunistas saliera adelante. Esas son las elecciones en la que ellos creen. No conocen ni permiten otras. Y jamás pierden una.   

Maduro y sus apandillados se medirían en una contienda que para ellos estaba cantada, y no podían perder. Detrás del impostor se movían intereses de las dictaduras más impresentables de nuestros días. Una derrota consentida por el Madurismo sería una traición a esos regímenes de oprobio. Un mal ejemplo, además: desencadenaría verdaderas revoluciones democráticas donde quiera que el poder absoluto tuviera su morada.       

Pero esta vez la oposición había aprendido: aprovechar la necesaria limpieza de cara del régimen, y cuidar el voto, condiciones que lamentablemente no se habían tenido en cuenta por 25 años. Como dijo María Corina Machado, todo el mundo sabe lo que pasó el 28 de julio… ellos saben bien lo que pasó. El dilema según los propios opositores venezolanos no era ganar las elecciones, defender el voto, y tener las pruebas de las actas. La lucha comenzaría al día siguiente, con la violencia con la que el Madurismo tendría que respaldar el fraude.

Imagina este escribidor que María Corina y el electo presidente Edmundo González poseían un plan para el después. Que el régimen ante la avalancha de votos iba a negociar no debía estar contemplado en la lucha poselectoral. En este tipo de organización cuasi criminal lo importante no son los votos sino quien los cuenta. Hace muchos años se denunció –sin pruebas entonces- que el Consejo Nacional Electoral de Venezuela era parte del sistema chavista, y la desaparecida Tibisay Lucena, de triste recordación, quien ponía cara al fraude después de la manipulación de los votos.

Si en algo los cubanos podemos ayudar es en transmitir nuestras experiencias como oposición. Del mismo modo, la dictadura cubana aconseja a los maduristas como traficar el voto y defenderlo a sangre, literal, y fuego –real, con armas de combate. En este punto es importante saber que Nicolás Maduro y la cúpula no negociarán nada mientras tengan la ayuda militar y la asesoría de control social por cubanos, rusos y chinos. En la cabeza de estos individuos quienes se les oponen no tienen derechos ni izquierdos. A sus adversarios hay que mandarles un mensaje claro, como lo hace con toda perfidia el señor Cabello: no regresarán de ningún modo al poder, ni por las buenas ni por las malas.

Vista así las cosas parece un juicio pesimista, desalentador. No lo es. El Madurismo, ante la no presentación de las actas de votación, ha firmado su crónica de muerte.  Todo lo que podía ser continuidad del Chavismo original –tampoco una democracia pero simulaba ser tal-, ha llegado a ser un totalitarismo que emula con el Castrismo más acendrado. La negociación, pues, no es con la cadena sino con el mono: los intereses del eje Rusia-China-Irán en América. Y es llegado a este punto, al de los valores globales, donde aparece para la oposición venezolana el conflicto mayor: cuanto pueden los Estados Unidos y Europa inclinar la balanza a favor del verdadero nuevo presidente de la República.

Si las democracias del mundo no comprenden lo que está jugando en tierra de Bolívar, repetirán a no dudarlo los errores que las llevaron a la Segunda Guerra Mundial. Un tercer frente antidemocrático, después del de Ucrania y en el Medio Oriente, se abre peligrosamente cerca de las costas norteamericanas. Que el Madurismo haya firmado su propia acta de defunción solo significa que ahora es un muerto viviente. Un zombi. Un ente más peligroso.      

      

 

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